El cielo despejado y levemente grisáceo estaba bañado de leves destellos
fantásticos, coloridos y refulgentes como jamás los había visto en el mundo
real, del cual desconocía y del que había permanecido alejado durante tanto
tiempo.
Se hallaba apoyado en Guardián, el viejo y sabio árbol con un deje de
obstinación y melancolía. Contemplaba aquel espectáculo de luces que rara vez
acontecía y cuyo motivo de ser desconocía, mas su desazón fue disminuyendo a
medida que la gama de colores de lo que sus orbes eran espectadores se ampliaba
y las manchas se convertían en gruesas pinceladas irregulares recreando la
imagen de un cuadro abstracto y llamativo. Agradecía estar en un lugar como
aquel, en donde los pigmentos jugaban entre sí, y no en las afueras; aquel terrorífico
sitio plagado de almas en pena tan depresivo y oscuro, carente de tonalidad que
fuese más allá de lo sombrío.
Juraría que su cuerpo debería transpirar y producir gotitas de sudor si no
se encontrase allí debido al gran esfuerzo que había realizado en un intento
fallido por regresar a su hogar mediante una serie de acciones y pensamientos
que no parecían dar resultado alguno. Apretaba sus puños con cuidado de no
apresar algún ser mágico del lugar entre sus dedos y estrujarlo, pues estaba
seguro de que a las hermosas flores habladoras se convertirían en una masa
pastosa en sus palmas. Fruncía sus labios soportando la ira hacia su persona al
recordar el empeño que había puesto en seguir las instrucciones de Kai;
concentrarse en visualizar su lejana tierra y acercarse mentalmente hacia aquel
pictograma imaginario borroso en su cabeza. Hora tras hora, o más bien, momento
sí y momento también, lo había intentado, descargando su rabia con las blandas
paredes de una de las peculiares habitaciones, sin descanso, siendo víctima de
un cansancio mental descomunal. Algunos alegaban que la razón de su derrota se
debía a la costumbre de su cuerpo vivo por mantenerse lacio y pesado, vacío
desde hacía años. Se imaginó a sí mismo postrado en una cama, posiblemente mayor
y descuidado.
Jamás pensó que la eternidad resultaría tan tortuosa. No podía ser
consciente del pasar de los minutos, y esa incertidumbre estaba al borde de
llevarlo a la demencia y arrasar con cualquier pensamiento racional que le
quedase. Intranquilidad y desosiego eran sensaciones acopladas a su estado.
Frank, Frank, Frank. Al fin lo había visto, para desaparecer de nuevo e
ingresar otra espina en su espichado órgano vital. Sus palabras no habían hecho
más que angustiarlo e inquietarlo a partes iguales. Seguía sin comprender nada,
aunque supuso que a esas alturas conocía más aquella ficción paralela que la
realidad, y a pesar de que sus ganas por habituarse de nuevo en la vieja
dimensión eran nulas, debía volver con él, verlo a él, estar con él.
-Ya no lo aguanto más.-admitió abatido con aquel tipo de comunicación poco
común de forma entrecortada.-Necesito volver.-tiró de su cabello con los codos
apoyados en sus piernas.- ¿Y si le pasó algo? ¡Joder, no puedo soportar
imaginarlo siquiera!-gruñía con los nervios fuera de control, recibiendo meras
miradas de lástima.
Por un momento, despertó a su cerebro y se dio el lujo de preocuparse por
alguien más rememorando a su familia, cuya seguridad en el fondo le importaba.
Su hermano, Mikey, ¿seguiría siendo el mismo chico sociable a quien tanto
envidiaba? La gente cambia, y temía encontrarse con desconocidos quienes no le
reconociesen.
A pesar de todo, el muro que formaba su fortaleza, o en otras palabras, su
pequeño, estaría con él.
Suspiró siguiendo con los ojos el suave balanceo de las largas y gruesas
ramas que partían de un tronco, y los finos tallos de otras plantas más
pequeñas e hiperactivas.
Fue en aquel instante de completa vulnerabilidad de fecha desconocida
cuando una inusual brisa rozó de manera delicada, e incluso se podría decir que
tierna, su oreja como si de una sutil caricia se tratase, acompañada de unas
ondas que creyó poder comprender y descifrar el emisor de voz femenina y
melodiosa.
-Muy pronto él estará aquí contigo, y yo también regresaré. No tendrás que
preocuparte más; pero recuerda que no debes dejarte guiar por la hipocresía de
la sociedad, mi pequeño artista.-lo escuchó, y aunque no logró descifrar el
mensaje, resultó como un bálsamo de agua cálida que fortificó sus esperanzas.
Su querida abuela se lo había prometido, y él la creería.
-Gracias.-susurró a la nada derramando una resbaladiza lágrima que surcó
sus mejillas.
La tortura psicológica que corroía sus venas hasta agrietarlas formando
hemorragias de sangre oxidada en su interior cesarían, y dejaría de aferrarse a
las ilusiones que le hacían seguir adelante con una profunda pena que lo
destruía lentamente.
...
Asco. Todo allí le producía un profundo asco que le revolvía las entrañas;
los rostros felices de autómatas ignorantes y egoístas quienes solo se
alegraban por su propio bienestar económico, el pueblo sometido a las normas
ilógicas impuestas sin deseos de investigar los porqués, envueltos en la
homogeneidad de la globalización y un pensamiento único que cortaba de cuajo
las alas de la libre expresión o cualquier pizca de creatividad. Una misma
cultura, un mismo interés, como fotocopias idénticas y conformes con lo que
había sido impuesto de forma descabellada. Aquello no había ocurrido de la
noche a la mañana, sino que se trataba de un proceso que fue haciéndose cada
vez más notorio.
Recordó aquella vez en la que el instituto fue remodelado, y
"mejorado" por algún extraño motivo, y en las noticias encubiertas por una serie de
propagandas estúpidas y los hechos tapados con inútiles inventos, su sorpresa
al descubrir por cuenta propia los millones de personas que habían sido
desalojadas de sus casas y expulsadas de esa cuidad única y vigilada por el
simple hecho de su poseer elevada curiosidad e inteligencia, además de los
asesinatos en masa de aquellos que ya no servían a causa de su carencia de bienes.
Era una locura, y a su persona le daban nauseas permanecer en ese sitio un
segundo más.
-Frank, no te comprendo.-refunfuñaba el joven rubio de porte delgado con un
toque de molestia en sus palabras. Sabía que juntarse con personas como el
guitarrista simplemente provocaría problemas.
-Si tan solo abrieras los ojos, serías consciente de todo el mal que nos
rodea.-dijo carente de cualquier muestra de optimismo que le llevase a pensar
que el otro le haría caso.-Me voy a ver a tu hermano quien está en coma, si es
que aún lo recuerdas.-escupió sus palabras cruelmente enrollando una cómoda
bufanda alrededor de su cuello que lo protegía del ligero frío invernal.
-Deja de decir cosas extrañas. Te lo digo por tu bien.-si bien no era tonto
y sabía que la situación actual no podría ser catalogada como justa o normal,
prefería mantenerse en la línea y aprovechar lo bueno que aquella cuidad podía
ofrecerle, aprovechando la vida que tenía la suerte de llevar. Sin embargo, no
pudo evitar que un grueso nudo se le instalase en su garganta; decidió que
debía tomar otra dosis de esas caras pastillas que tanto bien le hacían y tanta
fama tenían.
El menor bufó atravesando las puertas de vidrio de aquel hospital
prácticamente vacío que no había sufrido más que cambios en el personal a lo
largo del tiempo, y que de alguna forma lo reconfortaba.
Las paredes blancas le daban la
bienvenida-figuradamente-, a la habitación en la que un cuerpo inmóvil se
encontraba sobre un colchón gastado. La estancia era pequeña, cuadrada y con
poca cosa más que la cama, la gran cantidad de máquinas polvorientas, y un
mueble anticuado. Se habían olvidado del enfermo, y allí había estado
alimentado por suero psicológico, acompañado cada día por nadie más que el
pelinegro.
Dibujó en su rostro una media sonrisa al observar su expresión calmada y
natural, completamente distinta a la del resto de humanos que poblaban el mundo
en ese momento. Sus bonitos rasgos eran invariables, y sus músculos no se
encontraban tensos, dando una apacible imagen.
-Volveré contigo. Si tan solo supiese cómo...-exhaló tomando la gélida mano
del enfermo, deseando transportarse mágicamente una vez más para huir de aquello,
harto de sus dudas. Se conformó con el hecho de saber que él estaba a salvo.
Sacudió la cabeza empezando a padecer un punzante dolor producto de tanto
cavilar, cavando en un pozo profundo sin respuesta. Visualizó unas sombras a
través del cristal de la pared posterior, distinguiendo a alguna enfermera
seria de bata blanca y un doctor ceñudo de arrugas marcadas, firmes como
robots, sin ningún tipo de lenguaje extralingüístico, debatiendo sobre algo que
consiguió descifrar y le produjo dar un salto hacia delante ante tales
comentarios disparatados. Nunca dejaría de asombrarse con la actitud insensible
de los humanos.
Las oraciones que formulaban no guardaban ningún tipo de emoción, como si
tratasen de un tema cotidiano de mínima importancia.
Un mareo desbordante lo atacó, mientras su sangre roja bullía de
impotencia.
-Deberíamos desconectarlo ya. No es más que una pérdida de dinero
innecesario; no nos sirve para nada en ese estado. Además, demolerán este
hospital dentro de unas semanas.-opinaba el hombre de gruesos anteojos frotando
su barbilla.
-Es verdad.-concordó una joven de moño apretado y alto.-Pero su familia no
estará de acuerdo, aun siendo fieles ciudadanos, se trata de su
hijo.-objetó colocando sus ropas claras.
-Eso no es ningún problema.-sonrió el tipo de blanco.-Nos encargaremos de
eso. Simplemente diremos que el sujeto 3469-leyó el número escrito en los
papeles que sujetaba con los datos del paciente- falleció por algún ataque
repentino.-concluyó.-Uno más, uno menos; no creo que a nadie le importe.-se apoyó
en el marco de la puerta escribiendo algo en una hojita que no logró visualizar
desde donde se encontraba.
El pelinegro apretó los puños al borde de explotar cual volcán en erupción,
con las venas marcadas en la frente debido a la fuerza que ejercía con muchos
de sus músculos. Respiró hondo obligándose a calmarse, mas su cólera inundaba
cada poro de su ser de forma incontrolable. Gruñó sin detenerse a pensar en las
consecuencias que sus futuras acciones pudiesen tener, y se alejó del
inconsciente con pasos largos y rápidos acercándose a aquellos monstruos con
claras intenciones agresivas. Sin embargo, estos se mantenían ajenos a lo que
fuese que no entrase en su aburrida conversación sobre la manera de deshacerse
de los ingresados, sin percatarse en el chico que abría y cerraba la puerta
hacia afuera produciendo un seco sonido atentando contra la estabilidad del
vidrio con un área de furia envolvente.
-¡Sois una maldita basura, una mierda!-escupió cerca de sus víctimas,
alzando la mano y atinando en el rostro de una de esas personas
desprevenidamente, colisionando con una gran fuerza que incluso dañó los
nudillos del agresor.-¿Cómo os atrevéis a jugar con la vida de las personas
para vuestro propio beneficio, eh?-unos brazos lucharon por sujetarlo, mas se sacudió
hasta el cansancio repartiendo golpes mientras sus ojos se humedecían entre
sollozos.-¡Basura!-repetía sin contener el llanto, incapaz de hacer algo que
pudiese cambiar el mundo. Pero si tuviese alguna oportunidad de lograrlo, sin
duda lo intentaría.
-Este lugar está podrido. ¡Todo es una asquerosa falsa!-se reveló
forcejeando por escapar de esos cuerpos que consiguieron retenerlo e impedir
sus constantes pataleos. Era una de las pocas veces en las que había estallado
de esa manera; simplemente debía liberar aquello que había mantenido retenido
desde que todo aquello había comenzado. Sería castigado, y lo sabía, pero no
hasta qué punto.
-Es un pobre diablo.-una mujer de rasgos asiáticos y cabello corto oscuro
apareció ante su vista observándolo con una fingida lástima que revolvió las
tripas de Frank, quien fue arrastrado hasta las afueras del hospital, empujado
contra el amplio maletero de un camión mediano de pintura blanca y perfecta.-No
deberías haber dicho eso.-sentenció.
El
interior del vehículo estaba frío y oscuro, sin ningún tipo de ventana que le
permitiese observar qué ocurría en el exterior de él.
Se
movió con agilidad hasta las puertas metálicas arrastrándose con las rodillas,
pero no fue lo suficientemente veloz y estas cerraron produciendo un gran
estruendo dejándolo encerrado en ese pequeño espacio rectangular de escaso
oxígeno. Se resignó apoyándose en la pared de una de las cuatro esquinas
abrazando sus cortas piernas, incapaz de asimilar esa situación que se le había
salido de las manos. Tenía su justificación, ya que esas criaturas planeaban
acabar con la vida de su amor, mas una vez hubo vuelto en sí, los sollozos
retumbaron en sus propios oídos. Solo había generado más problemas, actuando
como un niño en lugar de meditar para encontrar una solución. Gerard seguía
estando en peligro, y no conocía el sistema de la otra dimensión, por lo que
quizá desapareciese de allí también cuando sus latidos cesasen, convirtiéndose
en un alma en pena.
Su
llanto incrementó, y su pecho subía y bajaba con violencia.
No imaginaba qué pretendían hacerle a él, y se arrepintió de su actitud
impulsiva mientras el motor del automóvil rugía y las ruedas se deslizaban por
una superficie poco llana pasando sobre continuos baches.
Cuando creyó que su garganta estuvo seca, y sus penas al borde del abismo,
la luz llegó hasta él cegándolo momentáneamente. Se talló los ojos dirigiendo
una mirada a una gran central situada más allá de una especie de puente poco
iluminado. En estado de shock, fue conducido por unos extraños hombres cuyos
rostros estaban cubiertos por unas feas máscaras en las que se dibujaban
horribles rasgos que jamás había visto. No se resistió, ya que estaba rodeado
por muchos de esos tipos y él era lo suficientemente listo como para saber que
no podría alejarse más de un par de metros de donde se encontraba.
Con el corazón ahogado, ingresó en ese edificio de moderna arquitectura
lleno de aparatos tecnológicos por donde sea que observase, con una luz azulada
y fosforescente que alcanzaba cualquier rincón.
Ciertamente
podía catalogar aquel sitio con una infinidad de adjetivos que fuesen sinónimos
de la palabra “desagradable” y antónimos de “hogareño”.
Fue guiado, rodeado por ese grupo de gente extraña, hasta una sala amplia y
bien alumbrada en la que existía una rara decoración entre unas pantallas
modernas sobre una mesa de cristal rectangular en la que descansaban algunas
herramientas quirúrgicas, y un gran número de camillas colocadas de manera
lineal de patas metálicas cubiertas por sábanas, algunas tapando algo bajo
ellas y envolviendo su figura, dándole un aspecto similar al de una morgue,
aunque no estaba lejos de equivocarse.
Al finalizar su inspección, se percató de que los hombres de rostros
tapados se habían marchados, y la mujer de antes le sonreía irónicamente,
cruzándose de brazos con una tranquilidad inmutable. No supo qué hacer, a pesar
de que aquel sujeto parecía esperar a que hablase. Sin embargo, no deseaba
meter la pata de nuevo, y no podía disculparse de algo de lo que no se
arrepentía o pensaba, por lo que guardó silencio sin titubear, distrayéndose
con los bultos cubiertos.
-Bienvenido.-dijo con voz melodiosa y un gracioso acento.-Seré breve;
muchos como tú han pasado por aquí por situaciones parecidas, con sus estúpidas
teorías sobre la libertad de expresión blah blah-se burló gesticulando con las
manos.-Aunque de eso hace ya un tiempo. Desgraciadamente no podemos evitar
encontrar a alguno que otro rebelde como tú.-continuó fingiendo lástima.-Esto
que ves.-caminó hasta una de las camillas ignorando la presencia del joven,
destapando algo que resultó ser una enorme bolsa de plástico blanca con el logo
de la empresa dibujada en ella, cerrada mediante un cierre de metal que fue
deslizado hacia abajo dejando ver lo que había dentro.-son más "tú",
a quienes denomino "killjoys" debido a lo molestos que resultáis.
Frank se cubrió la boca horrorizado con los ojos fuera de sus ejes y un
mareo que lo sacudió causándole arcadas que fueron acompañadas por su pulso
rápido al descubrir un cuerpo humano pálido y desnudo, surcado de venas
verdosas y horrendas ronchas repartidas por su piel, junto a una mancha que
parecía profunda semejante a la de una quemadura, negra y obviamente dolorosa.
Estaba muerto.
-Oh, el valor del niñito desapareció.-se rió aquel ser.-Mira, mira. Tengo
una colección.-ensanchando su sonrisa apretó un botón brillante situado en la
pared activando algún tipo de mecanismo que produjo el descubrimiento de una
puerta oculta, ahora sobresaliente.
Divertida con las reacciones del pelinegro, hizo presión sobre la
superficie y esta cedió hacia dentro dejando un espacio suficiente como para
que sus cuerpos cupiesen hasta dar con otra estancia distinta, aun más
espantosa que la anterior.
Lo primero que percibió a través de su olfato fue un indudable aroma
pútrido; un olor a muerte y descomposición, que acompañaron a la imagen
posterior que contempló. Aquello no se trataba de una habitación normal, sino
que existía un puente que atravesaba un hondo hoyo similar a un barranco. Se
atrevió a echarle una ojeada al fondo de este, pero tan pronto como lo hizo se
alejó tambaleándose, y en su cerebro la escena de una enorme pila de cientos, o
probablemente miles de cadáveres rellenando el espacio, amontonados unos
sobre otros, desde el más antiguo y podrido hasta el más reciente y completo,
desprendiendo un hedor natural y vomitivo. No estaba preparado para algo así, y
pensó nunca estarlo.
-Primero experimentamos un poco con ellos cual ratas de laboratorio, y
cuando ya no los necesitamos para probar nuestros productos, los tiramos aquí,
la mayoría vivos, aunque otros tienen la suerte de ser previamente
asesinados.-explicaba pacientemente.-A veces nuestras pruebas no salen bien y
alguna sustancia química o radiación les produce enfermedades en los órganos,
huesos o piel. Aun así nos interesa su progreso y los sometemos a algunas
pruebas que nos benefician como empresa.-la mujer no podía evitar guardar aquel
discursito, ya que su parte favorita era ver las caras descompuestas de sus
futuros "ayudantes".- ¿Por qué tienes esa expresión? Al menos
resultan útiles para el mundo.-finalizó.
-No te preocupes si esta opción no te agrada; puedes simplemente seguir un
corto tratamiento de pastillas y volver a incorporarte a la cuidad. No somos
una compañía tan terrible como para darte una sola alternativa.-tomó de su
chaqueta de tela formal un pequeño bote lleno de grageas.-Es ahora tu elección;
te curas, o... vas al vertedero de allá abajo.-concluyó regresando a la sala
principal encantada con la conmoción del que estaba preso el más bajito.
Frank tragó hondo hipnotizado con la imagen poco alentadora, luchando por
sacar a relucir su coraje perdido y recordar su propósito principal. Pero
sintió terror cuando ni siquiera sus pies obedecieron y se encontró estático
como una piedra pesada y el rostro morado por su negación a respirar ese aire
contaminado. Debía salir adelante, por Gerard. Gerard. Pensó en él, y sollozó de
impotencia ante sus nulos intentos por ir con él, y su rotunda negativa a convertirse
en una marioneta más, similar a la de rendirse y morir tan vanamente. Entonces
volvió en sí, reconociendo todas sus alternativas como peligrosas, eligiendo
quizá la que más, y la mejor para él.
La imagen de la pistola colorida y letal que poseía la gente de ese
edificio junto a la de la marca oscura del muerto se relacionaron en su mente,
y rechazó a su cordura e instinto o pensamiento lógico, impulsado por una
fuerza desconocida que le llevó a atentar contra la salida de la habitación
bajo la mirada de la fría mujer, quien se decepcionó profundamente por su
actitud tan tonta. Bufó presionando con el pulgar una tecla de un aparato que
guardaba en el bolsillo, avisando a sus "empleados" de las
inservibles intenciones de ese chico que golpeaba la puerta sin resultado. Como
previó, unos hombres robustos llegaron disparados a esa zona, amenazando con
esa arma peculiar que solo ellos poseían y que les eran ofrecidas para realizar
su trabajo.
Frank no se amedrantó, escondiendo el pavor que recorría cada una d sus células,
poniendo todo su afán en obedecer las órdenes de su agotado cerebro.
Sus nudillos enrojecieron con el roce, desgarrando la primera capa fina de
su piel y dejando a las gotitas de sangre recorrer sus manos cerradas en un
puño débil. La salida estaba ahora protegida por esos hombres amenazantes, y no
tuvo más remedio que sacudirse de esas manos que luchaban por atraparlo
causándole varios moratones en más de una parte de su cuerpo. Por suerte, era
pequeño, ágil, y la adrenalina enviándole descargas multiplicaba la velocidad
de sus movimientos de defensa. Se contorsionaba de izquierda a derecha,
avanzando cuando tenía el espacio suficiente, y retrocediendo al ser
acorralado. Estaba cansado y había empezado a transpirar producto de sus
carreras continuas. Si aquel juego del gato y el ratón continuaba, lo
atraparían.
-Está bien.-susurró con la respiración entrecortada, ralentizando sus
pasos, aún sin permitir a esos tipos que lo retuviesen.-Me tomaré esas
pastillas.-dirigió una mirada de amargura al piso, con la cabeza gacha y sus
cabellos revueltos.
-Veo que al fin y al cabo no eras tan tonto.-le felicitó la mujer que había
actuado de espectadora acercándose con una expresión de satisfacción dibujada
en su cara redondeada.-Ven aquí.-le ordenó seria.
-T-tienes razón.-admitió afligido con la vista puesta en algo que un
sicario a su lado cargaba, mas la mujer no lo captó.-He sido un imbécil
pensando que podría hacer algo contra vosotros.-las lágrimas se deslizaron
hasta su cuello, arrastrándose por su piel clara.
Mientras hablaba, todos a su alrededor estaban quietos, luciendo despreocupados.
Aprovechó la situación alargando su brazo hacia atrás, tocando con su palma su
objetivo, el cual estaba metido en uno de los cinturones de esos seres, con
sumo cuidado. Sus dedos temblorosos y sudorosos se ciñeron al arma con sigilo
cuando quien parecía ser la jefa abría el enorme bote transparente de píldoras.
-No te preocupes, ya las pagarás más tarde.-se burlaba de esa gente
inferior que siempre lograba controlar tarde o temprano. La verdad es que le
hubiese entretenido jugar un rato más con ese chico y variar los finales
convencionales de sus víctimas.
El pelinegro entrecerró sus ojos en busca de concentración, atreviéndose a
actuar impulsivamente, haciéndose con esa pistola láser en menos de un instante
y echando a correr tan rápido como su anatomía le permitió, no sin antes alzar
el dedo medio frente a esas repulsivas criaturas, tan veloz que sus pies
parecían levitar apenas haciendo contacto con el piso duro, con sus sentidos
alerta y su órgano vital sobreexplotado, a punto de colapsar.
Lo había logrado, había burlado a aquellos a quienes consideraba sus
enemigos haciéndoles gruñir. Pero le quedaba un largo tramo aún, y su mente
estaba nublada, por lo que se obligó a recordar el camino. Debía intentarlo.
Le seguían, y las pisadas se acercaban. Siguió recorriendo el estrecho
pasillo alumbrado, y unas luces rojas parpadearon por todo el lugar acompañado
de un timbre grave, posiblemente como señal de alarma. Maldijo y limpió su
frente perlada en sudor con el dorso de su mano, humedeciendo este.
Frente a él, más secuaces se aproximaban en su dirección, y se culpó por
ser tan imprudente. No tenía otra opción más que utilizar aquello que acababa
de robar, apuntando a esos cuerpos fuertes y apretando con temor el botón que
no tardó más de unas milésimas de segundo en expulsar un rayo colorido que
colisionó con la pared. Bufó y lo volvió a intentarlo, con sus piernas ardiendo
y sus ojos chorreantes, pero no logró atinar.
Bajó la pistola verde en la que había algunos dibujos plasmados que no tuvo
tiempo de analizar o descifrar, pero la volvió a alzar disparando sin
consideración de forma continua, cerrando sus párpados, caminando a ciegas,
escuchando los quejitos que le avisaron de que había acertado. Aquello parecía
una horrible pesadilla.
Pudo visualizar la cristalera y el puente exterior vacíos. Supuso que todos
habían entrado al edificio cuando la alerta había sonado, y creyó encenderse en
su interior una leve esperanza. Y entonces, un dolor indescriptible atravesó su
bíceps haciéndole gritar de puro espanto. Ardía, su carne se derretía y
burbujeaba.
Sintió que un bicho le comía los músculos de esa zona, retorciéndose, como
si millones de agujas envenenadas se hubiesen clavado en él, y sus ojos
nublados captaron visiones distorsionadas que lo animaban a detenerse. Pero no
lo hizo, y divisando la furgoneta en la que había sido retenido, reventó los
cristales con varios rayos, llorando cuando el hombre enmascarado de su
interior cayó como un muñeco.
Bajo la mirada de más de veinte personas carentes de emociones que le
lanzaban rayos de colores cual fuegos artificiales en una celebración, se subió
en el vehículo entre gemidos desgarradores sin importarle siquiera el frío
petrificador del ambiente o el olor a podrido de su brazo, sujetando el volante
con su mano sobrante y experimentando la sensación de conducir un coche en
aquel estado, apretando el acelerador, haciendo a los neumáticos chirriar.
Suspiró viendo que tras él numerosas motos blancas lo seguían de cerca,
queriendo llorar de nuevo y hacer perretas. Supo que estaba perdido, mas alargó
su agonía levantando humo al superar, doblar, o más bien, cuadriplicar, el
límite de velocidad permitido en las carreteras de la cuidad, sin un destino
concreto.
Tiempo atrás hubiese llamado a su familia o hubiese buscado refugio en
ella, pero ahora sabía que, aunque le hiriese enormemente admitirlo, si lo
hiciese le entregarían a Blind sin dudarlo. Pero no los culpaba, no era su
culpa, o eso quería creer. Los extrañaba, aunque dejó que los pensamientos fríos
sustituyeran a los melancólicos.
Supo a donde ir a la misma vez que dio con un pequeño pero importante
detalle. Buscó algo en la guantera de plástico hasta hallar el artilugio más
punzante y cortante que pudo palpar, dando con unas hojas de metal brillante
sin empuñadura, finas pero letales. Se detuvo con rapidez tomando la que
tuviese una punta más afilada, y temblando pero con determinación, enterró esta
en la parte superior de su herida, muy cerca de su hombro, provocando una
pequeña hemorragia de líquido carmín que manchó sus ropas. Apretó sus dientes
tratando de mantenerse consciente el tiempo suficiente como para introducir dos
de sus dedos en el hueco considerablemente grande de su extremidad superior y
sacar una tarjetita minúscula incrustada a algunos milímetros de
profundidad. Chilló, rugió y explotó en llanto al borde de caer desmayado, mas
no se dio tal lujo y tiró desde los vidrios rotos del vehículo el microchip que
jamás le permitiría cumplir con su afán de libertad.
Volvió a acelerar mareado, recorriendo la carretera trazando líneas
oblicuas, rompiendo señales de tráfico e incumpliendo cualquier norma de
conducción. Huyó, huyó resistiendo el dolor más grande que jamás hubiese
experimentado, sin nadie a quien pedir ayuda, desviándose por un sendero
desierto, llegando al lugar de sus recuerdos. Sus persecutores desistieron, y
así, empezó su vida como enemigo mortal de Blind, el fugitivo más peligroso de
Battery City.
Creyendo morir, se adentró en el pequeño refugio preparando un torniquete
improvisado con su chaqueta, limpiando con el agua de una botellita la
sustancia rojiza y espesa que no dejaba de salir, mordiendo sus labios, pálido,
como si de verdad toda su sangre se hubiese escapado a través de su herida.
Anudó como pudo las mangas alrededor de su brazo, apretándolo con la tela.
Posteriormente, se llevó a la boca los contenidos de una de las asquerosas
latas de carne de aquella empresa, rellenando su estómago con algo que le costó
digerir, y humedeció su garganta reparando las grietas de sus paredes,
levemente aliviado. Había sobrevivido.
Se tumbó sobre el suelo de madera vieja haciéndose una bolita, aprovechando
su calor corporal, doblando su tronco apoyado sobre su costado menos dañado, y
como si de una poción de sueño hubiese actuado sobre él, cayó rendido en el
anochecer de aquel día que supondría un gran cambio bajo la luz de la media
luna que flotaba en el amplio cielo en libertad.
~~~
-Déjame
en paz.- gruñía el apático joven empujando al perrito que volaba a su alrededor
dando aleteos a la par con los movimientos ajetreados de su cola.
Había perdido el ánimo y cualquier tipo de actitud social. Ni siquiera le
agradaba ya pasear por el mágico bosque, puesto que cualquier mínimo ruido le
resultaba un quebradero de cabeza, acostumbrándose a la soledad ocasionalmente
interrumpida por molestas visitas. Se había vuelto costumbre deambular de
habitación en habitación, encerrarse en cuatro paredes hasta que se aburría y
cambiaba a otra distinta. Aparte de eso, no hacía absolutamente nada. Se había
cansado de quejarse.
Él no quería admitir que se había rendido, sino simplemente utilizaba la
absurda excusa de estar esperando a que algo ocurriese.
De vez en cuando entrenaba, memorizando algunas técnicas nuevas y
perfeccionando su brillante manejo de katana. La mejora de sus habilidades era
notoria, siendo complicado para el mejor de sus contrincantes desarmarlo o
producirle algún tipo de daño. Pero apenas tenía recuerdos de la última vez que
había cruzado la parte segura y se había enfrentado a alguna criatura malvada
cumpliendo con su trabajo como protector del otro mundo, mas esa desazón le
impedía actuar o tener algún interés por algo.
Paseaba por la más alta de las plantas de aquel enorme castillo jugando con
la pulsera de su muñeca despreocupado, pasando por la sala de prácticas en
donde aquellos muñecos de madera eran utilizados como atacantes. Por simple
nostalgia se adentró en ese lugar vacío, ya que en ese momento sus
"compañeros de dimensión" habían salido, y la verdad es que no había
interactuado con ellos desde hacía muchos destellos interestelares, como le
gustaba llamarlo a él. Se apuntó mentalmente la tarea de disculparse cuando su mal
humor disminuyese.
Cerró los párpados moviendo sus labios sin pronunciar sonido alguno como si
esto le requiriese un claro esfuerzo, alzando uno de sus brazos con una mueca
de concentración. Momentos más tarde, un delicioso helado de chocolate aparecía
sobre su palma. Se lo llevó a la boca recordando su sabor, logrando captarlo
sin dificultad. A veces le gustaba darse algunos caprichos como aquel utilizando
la magia y realizando hechizos similares, ya que era lo máximo que podía hacer;
crear objetos poco pesados como comida o ropa.
Suspiró con un deje de hastío ante su fugaz ocurrencia mental mientras
saboreaba el dulce. Se propuso volver a intentarlo, empujado por su añoro. Al
fin y al cabo, ya estaba suficientemente decepcionado consigo mismo por sus
nefastos resultados.
Su pequeño no salía de su trastocada cabeza.
Pensó con terror en su aspecto actual, ya que a diferencia con la realidad,
allí tenía el mismo aspecto con el que había llegado. De este modo, si se iba y
regresaba, su imagen se "actualizaría" y adoptaría la nueva apariencia
en ese sitio de fantasía. Habiendo permanecido ahí desde los dieciséis años, no
había cambiado nada. Quizá ahora sería un anciano de pelo canoso y bigote
poblado.
Dejó atrás sus miedos secundarios para relajar su cuerpo, buscando el
equilibrio con el medio, recitando palabras memorizadas con un profundo deseo,
creyéndose incapaz. Como supuso, lo único que había conseguido había sido
agotar sus energías, nublar su vista, un dolor de cabeza y desquiciarse aun
más. Bufó dándose la vuelta, encerrado en sus penas.
Observó con ira a uno de los muñecos, un Scarecrow de tamaño mediano, como
si este fuese el culpable de sus males.
Tan ensimismado estaba en asimilar su nuevo fracaso que no notó el cambio
de temperatura en el ambiente, ni lo estrecha que se había vuelto esa estancia.
Fue solo cuando su vista hizo un recorrido a su alrededor cuando supo que no
estaba en el castillo. Antes de nombrarse victorioso, se percató de que no
reconocía ese extraño sitio. En lugar de observar una sosa habitación de hospital,
se hallaba encerrado en una celda de cristal bajo unos focos luminosos que lo
cegaban y enrojecían sus ojos secos.
Podía ver una puerta blindada de metal con una cerradura de acero que
parecía irrompible. El olor a metano y otros compuestos químicos lo
descolocaba. Por muchos años que hubiesen transcurrido, un centro médico no
podría haber evolucionado a algo así, se dijo.
Entonces, creyó haberse transportado a un tercer mundo en el que jamás
había estado. Y sin saber qué hacer, se incorporó en esa especie de camilla
incómoda con el primer impulso de palpar su rostro en busca de arrugas.
Afortunadamente, no encontró ninguna y se alivió levemente. Acarició su propio
cabello largo hasta los hombros, llevándose una sorpresa al examinar las puntas
rojas. El corazón le dio un brinco atribuyéndole aquella travesura a su
Frankie. Estudió sus vestimentas blancas y feas de tela fina. Tocó su vientre
notándolo más desinflado, y supuso que aquello se debía a su inconsciencia.
-¡¿Hay alguien ahí?!- gritó comenzando a sentir claustrofobia, poniéndose
de pie apoyándose en el colchón, ya que sus piernas débiles amenazaban con
torcerse.
-¡Heeeeeeeeeey!-chilló escuchando su voz, algo más grave y afónica a causa
del desuso de sus cuerdas vocales.- ¡Mamá, papá, Mikey, Frank!-se dejó inundar
por la emoción de volverlos a ver, dando pasitos cortos, volviendo a caminar
con los pies descalzos pisando el helado suelo.
La respuesta no fue la esperada, y en lugar de una bienvenida, unos
sujetos, cada cual más raro, vestidos con el mismo uniforme y con el rostro
cubierto por la misma máscara lo visitaron observándolo como a un animal
enjaulado. No comprendía qué estaba pasando.
Una mujer seria y temperamento indescifrable se sumó al escrutinio,
acercándose al cristal para analizar con mayor detalle al chico de expresión
confusa.
-Ha despertado, señora.-anunció uno de los tipos enmascarados, por suerte,
en su mismo idioma.
-Eso ya lo veo.-dijo ella con actitud molesta.
-¿Pueden sacarme de aquí?-se atrevió a hablar el pelirrojo harto de la
situación, sintiéndose humillado.
-¿Qué hacemos con él?-preguntó otro de los hombres, ignorando sus palabras
como si hubiese hablado en otro lenguaje.
-Nada, por ahora.-zanjó la de traje caro y carácter frío.-Recordad que es
importante mantenerlo aquí.-continuó.-Empezaremos pronto con las
pruebas.-informó dirigiéndose hacia la salida con tranquilidad.
-Eh, ¿qué demonios está pasando?-gruñía Gerard rabioso.- ¡He ordenado que
me saquen de aquí!-refunfuñaba.
Esos sujetos le dedicaron una mirada cargada de odio a través de la careta
de plástico, haciendo un amago de ponerse a la defensiva.
-Dejadlo.-tan pronto como la mujer habló, todos le dieron la espalda
obedeciéndola cual perros entrenados.-Es nuevo aquí.-finalizó con un deje de
malicia mezclada con una ligera lástima, marchándose de allí bajo los gritos
del molesto joven, asegurando los cerrojos posteriormente.
Gerard no cabía en sí del coraje que sentía, creyendo ser un mono en un zoo
extraterrestre. A pesar de sus réplicas, nadie le escuchaba, y era lo suficientementemente
inteligente como para saber que no podría escapar por sus propios medios. Así
que cargado de ira, se sentó en unas esquinas de ese cubículo, incapaz de hacer
nada cual espectro invisible. Estaba acostumbrado a la espera, por lo que las
horas pasaron ante él sin lograr alterarlo, dedicando su tiempo a meditar en
las últimas palabras que Frank le había dicho antes de su ida. Tenía razón;
aquello era una pesadilla.
Se tallaba la frente con un gesto inquisitivo, experimentando la sensación
de hambre de nuevo, escuchando a sus tripas rugir y retorcerse en su interior.
Aquel trato recibido sin motivo lo desconcertó, y a menos que hubiese matado a
alguien estando en coma no podía encontrar explicación. Además, el frío se colaba
a través de la tela poco gruesa calándole los huesos, pero no tenía ningún
lugar en el que acurrucarse en ese vacío espacio.
Justo cuando su aburrimiento llegaba al límite se escuchó un ruido mecánico
y un hombre de caminar tieso cual muñeco con el atuendo que lo caracterizaba se
acercó hasta él, abriendo la vidriera por medio de un botón escondido. Depositó
algo en el suelo; una especie de bote plástico.
El pelirrojo no se inmutó siguiendo al sujeto con la mirada, percatándose
de que este estaba armado con una pistola que parecía de juguete metida en el
cinturón. Simplemente lo llamó antes de que este se marchase sin obtener más
que un verbo en imperativo: "tómatelas".
Gerard se agachó sobre sí mismo tomando aquel frasquito que para su
famélico cerebro sería una rica comida, mas se trataban de unas feas pastillas.
Se detuvo a mirar el logo del envase con un mal presentimiento rondándole.
Estuvo tentado en obedecer y saciarse con aquellas píldoras, pero no era tonto
y sospechaba de que se tratasen de algún tipo de droga. No podía confiar en
unos desconocidos que lo habían encerrado en una especie de jaula.
Fantaseó con una nueva aparición, pero supuso que se habrían olvidado de
él.
Caminaba de una esquina a otra, estirando sus articulaciones engarrotadas y
oxidadas. Reflexionó sobre aquel medicamento y se propuso estudiar sus efectos;
era algo estúpido, pero en un sitio como ese sin nada más entretenido que
hacer, le parecía una idea atrayente. Quizá le otorgaría algo de sueño, o `le causase
una mutación e incluso adquiriese super-poderes. Ninguna de aquellas
posibilidades le resultó del todo terrible.
Jugó con el bote en su palma oliendo este con desconfianza, sin captar nada
raro. Siguió analizando una de esas pastillas sólidas y duras, pasándola de una
mano a otra. Desde luego, prefería su deliciosa comida mágica a aquello.
Se propuso realizar un hechizo como última alternativa, pero como había
adivinado, no funcionaba en esa dimensión. Exhaló resignado llevándose el
comprimido a los labios, captando su textura lisa.
Fue interrumpido por un alboroto que procedía desde el otro lado de la
puerta. Unos sonidos similares a los de los disparos, un poco menos estrepitosos,
llegaron hasta él y se detuvo descifrando la escena. Sin embargo, no tuvo que
imaginar mucho más, puesto que un hombre bajito acompañado por un grupo de
tipos enmascarados irrumpió en la estancia.
-¡NO!
Aquella
voz familiar le hizo girar la cabeza y congelarse como una estatua de hielo en
estado de conmoción. Su corazón dio un brinco, y sus ojos actuaron como el
dispositivo de una cámara, cerniéndose sobre esa persona que le dedicaba una
sonrisa preocupada.
-¡Frankie!-gritó saliendo de su trance, abalanzándose sobre el vidrio
recuperando su energía súbitamente, deseando alcanzarlo.
Mientras rasguñaba el cristal en un vano intento de acercarse a él, el
menor luchaba contra aquellos seres realizando varias fintas, contraatacando
con disparos certeros; en medio de la frente o en el corazón. Inmovilizaba a
sus enemigos con rápidos movimientos de brazos y piernas, con la vista puesta
en aquel pelirrojo a escasos metros de distancia.
Gerard lo miraba atónito ante la aparente destreza que probablemente
dejaría en ridículo a sus propias técnicas de combate.
Anonadado contempló el rostro con
leves rasgos aniñados que conservaba desde su adolescencia, como los marcados hoyuelos
de sus mejillas. Su pelo rebelde y azabache había crecido unos centímetros más
por debajo de los hombros. Llevaba unos vaqueros ceñidos que tapaban sus botas,
una camisa de manga larga que combinaba el amarillo y el negro, un chaleco
desgarrado de color verdoso y un pañuelo azul con estrellas blancas dibujadas
anudado a su cuello. Lo que más destacaba era aquella máscara de látex con el
rostro de Frankeinstein sobre su cabeza.
Pudo adivinar un rastro de rabia en su expresión cada vez que apretaba el
mecanismo de la pistola, quizá con el odio nublando su mente. Pero no le dio
importancia.
-No te dejes engañar. ¿Cómo sabes que él es el bueno y todos nosotros nos
equivocamos?-las últimas palabras del enmascarado no lograron confundir a su
receptor en ningún sentido. Sabía que, pasase lo que pasase, cambiado lo que
hubiese cambiado, confiaría en Frank sin dudarlo.
Observándolo perdió la cuenta del número de contrincantes que había vencido
y ahora adornaban el suelo. Cuando el último cayó contorsionándose a causa del
dolor el más bajito apuntó un punto estratégico de la vidriera permitiendo que
esta se abriese.
-Gee...-susurró derramando una lágrima de felicidad que limpio con un
pulgar, derritiéndose cuando sus miradas se reencontraron de nuevo, envueltos
en un hechizo de hipnotismo.
-Vamos.-el pelinegro despejó su mente recayendo en el peligro que ambos
corrían, por lo que tomó su mano suspirando ante el contacto y echó a correr
con rapidez pidiéndole al otro que le siguiera el paso.
-Toma; ponte esto.-se detuvieron un instante para calmar su respiración, y
el más bajito le tendió un peculiar antifaz amarillo con símbolos circulares que
había sacado de un bolsillo.
Gerard obedeció colocándose aquel objeto en su rostro, cubriendo la mitad
superior del mismo.
La conocida alarma se activó y las luces rojas inundaron el lugar mientras
ellos recorrían el pasillo despejado. Por donde quiera que pasase solo eran
cuerpos tendidos sobre el piso los que complicaban su tarea, por lo que sin
muchas complicaciones de por medio alcanzaron la salida, siendo grabados por
numerosas cámaras de seguridad que no lograron descifrar el rostro del mayor.
-¿Por qué tú no te pones la máscara?-preguntó curioso mientras Frank
intentaba desbloquear la puerta por medio de disparos verdes.
-Es una larga historia.-rió reemprendiendo la marcha saliendo del edificio
iluminado para enfrentarse a la fría cuidad de cielo oscuro.
El mayor escuchó en su cerebro las palabras del difunto hombre enmascarado,
pero sacudió la cabeza al atreverse siquiera a dudar de una sonrisa tan sincera
como aquella.
Había empezado a anochecer, pero las luces artificiales alumbraban con
potentes boltios las calles transitadas. Llegaron hasta un puente cerrado de
cemento, y en su interior una igualada pelea les impidió seguir.
Gerard creyó que de nuevo una desigualada batalla empezaría, y temió por la
seguridad del menor, quien por muy buen luchador que fuese, no podría ganar
esta vez estando agotado y débil. Pero un desconcierto lo golpeó ante la
actitud imprudente del menor, quien se acercó a dos de ellos.
Los sujetos se dieron la vuelta para hablar con el pequeño, pero al ver a
ese pelirrojo asustado a sus espaldas ignoraron al de verde y a cualquier
criatura que trataba de asesinarlos, abalanzándose sobre el desconcertado joven.
El de ojos aceituna tardó algunos segundos en identificar a esas personas
cuando dejaron su rostro descubierto, quitándose los duros cascos que los
protegían de los golpes asestados en el cráneo o la cara.
-¡Mikey, Ray!-chilló correspondiendo al abrazo de su hermano y su amigo,
sollozando a causa de la impresión.
Sus piernas temblaban y sus palpitaciones se aceleraban temiendo
desfallecer. Por otro lado, el menor atinaba en el cuello de uno de los
oponentes, resultando apenas rasguñado.
-Te echaste una larga siestecita, eh.-bromeó el de rizos soltándolo con
pesar.-Mejor os marcháis ya. Nosotros nos encargamos.-dijo adoptando un tono
serio, retomando su postura de lucha.
-Luego nos vemos.-finalizó su hermano, ahora rubio alzando su pistola roja.
Frank sacó a su novio conmocionado de allí, recorriendo un ligero tramo
vacío hasta localizar un viejo coche blanco alargado lleno de dibujos coloridos
en cuyo amplio capó se observaba una enorme araña de pintura negra.
Rápidamente el menor abrió una de las puertas tan pronto ambos entraron al
automóvil, el motor de este rugió y las ruedas rechinaron al girar sin
necesidad de utilizar una llave.
Frank concentrado conducía con las manos en el volante, ablandando su
expresión al ver al otro examinar el exterior a través de la ventanilla del
copiloto, pasmado por la avanzada arquitectura y el aspecto superficial de cada
rincón, carente de naturaleza.
-Te echaba de menos, Gee.-susurró entrelazando los dedos de su mano libre
con los del contrario, maravillado por la calidez envolvente.
-No sabes lo mucho que te extrañé allí, frustrado por ser incapaz de venir
a verte.-confesó el mayor sollozando, sufriendo los estragos del llanto.
-¿Recuerdas lo que me preguntaste antes?-le recordó.-Mira.-soltó su mano
durante un minuto para sacar de la guantera un gran papel doblado.
Gerard examinó el papel en el que se adivinaban varios rostros conocidos
impresos tachados con una gruesa cruz roja y unas letras en negrita en la parte
inferior que decían: "Killjoys. Se buscan". Confuso siguió ojeando el
objeto, esperando una explicación.
-Así nos llamamos; los killjoys.-aclaró.-El mundo ha cambiado, como habrás
visto. La empresa lava-cabezas domina el mundo, y nosotros nos negamos a ser
robots. Yo primero, y más tarde ellos abrieron los ojos, y ahora nos buscan
para matarnos.-concluyó con una sonrisa amarga.-No tienes ni idea de todas las
cosas horribles que he vist- fue interrumpido por la imagen que observó en su
retrovisor.
-Oh, no Gee. Te han implantado el microchip y nos siguen.-gimió el menor
poniéndose de pie dejando que una parte del techo se abriese para disparar a
las ruedas de la moto blanca con un característico logo que estaban tras ellos.
El pelirojo permanecía estático asimilando aún la información que
difícilmente entraba en su cerebro, formulando una larga lista de preguntas que
se le atascaban en la garganta.
-Tengo que sacarte eso.-Frank regresó a su sitio.-Solo si quieres. Si no,
podemos intentar despistarlos.-finalizó sin querer forzarlo, comprensivo. No
quería hacerle daño, y le hería terriblemente hacerle pasar por aquello.
Respetaría su decisión fuese la que fuese.
-Solo quiero que estemos a salvo. Haz lo que quieras.-respondió con una
seguridad que no tenía, convenciéndose de que las cosas irían bien.
El menor asintió con el corazón en un puño, apretando sus párpados para no
llorar por su cobardía. El más alto le infundió ánimos mediante caricias con el
pulgar en el dorso de su mano como señal de sumisión. Finalmente, descartó otra
posibilidad y estacionó de mala manera en un despejado callejón silencioso,
sacando de su chaleco un cúter afilado que limpió con desinfectante.
-Está en tu brazo izquierdo.-informó.-No hay anestesia ni nada
parecido...-sus ojos se humedecieron y su boca formó un puchero triste,
amenazando con llorar.
-Está bien. Yo antes era emo, ¿recuerdas? Esto será solo un pinchacito.-se
convenció despegando la zona indicada de su cuerpo para un mayor alcance del
menor.
Su pulso temblaba con el arma afilada en entre las manos, con los orbes
vidriosos y una tristeza inexplicable. Con una exhalación profunda se atrevió a
tomar el brazo y a dejar sus dedos rozarlo, mojados con el desinfectante con
cariño, posicionando el objeto cortante en el punto correcto, intentando
relajar su pulso antes de profanar la primera capa superficial de su piel nívea
con sumo cuidado.
-No hagas fuerza.-aconsejó escarbando en su carne.-Falta poco.
Gerard apretaba sus dientes y párpados dejando escapar gritos sordos,
luchando por no retorcerse cuando el arma aumentaba de profundidad,
haciendo brotar borbotones de sangre, sintiendo como si el ácido le consumiese
lentamente. Escocía demasiado.
-Ya lo tengo. Aguanta un poco.-el menor parecía sufrir más que él con
aquello, experimentando pinchazos de culpabilidad que lo atosigaban. Pero logró
encontrar el pequeño dispositivo y lo sacó con rapidez aplastándolo con dos de
sus dedos, mostrándoselos a Gerard para que comprobase que no mentía, para
lanzarlo posteriormente a la calle, ya que sabía que ni siquiera un líquido tan
fuerte como el alcohol lo estropearía.
-Voy a curarte.-su voz vibraba casi tanto como él mismo, mojando un trozo
de tela en el desinfectante y pasándolo suavemente sobre la zona abierta,
haciendo al herido contraer los músculos ante la sensación desagradable que
quemaba su piel.
Terminó de retirar las manchas rojizas hasta que apenas salían gotitas de
líquido vital y apretó ligeramente el paño contra su brazo, protegiéndolo de
cualquier infección exterior.
-Gracias por hacer esto por mí.-musitó el pelinegro recuperando su
respiración pausada, regresando a su actitud relajada.
El mayor sonrió sin poder evitar hacer una mueca adolorida, rodeando el
cuerpo del menor con sus brazos estando uno frente al otro, apoyando su cabeza
entre el espacio de su cuello y su hombro.
Una
duda se apoderó de él y su convicción, mas formularla le aterrorizaba. Con
ternura acarició una de sus mejillas despegándose un poco de él para mirarlo a
los ojos, y entonces cualquier miedo desapareció en esos preciosos irises.
-Aunque hayan pasado muchos años, sigo amándote.-confesó sonriendo
ladinamente con un sonrojo dibujado cual colorete en sus redondos mofletes.
-Tampoco somos ancianos aún, ¿no? No me digas que tengo canas.-dramatizó
jugando con su pelo.-Tampoco has crecido nada.-se burló ganándose un golpe en
la frente.-Y yo también siento lo mismo aquí.-finalizó señalando la parte
izquierda de su pecho, derritiendo al menor. Era sorprendente la facilidad con
la que podía expresar sus sentimientos sin titubear.
-Entonces, ¿estamos en el Apocalipsis?-intentó bromear dedicando una rápida
ojeada a su alrededor.
-Algo así.-Frank abrió la puerta del coche, recibiendo una mirada
intranquila.-Podemos dar un paseo. No te preocupes; tengo mis métodos.-guiñó un
ojo de forma convincente.
El más bajito hizo un pequeño recorrido a través de algunos edificios y
calles plagadas de símbolos cuyos significados explicó, como si se tratase de
un guía turístico que le desvelaba la historia y los secretos de esa cuidad
artificial.
Más tarde, regresaron al vehículo cuando los lugares por los que pasaban
resultaban idénticos al resto. Charlaron animadamente durante el trayecto,
contándose las numerosas anécdotas de las nuevas aventuras que habían vivido
estando separados, y rememorando alguna experiencia vieja.
Gerard le contaba su aburrida estadía en el otro mundo, y la agradable paz
que reinaba allí desde hacía ya bastante tiempo. Presumió de sus progresos, le
describió sus fracasos y sus creaciones mágicas. Por otro lado, el menor
alegaba sobre el comienzo de su vida como el enemigo más buscado, y relataba
sus grandes hazañas mostrando sus heridas de guerra. Existía una impresionante
química y compatibilidad entre ellos.
-¿Y mis padres?-cuestionó sabiendo que se trataba de un tema delicado, ya
que el otro bajó la cabeza afligido, como si recordase algo trágico.
-Son como ellos, Gee.-dijo.-No son malos, pero les han drogado para alterar
sus recuerdos, y no hay nada que podemos hacer.-murmuró con tristeza.
-Pero se puede intentar hacer algo.-propuso negándose a sucumbir.
-Yo ya lo intenté muchas veces.-confesó con amargura.- Y ¿sabes lo que
ocurrió?-el mayor realizó un gesto de negación.-Me entregaron a ellos para que
curaran a su pobre hijo enfermo y rebelde.-sonrió con pesar.- ¿Sabes por qué te
tenían encerrado?-Gerard volvió a negar.-Porque eras un método de chantaje. Te
habrían matado hace mucho, Gee. Pero sabían que eras importante para mí, así
que te mantuvieron con vida, aunque sé qué hicieron experimentos contigo.-se
lamentó.-Si yo me acercaba a la central, acabarían contigo, y si no causaba
problemas, te mantenían a salvo.-finalizó más serio que de costumbre.
-Y como ahora no hay amenazas de por medio, somos libres para hacer lo que
nos dé la gana, evitando que nos atrapen.-completó.- Haz madurado.-susurró.
-Son las consecuencias de una sociedad así.-bufó.
-Esto es peor de lo que esperaba.-admitió pisando tierra firme y arenosa.
-¿Recuerdas este lugar?-cuestionó Frank con nostalgia.
-Claro, aunque está un poquito cambiado.-ironizó observando el inmenso
desierto y la casita de madera que se alzaba ante él.
-Date la vuelta.-ordenó haciéndole girar su cuerpo hasta el lado
contrario.-Como es muy pequeña para todos, arreglamos un viejo restaurante y lo
utilizamos como refugio.-informó.-Así que en la casita solo está mi guitarra y
unas sábanas. Me gusta dormir a veces allí para ver las estrellas y
relajarme.-tomó la mano del mayor guiándolo hasta la propiedad más grande.
Gerard comprobó que ese sitio árido estaba solamente habitado de plantas
que soportaban las altas temperaturas como cactus gruesos y altos o grandes
matorrales y árboles de tronco y ramas secas. Además, se adivinaban algunas
montañas poco elevadas, y las piedras grisáceas y duras contrastaban con la
tierra canela.
Las temperaturas no eran muy altas ni muy bajas, pero el sol actuaba
directamente sobre esa zona, y como Frank le había aclarado, en las noches la
arena enfriaba y aquello se convertía en una nevera inmensa. Sin embargo, se
percató de que él vestía aún la tela fina y ancha, y se avergonzó
momentáneamente.
-Espérame aquí un momento, Gee.-el menor pareció leer sus pensamientos y se
adentró al refugio dejando al pelirrojo esperando detrás de este.
Regresó con las manos llenas, y el más alto agradeció ser como un libro
abierto para su pequeño. Le ofreció una vieja y holgada camiseta negra, una
bonita chaqueta azul, unos vaqueros de color claro, unos guantes de cuero, unas
botas altas negras, y un cinturón con una bandolera atada con la capacidad y la
forma de una pistola.
-La chaqueta la hice yo.-dijo.-Los pantalones son míos y quizá te queden
apretados- se disculpó.- y toma.-le entregó un arma parecida a la que le había
visto utilizar a él de color amarillo y poco pesada.-Como habrás visto no son
pistolas normales.
-Lanzan rayitos de colores.-simplificó el pelirrojo divertido y curioso
ante las cosas nuevas que había descubierto, terminando de vestirse con
rapidez, colgándose la máscara del cuello y atusándose los mechones revueltos
de pelo.
-Parezco un Power Ranger.-se quejó agachando la cabeza para analizarse
hasta donde sus ojos pudieron llegar.-A ti te queda mejor.-fingió envidia.
-Esto es "lo que está de moda" ahora.-rió el menor adoptando una
voz aguda.
-Yo sí que voy a la moda, cariño.-aquella voz fina les hizo girar la cabeza
tras sufrir un susto a causa de la sorpresa.
Observaron a un hombre alto y delgado se deslizaba con unos patines sobre
el suelo ágilmente, vistiendo unas mayas coloridas sin complejo alguno y un
casco que impedía ver sus facciones, pero que retiró mostrando un rostro
sonriente y maquillado con una estrella negra alrededor de uno de sus ojos, resaltando
sus facciones con la máscara de pestañas y un brillo labial.
-¡Mario!-Gerard dio un salto, tan feliz como nunca creyó estarlo al verlo por
saber que otro de sus amigos estaba de su lado.
-Vaya, ya eres todo un hombre.-lo alabó.-Y uno atractivo, déjame decirte.- lo
observó llevándose una mano en la cintura.-Veo que ya te has unido al lado
oscuro.-silbó travieso ante su indumentaria.-Venga, entremos.
Los tres se adentraron en el extraño restaurante que aún conservaba las
mesas intactas, pero cuyas paredes
habían sido dibujadas, y la zona de la cocina estaba desordenada con botes
cerrados desparramados e incluso ropa.
Se escabulleron por una puerta situada detrás del mostrador, en donde había
un corto pasillito con unas escaleras que subían al piso superior y un cuarto
cerrado en el que estaba el baño. Estando en el piso superior, una gran sala
cuadrada se abrió entre ellos. En esta, habían varias camas individuales con
las sábanas dobladas y enrolladas. Dos personas estaban reunidas sobre un
colchón con una vieja radio en la mano hasta que aquella interrupción les hizo
dar un brinco y recibir a Gerard con abrazos constrictores que le dificultaban
la tarea de de sus pulmones apretados.
-Escuchad, escuchad. -Ray lucía emocionado, haciendo un gesto para que los
otros se acercasen.
-Parece ser que cinco
Draculoides- así era como denominaban a los hombres enmascarados.-han recorrido
el distrito sur, aunque no sabemos con qué propósito. No corréis peligro y no
creo que descubran vuestra ubicación. -decía la emisión.-Espera un momento, ¿por qué estáis
tan callados? ¿Ya llegó Gerard?-habló como si pudiese escuchar lo que ocurría
en la habitación, y el pelirrojo se sobresaltó cuando escuchó su nombre
pronunciado por aquel locutor.
Todos soltaron carcajadas rompiendo el silencio, menos Gerard, quien no
comprendía- de nuevo el motivo de las risas, ni la persona que les hablaba, o tan
si quiera si era amiga o enemiga.
-Es
Ron, tonto.-aclaró Mario propinándole unas palmaditas en la espalda.
-¡Oh, Ron!-su alegría salió a flote gritando cerca de ese aparato como si
de ese modo el mensaje pudiese llegarle más claro.- ¿Cómo funciona
esto?-preguntó sacudiendo la radio con intriga, sacando ruidos destartalados y
un pitido ensordecedor.
-Es como un teléfono o algo similar, aunque solo capta mi
emisora.-respondió el locutor amigablemente, feliz por la incorporación de su viejo
amigo.
-Ron se encarga de investigar los movimientos de Blind e informarnos de las
nuevas noticias. Es un trabajo complicado porque debe ir de un distrito a otro,
por lo que es un infiltrado y nadie sabe que es uno de los nuestros. Además
necesita amplios conocimientos sobre la tecnología para investigar los datos de
la central de la empresa.-decía Frank recibiendo todas las miradas.-Por eso
tenemos que soportar los lamentos de Mario por la lejanía de su amor.-se burló
recibiendo un golpe.
-Mario se encarga de conseguirnos provisiones u objetos que necesitamos, y
organiza las tareas en el refugio.-seguía Mikey sin dejar de sonreír.-O sea,
que es nuestra ama de casa.-añadió.
-Pues sin esta ama de casa te habrías muerto ya de hambre.-replicó el de
los patines mostrándole el dedo del medio.
-Haya paz.-rió Ron.-Bueno, ya es muy tarde. Me voy a descansar. Esto es
todo por hoy.-finalizó con un largo bostezo.-Buenas noches, amor.-dijo
dirigiéndose a su novio.
-Te quiero muuucho.-le respondió con una sonrisa tonta pero imperceptible
para su receptor.
El aparato dejó de emitir sonidos y los oyentes se tumbaron en sus camas
respectivas tallándose los ojos con el sueño visible en sus rostros ojerosos,
con bolsas visibles bajo sus orbes.
-En cuanto a nuestro trabajo, lo verás cuando haya una misión, aunque
supongo que ya te haces una idea.- Ray se tumbó en el cómodo mueble
descalzándose y sustituyendo la chaqueta por una sudadera gruesa.
-Nosotros nos vamos a la cabaña.-susurró el más bajito levemente sonrojado.
-Hasta mañana, Gee. Me alegro de volver a verte así.-se despidió el más
joven de los hermanos Way antes de caer rendido bajo las mantas.
-Y yo también, Mikey.-extrañamente experimentó un agradable alivio.
El pelirrojo temblaba cual gelatina al salir de las cuatro paredes que
retenían el calor, encerrándolo e impidiendo al frío entrar. Sus manos eran
apenas sensibles y su tacto se asemejaba al de una piedra congelada. Había
oscurecido y la única luz provenía de un anticuado farol que el menor sostenía
en su mano mientras escalaba el árbol de escalones rotos y roídos,
resguardándose en ese agradable espacio lleno de mantas, colchonetas y
almohadas que Gerard agradeció, enterrándose bajo telas dejando de tiritar.
-Ven aquí, Frankie.-lo llamó alzando sus brazos cual bebé que espera mimos.
El menor cerró la apertura de la casita con una vieja tabla obedeciendo el
mandato del mayor, hundiéndose en las sábanas, tumbándose con sus piernas
enredadas, enrollando un brazo en su cintura, apoyando la cabeza en su inquieto
pecho, aspirando su absorbente aroma.
-¿Cómo está Frodo?-preguntó Gerard recordando a su querida perrita, jugando
con los mechones de pelo del más bajito.
-Está bien. Está con mis padres.-sonrió con desconsuelo y el mayor lo imitó,
sabiendo que al menos la cuidaban.
Los cuerpos brillantes del cielo se multiplicaban alumbrando el firmamento
con su brillo puro, refulgiendo como los ojos de la pareja que disfrutaba de su
reencuentro. La ausencia del techo les ofrecía un completo espectáculo
astronómico en el que las estrellas fugaces se convertían en las protagonistas.
La luna se mostró acaparando kilómetros con su aura plateada, maravillándolos.
Una suave brisa chocaba contra la madera, sin poder colarse en la estancia
cálida.
Sus legibles miradas se conectaron durante un mágico
instante, descifrándose el uno al otro algo que no podían expresar en
palabras. La añoranza había resultado una tortura eterna.
-Quiero besarte.-musitó Frank acariciando el cuello del mayor con anhelo,
alzando su cabeza para mirarlo con mayor detenimiento.
-Hazlo.-lo tentó cerrando sus párpados poco a poco, incitándolo.
La distancia fue eliminada, y sus labios colisionaron como si fuese la
primera vez. Se trataba de un tierno roce lejos de la malicia, reconociendo los
blanditos trozos de carne ajenos, moviéndolos con calma. Se despegaron y
comenzó una serie de cortos besos que mandaron bien lejos su cordura,
otorgándoles descargas eléctricas que le fundieron el alma.
Sus bocas se abrieron en una muda invitación, mientras sus manos no dudaban
en recorrer el cuerpo ajeno. Sus lenguas se buscaron, jugaron y se enredaron
memorizando el dulce sabor. Sus salivas se mezclaron, y los susurros que
llevaban declaraciones de amor se perdieron en la oscuridad de esa noche
estrellada.
-Quisiera recompensar todo el tiempo que perdí sin ti, Gee.-con un suave
piquito ambos cayeron dormidos en los brazos del otro.
Las semanas transcurrieron con normalidad en esa área apartada de la
contaminada civilización. No era extraño estar tumbados bajo el sol en una
tranquila mañana y terminar recorriendo cientos de kilómetros para acabar con
decenas de Draculoides que atentaban contra su seguridad a la hora siguiente.
Acostumbrarse a aquello no le resultó complicado al pelirrojo, pero no podía
evitar su molestia cuando sus amigos salían dejándolo a él en el refugio con un
"es peligroso para ti" como escusa. Sus nervios incrementaban
mientras esperaba el regreso de Frank, suplicando por que este estuviese sano y
salvo. Era desesperante.
Gerard se había comido, por no decir engullido, cuatro de esas latas de
alimento precocinado cuyo aroma incluso le había comenzado a gustar a falta de
algo mejor.
Aquel era uno de esos días aburridos en los que había decidido matar el
tiempo con los botes de fechas de caducidad superadas, creyendo hacerle un
favor al resto. Sin embargo, su vagancia podía con su afán por hacer algo más,
por lo que obedeció a su desidia y su organismo decidió echarse una larga
siesta, aprovechando a que ya no sufría aquellas extraños sueños.
Despertó con un agarrotamiento de articulaciones por haber estado doblado e
inclinado sobre la mesa dura, bostezando con pereza. Examinó el exterior desde
su ventana, percatándose de que había caído la tarde, y por tanto las temperaturas
estaban en su punto máximo de la jornada. Pero supo que algo no marchaba bien
cuando fue incapaz de localizar el coche en la entrada del restaurante.
-¿Dónde están todos?-preguntó al ajetreado Mario, quien fregaba el suelo
borrando las pisadas de tierra que los otros dejaban cada vez que entraban al
local.
-Ha habido una misión de última hora en el distrito Oeste.-supo que había
dicho demasiado cuando el mayor tomó su chaqueta del reposabrazos y se dispuso
a marcharse.-Es un caso peligroso. No vayas. Quédate, por Frank.-sus métodos de
convicción fallaron, y nada pudo hacer para retenerlo.
-Es por eso por lo que debo ir.-contrarrestó haciendo al otro suspirar,
sabiendo que sería regañado por dejarle irse, aunque bien sabía que el
pelirrojo era un buen luchador.
Llegó a la parte más desértica y desolada de aquel terreno exterior a la
cuidad montado en una moto que tiempo atrás le habían robado a uno de los seres
que usualmente merodeaban la zona.
No le resultó difícil hallarlos, ya que los disparos provenían del mismo
punto.
Dejó tirado el vehículo a un lado sin cuidado, incorporándose en aquella
lucha. Comprobó el buen estado de todos sus aliados desde lejos, y alzó su
pistola apuntando en el cráneo de uno de los Draculoides que intentaba golpear
a su hermano menor.
-¡Party Poison!-Ray exclamó su sobrenombre- se habían puesto apodos ya
que preferían permanecer en el anonimato y le daban un punto a favor como
enemigos en orden de búsqueda.
Gerard supo que su novio se enfadaría cuando lo vio peleando, esquivando
los ataques de un oponente e interponiendo una pierna en el camino del mismo,
haciéndole caer para finalizar con un disparo en su pecho. Quería demostrarles
que no era ningún tonto.
Por otro lado, no previó que uno de esos tipos se acercase desde atrás a
Frank, y este no notó su presencia hasta que sintió algo similar a una lanza de
fuego abriéndose paso en su pierna.
-¡No!-el mayor corrió hasta esa criatura y diez rayos lo quemaron hasta
desfallecer.
Sostuvo a Frank sobre sus rodillas hasta que sus amigos vencieron hasta el
último de los enemigos, y velozmente se montaron los cuatro en el coche con el
menor cojeando.
-Estoy bien.-sonreía el terco hombre mientras le vendaban la pierna.-Estas
cosas pasan a veces.-se resignaba agradecido por las atenciones recibidas.
Gerard retiraba el sudor frío de su frente con un paño, batallando consigo
mismo para no llorar, ya que aunque sabía que se pondría bien, verlo herido le
resultaba un castigo psicológico.
-Perdóname por ser tan sobreprotector contigo.-dijo el menor entrelazando
sus dedos fríos los de él.
-Tonto.-lo regañó derramando una diminuta lágrima acompañada de una
sonrisa.
Regresaron al refugio y repusieron fuerzas. En menos de un mes apenas
quedaba una negruzca cicatriz superficial, y la rutina diaria siguió
repitiéndose.
Aquel susto se repitió en varias ocasiones más, atacando a todos los
miembros de los "killjoys", pero aprendían de la experiencia y en
escasas lunas llenas los Draculoides se convirtieron en un mero juego para
niños. Dedujeron que, como en un videojuego, habían subido de nivel. Sin
embargo, seguía siendo inútiles frente al numeroso escuadrón de la
central.
Sus relaciones mejoraron, y los hermanos creyeron estar más unidos que
nunca. Se habían convertido en una pequeña familia de Power Rangers que vivía
en un restaurante en medio de un desierto, como solía decir Gerard con una
sonrisa adornando sus labios.
Pero en la mente de la pareja algo les impedía ser plenamente felices,
sabiendo que existía otra dimensión de ensueño que esperaba por ellos. Por eso,
una noche como otras mientras descansaban abrazados en la casita sobre el árbol
el tema salió a flote, iniciando con un debate que se zanjó con una conclusión
en común; debían regresar y dejar de darle largas al asunto. Al fin y al cabo,
ambos se morían de ganas- metafóricamente- por volver a aquel mundo fantástico.
El
problema que los carcomía era su incapacidad de controlar aquella habilidad de
“teletransportación”, ya que algunas veces ocurría sin aviso, y otras, nunca lo
lograban por mucho esfuerzo o sudor derramado. La primera idea o sugerencia
consistía en buscar información en los libros, ya que ellos siempre tenían las
soluciones a todos los dilemas escritos en tinta. Pero había que encontrarlas,
y en un mundo tan ignorante e insensato como aquel desconocía la actual
ubicación de estos. Así que sin una razón específica le pidieron a Ron el favor
de localizarlos.
-He averiguado que el material de la biblioteca más importante de la cuidad
ha sido tirado a un gran vertedero situado a varios metros de aquí, en una zona
pacífica. No tendréis dificultad alguna en llegar. De todos modos, le daré un
mapa a Mario para que os sirva de guía.-decía el joven a través del rectangular
dispositivo.-Pero, díganme ¿por qué queréis esos libros?-preguntó con
curiosidad y voz distorsionada debido a algunas interferencias de la emisora
pirata.
-Puede que haya más información sobre nuestros enemigos. Debemos
estudiarlos para trazar un plan futuro y poder derrotarlos algún día.-mintió el
más bajito.-Quizá descubramos sus puntos débiles.-en el fondo, estaba seguro de
que de existir libros de ese tema, la empresa los habría eliminado ya hace
tiempo.
Partieron ambos solos en otra de esas comunes motos de sus atacantes ya que
Mikey y Ray habían viajado al distrito Este en una misión sencilla pero
lejana.
Se habían acostumbrado al repetitivo paisaje natural, y al relajante
silencio que era ocasionalmente interrumpido por el sonido de los disparos. Se
sentían como supervivientes, únicos e independientes.
Encontraron un barranco kilométrico cuyo interior estaba lleno de volúmenes
viejos y nuevos junto a algún mueble que probablemente pertenecían a las
correspondientes estanterías. Las ramas se enganchaban a algunas páginas, y la
tierra les otorgaba un color marrón.
-Vaya desperdicio.-gruñía Gerard indignado por aquel terrible
"sacrificio" mientras limpiaba el lomo de los libros para poder leer
los títulos, descartando los tomos inútiles de aquellos que podrían ayudarles.
Aquella búsqueda se extendió, y sus ropas y piel se contaminaron del polvo
que levantaban con sus pasos. La tarea pasó de ser realmente entretenida a ser
tediosa y aburrida cuando su ánimo decayó y las latas de comida le supieron a
nada. Comenzaron a pensar que era estúpido esperar encontrar algo más que
viejas fábulas y cortas historias fantásticas que poca relación guardaban con
su dimensión alternativa.
Se tomaron un descanso para idear otras alternativas, disponiéndose a
analizar una última tonca de libros que contarían como el número tres mil que
habían inspeccionado. De ellos, solamente apartaron algunos libros de física
que hablaban sobre varios mundos y otro sobre el viaje entre dimensiones.
Aquellos parecían absurdas patrañas, pero se negaban a volver con las manos vacías.
Agotados, regresaron al refugio para darse una ducha y descansar entre
mantas. Pero al día siguiente, madrugaron para leer el material que habían
conseguido y sorprendentemente algunas teorías coincidían con su conocimiento,
mas existían algunos puntos equivocados. Aun así, todos concordaban en la
necesidad de una gran capacidad de concentración y dominio cerebral.
-Aquí dice que es favorable un punto en común entre ambas realidades para
establecer una mejor conexión, y que es mejor si este es uno natural y no
urbano, Gee.-leía Frank sentado sobre las piernas del pelirrojo con el dedo
sobre una línea de una página vieja y deteriorada, meditando.
-¿Un punto en común?-repitió el mayor releyendo esas palabras mientras
abrazaba la varonil cintura del otro desde atrás.
-¡Ya sé!-gritó de pronto Gerard después de unos minutos de cavilación.-Eres
un genio, Frankie.-le alabó depositando un dulce beso en su mejilla, la cual se
incendió inmediatamente.-Vamos, tenemos que ir.
-Espera un momento, Gee.-tomó su mano impidiendo que se pusiera de
pie.-Antes tenemos que explicárselo a ellos.-sugirió preocupado.-Si
desaparecemos sin más, se alterarán, y nuestros cuerpos quedarán inconscientes
tirados quién-sabe-dónde hasta que muramos.-añadió sabiendo que tenía razón.-Además,
ellos son solo dos y puede que no sean capaces de llevar a cabo las
misiones.-finalizó destruyendo esa burbuja de felicidad que habían creado.
-Es cierto.-admitió el mayor.-Antes tenía miedo de hablar sobre mi don
porque me catalogarían como rarito, pero ahora... míranos.-se rió tomando la
mano de Frank para caminar hasta el familiar restaurante bajo la luz del claro
amanecer.
Un nudo en la garganta y un timbre de oídos eran parte de su nerviosismo,
ya que el temor a ser rechazados seguía presente, porque fuese normal o no,
haber mantenido en secreto algo tan importante como aquel podía ser
difícilmente perdonable. Aun así, no se echarían atrás.
-Tenemos algo que deciros.-dijo el menor en la sala principal del refugio,
en donde tres hombres charlaban con una gran sonrisa en sus rostros sentados en
una de las mesas de plástico fino del bar.
-¡Gerard, Frank! ¡Nosotros también!-los que acababan de llegar los miraron
sorprendidos- ¡Tenemos buenas noticias!-Ray gesticulaba exageradamente como si
acabase de descubrir una mina de oro, y sus acompañantes se veían tan ilusionados
como él.
-Si lo que queréis decirnos es que alguno de vosotros está embarazado, no
os lo echaremos en cara pero este no es un buen sitio para un bebé. Deberías
haberlo pensado mejor.-dramatizó Mario palmeando el hombro de ambos
jóvenes.-Quizás Ron podría haberos conseguido condones si me lo hubieseis
pedido.-dijo serio finalizando la frase con una gran carcajada.
-Ah, no me agredáis.-se quejó cuando un par de puños colisionaron contra su
pecho y unas risas acompañaron a las suyas.-No me digáis que aún...-se burló
analizando las mejillas sonrojadas de ambos novios.- Uy. Yo os podría ayudar
con eso.-propuso.
-Basta ya, Mario.-interrumpió Mikey, quien aunque se divirtiese debía
contarles algo importante.-El caso es que de madrugada nos pidieron que
fuésemos al distrito Zero, el más cercano a Battery City y el cual pensábamos
que estaba deshabitado. Creímos que tendríamos que acabar con Draculoides, y
por eso no os avisamos, pero cuando llegamos encontramos a un grupo de
personas- una mujer y un hombre llamados Jenny y Johnny, y una niña. Fuimos
cuidadosos y nos acercamos con precaución, pero imaginad nuestro asombro cuando
nos contaron que habían estado huyendo de Blind desde hacía semanas. Y era
cierto; no tenían pupilas dilatadas, nos relataron cómo huyeron y hablaban
refiriéndose a esa compañía con tanto desprecio pintado en sus pupilas como en
las nuestras.-caminaba de un lado a otro, emocionado.-Nos dijeron que habían
más como ellos que habían huido a otras zonas. Lloraron de alegría al vernos,
llamándonos héroes.-continuó orgulloso.
-Ron los ha puesto a salvo y recogerán sus pertenencias para venir luego a
aquí.-finalizó Ray observando a sus boquiabiertos receptores.
La pareja sufrió un momentáneo shock al asimilar la buena noticia, y se
unieron a la celebración pensando en que, quizá, la humanidad aún podía
cambiar. Halagaron a su querido ayudante informático y hablaron sobre una
ampliación del refugio.
-Entonces el tema de la soledad ya está solucionado...-susurró Frank sin
olvidar aquello por lo que habían buscado a sus amigos.
-¿Qué ibais a decirnos?-preguntó el de los voluminosos risos subiendo el
cierre de su bonita chaqueta personalizada.
Dudaron. Sabían que estropearían ese agradable momento, pero posponerlo
solo lograría dolores de cabeza, así que ambos asintieron suspirando profundamente
antes de turnarse la palabra y confesar sus vivencias; desde la primera
experiencia hasta la última. Los resultados fueron expresiones deformadas e
incrédulas, grititos de espanto y alguna lágrima derramada en las anécdotas más
tristes. Describieron el inmenso palacio y su magia con ilusión, y Mario
incluso les preguntó sobre el sitio con curiosidad, maravillado por lo que
escuchaba.
-¿Queréis que nos creamos que hay una dimensión de fantasmitas en el que
hay un castillo como el de las princesas de Disney?-ironizó Ray.-Chicos, ya
sois adultos, y tenéis que controlar lo que ingerís. No quiero obligaros a nada
pero me preocupo por vosotros...-les dolió que su amigo les hablase así, mas
previeron reacciones como aquella.
-Pues yo sí les creo.-los defendió Mario.-Después de todo, no sería algo
tan extraño.
-Gracias.-sonrió Frank agradecido.-Si lo pensáis bien, podréis comprobar
que es verdad.-se justificó.-el tiempo que Gerard estuvo inconsciente, sus
problemas en la adolescencia, mi supuesta posesión...-dijo en un susurro.
Sin embargo, el pelirrojo vio cómo su hermano desaparecía por la puerta
hecho una furia, y como acto instintivo corrió tras él, dejando a los tres
hablando en la sala.
-¡Mikey!-tocaba la puerta de la habitación en la que su hermano se había
encerrado con un terrible arrepentimiento y unas estacas clavándose en sus
intestinos, reteniendo el llanto. No quería perder a su hermano; no podía
perderlo.
No recibió respuesta, y rindiéndose ante las lágrimas que bañaron su rostro
se deslizó por la superficie de la puerta quedando sentado en el lado opuesto
abrazando sus rodillas con desconsuelo.
-G-gee...-un susurro bastó para que se levantase, escuchando la voz aguada
del rubio.
Inesperadamente, el pomo giró y vio frente a él a su hermano sollozando de
forma contagiosa, pero él agachó la cabeza esperando algún golpe. Súbitamente
unos brazos lo rodearon, y no supo reaccionar ya que aquella acción lo había
tomado desprevenido.
-Perdóname.-pidió el mayor correspondiendo, hipando.
-Perdóname tú.-aquello tampoco lo esperaba, por lo que lo miró
extrañado.-Desde que eras un niño sufriste mucho, y nosotros no te creímos.-se
lamentó.-Papá, mamá y yo pensamos que estabas loco, y no hicimos nada para
ayudarte.-añadió.-Pero ahora sé que eres especial y tienes cosas muy
importantes que hacer.-sonrió separándose de él.
-No tengo nada que perdonarte.-sentenció regresando al primer piso en donde
el todos aguardaban.
Llovieron disculpas y muestras de afecto, eliminando cualquier tipo de rencor.
Entre risas y chistes se despidieron de sus amigos quienes les desearon suerte,
y a cambio ellos prometieron su vuelta.
-Qué envidia.-reconoció Mario, fantaseando con otro mundo.
-Esperad. Nosotros debemos cuidar vuestros cuerpos, ¿no?-recordó Ray.
-Os acompañaremos para recogeros luego.-propuso el hermano menor.-Esto es
muy raro.-se rascó la frente, confuso.
-Venga, venid.-los llamó Gerard quien estaba en la entrada, echando a
correr con una imagen mental del sitio al que debían ir.
Lo siguieron escalando algunas montañitas, recorriendo varios caminitos y
sendas que conducían a una zona más cerrada y oculta por una abundante
vegetación típica de un lugar desértico como aquel. Se concentró en pensar con
claridad, ya que sus recuerdos no concordaban con el paisaje seco, por lo que
se esforzó en sustituir el denso bosque de sus memorias con los cactus verdes
de ahora.
-Vas a ir al lugar en el que te perdiste aquella vez, cuando estábamos en
el campamento...-afirmó el menor dando en el clavo mientras esquivaba una
piedra con la que estaba a punto de tropezarse.
-Fue la primera vez que pasó aquello, y el espectro del que os hablé me
condujo específicamente hasta allí.-razonó.-Además de eso, en las zonas
inseguras de la otra dimensión, en donde me "transporté" por primera
vez, existe una especie de agujero o cámara que enfoca varias zonas, y esta es una
de ellas.-dedujo impresionando a Frank y al resto.
-Bien, esperemos que haya acertado.-dijo el pelirrojo llegando al punto de
tierra.
-¿Y ahora?-inquirió Ray examinando el pequeño lugar vacío sin grandes
expectativas.
-Tenemos que concentrarnos, o algo así.-musitó el más bajito dudando de su
respuesta.-Supongo que nos tardaremos.-finalizó observando al mayor, quien se
sentó en la tierra al estilo indio ensuciando sus vaqueros, dispuesto a
intentarlo.
-Nosotros daremos un paseo por los alrededores. Gritad si algo
ocurre.-Mario les sonrió otorgándoles espacio personal para que lograsen
abstraerse.
-La última vez que lo hice tuve que relajarme completamente y mantener
cualquier pensamiento ajeno alejado.-informó el pelirrojo facilitándole la
tarea al menor, quien imitó su postura tomando su mano buscando algo de
seguridad.
-Lo conseguiremos.-dijo Frank convencido, cerrando sus párpados con
lentitud.
Las horas transcurrieron sin conseguir desquiciarlos por completo, ya que
aprendían a ignorar interrupciones tan insignificantes como la de un picor o un
estornudo. Sus mentes luchaban por fortalecer su objetivo, desconectándose del
cuerpo, dejándolo "vacío" como si de simples espíritus se tratasen,
olvidándose de cinco sus sentidos.
Sin embargo, los otros habían regresado andando con sigilo hasta ambos,
sumamente atentos. Pero cada vez estaban más convencidos de que aquello
terminaría siendo un fracaso.
-Lo has conseguido, mi pequeño.-una voz fina y femenina acompañó a un aura
cálida y vaporosa como la densa niebla, y unos dedos carentes de materia
acarició el aire, trayendo la calma con una onda melodiosa que los transportó a
otro lugar remoto, lejos del alcance humano.
Los tres hombres fueron conscientes de aquella aparición, mas solo uno de
ellos reconoció aquel susurro espectral que trastocó su corazón ardiente. Y
repentinamente, todos contemplaron patidifusos cómo los cuerpos de la pareja
cayeron al suelo recostados como un muñeco hueco.
---
-¡Bienvenidos!-exclamó una elegante señora de porte importante y bonitas
facciones levemente deformadas por las arrugas que surcaban su rostro a causa
de la edad.
Reconocían aquel lugar. Se encontraban en la entrada de su otro hogar,
sobre el puente bajo el cual el agua rojiza corría y una diversificación de
peces nadaban siguiendo su curso.
Podían observar el cuidado jardín poblado y el movimiento de las flores y
árboles hiperactivos agitándose de un lado a otro, mostrando sus colores.
-¡Abuela!-exclamó con emoción el pelirrojo, abrazando sin dificultad a esa
mujer de ojos verdes con la que guardaba parentesco.
-Así que tú eres el pequeño Frank...-saludó al más bajito
cortésmente.-Formáis una pareja preciosa.-dijo sin tapujos, orgullosa de esos
jóvenes valientes que habían superado una infinidad de obstáculos.
Caminaron hasta la preciosa puerta de marcos dorados, adentrándose en el
salón que permanecía intacto con la diferencia de un ligero cambio en los
muebles, probablemente obra del más creativo de sus compañeros.
-Gerard, ¿qué te pasó en la cabeza?-un grupo de chicos se acercaron a ellos
sumándose a su recibimiento, alegrándose de su vuelta.
-Tenemos mucho que contaros.-Frank tenía la virtud de relacionarse o
expresarse con facilidad y llevarse bien con cualquiera, puesto que era alguien
risueño y amigable que poseía un amplio listado de temas sobre los que hablar.
Se dirigieron a la habitación cuyas paredes y objetos interiores estaban
hechos de delicioso dulce colorido a petición del mayor, quien ansiaba un
merecido banquete de golosinas que le hiciesen olvidar las asquerosas latas de
compuestos desconocidos de las que se había alimentado durante más de un año.
Engullendo a más no poder, dejó que el menor se encargase de contar sus
nuevas aventuras sobre el mundo real, hasta que se cansó y se unió a su novio.
Recorrieron la zona visitando a Guardián, quien agitó sus ramas alegremente
al verlos. Se aburrieron pasando por todos los pisos, y agotaron las energías
del perrito volador, quien los recibió a base de lamidas y graciosos ladridos.
El tiempo transcurría, y Gerard estaba deseoso por mostrarle sus avances al
menor, por lo que sugirió partir a la zona peligrosa para realizar una
"limpieza". Así que, orgulloso, portó su katana refulgente pasando
por entre numerosos espíritus que se apartaban de su camino con miedo o
respeto, y otros que simplemente ignoraban su presencia.
Distinguieron a los individuos problemáticos cuya apariencia resultaba
espeluznante, y su pose ofensiva trataba de intimidar a los humanos. Situados
en un rincón inhóspito plagado de desechos conformados por trozos de madera
despedazada y cenizas los miraron con los ojos inexpresivos. Y pronto empezaron
a atacar, golpeando con fuerza a los vivos y realizando trucos de confusión,
tales como la desmaterialización y reaparición unos metros más cerca. Pero esos
ataques eran conocidos por sus oponentes, así que con facilidad contraatacaban
descuartizando con el arma uno por uno, como si esta fuese tan liviana como una
pluma.
Gerard era bueno en lanzar hechizos poco complejos pero efectivos desde
cualquier distancia, así que de su brillante katana una pequeña bola refulgente
salió disparada hacia un espectro que tenía la habilidad de moverse con la
rapidez del viento.
El más bajito controlaba la mente de un astuto y anciano ser logrando que
este separase las manos de su cuello para rodear el suyo y apretar sin
compasión cumpliendo sus órdenes. Aquello lo hacía parecer despiadado, pero en
su mente los recuerdos de ese hombre fantasma se reproducían como una cinta
cinematográfica mostrando los horripilantes asesinatos cometidos en su vida
humana, incentivando a Ruki a actuar con violencia.
Aoi poseía una técnica cuerpo a cuerpo incomparable, rebanando la piel
muerta como lonchas de carne podrida. El ser hizo un amago de patearle el vientre,
pero el pelinegro saltó sobre su cabeza posicionándose a sus espaldas e incrustando
el acero caliente entre sus costillas sin darle tiempo a reaccionar.
Frank contemplaba ensimismado el espectáculo ofrecido, percatándose del
extraño sentimiento que mezclaban la lástima y el odio presente en sus
compañeros. Comprobó que trabajaban en equipo repartiéndose a partes iguales a
sus enemigos según su especialidad en la lucha.
Al terminar, sus energías seguían intactas y sus cuerpos no sufrían ningún
tipo de transpiración.
Finalmente, Kai se encargó de transportar los restos hasta aquel calabozo
para la seguridad de todos y se felicitaron por una nueva victoria.
-Impresionante.-halagó el menor con admiración.-No nos vendría mal un arma
así en el otro mundo.-comentó agarrando la refulgente espada del pelirrojo, la
cual se había apagado al separarse de su dueño como si de una vela se tratase.
Se relajaron dejando atrás la ansiedad reprimida y los dilemas que los
carcomían. Sabían que hacían lo correcto, y ser útiles y beneficiosos para dos
mundos alimentaba su ego y los hacía sentirse bien consigo mismos. Su abuela
había retomado su puesto e implantaba la paz plena. Además, los conflictos allí
podían ser contados con los dedos, por lo que podían darse el capricho de
tomarse unas vacaciones indefinidas descubriendo infinidad de cosas de aquella
naturaleza fantástica. La satisfacción con su persona los llenaba de plenitud,
y la libertad proporcionada les permitía disfrutar de incontable tiempo juntos.
-Debes sujetarla así.-explicaba el pelirrojo posicionando sus manos sobre
las de Frank haciéndole ejercer más presión sobre la katana que sujetaba.
Estaban en la sala de prácticas, y a pesar de que el menor poseía una buena
base y unas técnicas impresionantes no estaba acostumbrado a utilizar armas
como aquella. Sin embargo, sabía que debía aprender a manejarlas al ser de
esencial ayuda contra los espectros. Al igual que, mediante encantamientos
deseaba aprender a conjurar a una pistola para ser más eficiente como miembro
en el grupo. Pero en épocas de tranquilidad como aquella, la lucha se había
convertido en algo secundario, aunque era prescindible estar preparados para lo
que pudiese acontecer.
-¿Así?-cuestionó adelantando la pierna derecha y realizando un giro de
muñeca, provocando un corte en su oponente de madera.
-Aprendes rápido.-reconoció aferrándose a la cintura del menor, con el
pecho apoyado en su espalda desde atrás, peinando con los dedos sus mechones
negros descolocados.
No pudo evitar observar aquel cuello desnudo que lo invitaba con un dulce
aroma al apartar su pelo. Como mosca que busca desesperadamente la luz, sus
yemas acariciaron la suave piel levemente bronceada, trazando recorridos hasta
su oreja, atreviéndose a apretar el lóbulo entre sus dedos. Frank soltó un
suspiro mientras continuaba batiendo la hoja de acero refulgente, haciendo un
gran esfuerzo por ignorar las acciones del más alto.
Una boca sustituyó su mano, y unos tiernos besos fueron depositados en la
misma zona logrando que sus piernas se tambaleasen.
-Gee.-musitó deshaciendo el amarre de su cadera, girándose con la intención
de contemplar el rostro del mayor.
Sus miradas se conectaron, dilatadas y llenas se sentimientos, encendiendo
un incendio interno que los hacía sonreír de forma sincera, centelleando más
que cualquier llamarada.
La distancia desapareció, y sus labios se encontraron, rozando con lentitud
inocentemente, moviéndose con cariño, haciendo explotar aquellos fuegos
artificiales de sus corazones. Era su forma de demostrarse el sentimiento que
se profesaban.
Las lenguas hicieron contacto mezclando la saliva, sellando su pacto de
amor eterno. Si había algo más allá de aquel paraíso hecho dimensión, eso eran
sin duda los momentos como aquel.
Frank estaba preparado, y por la fija mirada nublada de deseo del más alto
cuando se separó un instante para comenzar a desabotonar su camisa blanca y
holgada, supuso que él también. Lo comprobó al experimentar los mimos que le
dedicaba a su pecho, repasando su piel cual libro, fascinado con lo que veía,
maravillado con el delicado tacto semejante al de la fina porcelana.
El menor lo imitó, delineando la espalda de Gerard, con una sensación que
le hacía ser feliz como nunca antes creyó serlo.
Apretujó uno de los botoncitos oscuros de su pecho, haciéndole soltar un
jadeo. Siguió tironeando aquel pezón hasta que sus mejillas estuvieron tan
sonrojadas que incluso cerraba sus párpados a causa de la vergüenza. Le gustó
su reacción, y continuó torturándolo de aquella placentera forma mientras él
escondía la cabeza en su hombro gimiendo bajito.
El menor se burlaba de él intentando descubrir su cara, pero el pelirrojo
aprovechó la oportunidad para besarlo con necesidad acallando sus risitas,
alargando los brazos para rodear su cuello, caminando junto a él hasta hacer al
más bajito colisionar con una pared celeste. Con malicia y un pulso acelerado
sujetó la cinturilla del pantalón de lana que llevaba puesto, y en de un rápido
tirón bajó estos junto a su ropa interior. En aquel momento, los mofletes de
ambos alcanzaron un rojo intenso sin atreverse a bajar la mirada. Pero Frank no
se acobardó, desnudándolo de la misma manera, finalizando con un movimiento de
caderas que les obligó al pelirrojo a cubrirse la boca por el sonido que estuvo
a punto de expulsar.
Recordó que en ese lugar, una vez pudiendo manejar los sentidos, estos se
desarrollaban el doble de lo normal, y entonces entendió el por qué de su
cuerpo acelerado y ultrasensible.
Sus pelvis chocaban, y los jadeos eran aprisionados en la boca ajena entre
beso y beso. Se apretaron tanto el uno contra el otro, que dudaron sobre la
posibilidad de que cupiese una aguja entre ellos.
Gerard cortó de golpe el contacto, recibiendo una expresión inquisitiva
cuando se arrodilló en el suelo, observando frente a él la prominente erección
del pelinegro.
Estuvo a punto de retractarse y huir de la vergonzosa situación, pero una
sonrisita por parte del menor le impidió amedrentarse. Comprendió que
simplemente se trataba de ellos dos, quienes se conocían el uno al otro más de
lo que se conocían a sí mismos, y con el paso de los años, se habían enfrentado
a serios dilemas dimensionales. Así que no debía desaprovechar aquello que
tanto esperaban por la estúpida timidez que hacía hervir sus vasos sanguíneos.
Con las palpitaciones tan altas que llegaban hasta sus oídos, alzó su mano
para sujetar la base de su miembro, deslizando su palma sobre él para crear una
agradable fricción. Su textura era suave y húmeda, y al contrario de lo que
creyó, no le desagradó en lo más mínimo, por lo que continuó masajeándolo aún
ruborizado hasta las orejas.
-Ahm... Mhn... Gee...-si lo que el pelirrojo hacía estaba lejos de
disgustarle, los sonidos que se escapaban de la boquita de su pequeño le
prendían hasta puntos insospechables, incitándolo a continuar con su tarea
mientras el otro se retorcía apretando sus puños contra la pared, contorsionándose
sin saber qué hacer.
Decidió llegar un poco más allá, y nervioso acercó su boca a esa carne
caliente que se endurecía con el tacto. Besó la punta recibiendo un gritito, y
ese fue incentivo suficiente para que introdujese varios centímetros en su cavidad
bucal, chupando y acariciándolo con su lengua de manera inexperta, sintiendo
que Frank se desquitaba con su pelo, animándole a seguir. Y eso hizo, metiéndolo
y sacándolo, memorizando las zonas más sensibles de su novio, encantado con sus
excitantes respuestas.
Eran principiantes en aquello, por lo que el pelinegro lo detuvo cuando
supo que acabaría, y Gerard se reincorporó con el rostro rojo, infundiéndole
ternura. Se besaron durante un largo rato de nuevo, dejando a esa envolvente
magia que los unía ocupar cada célula de su ser, sucumbiendo a la adicción a
los labios ajenos.
-Era tonto cuando estaba preocupado por el tema de mi sexualidad.-admitió
el mayor acudiendo a él memorias de sus debates internos pasados, abrazando al
más bajito cariñosamente. Ahora sabía que, fuese lo que fuese, amaba cada poro,
cada imperfección y cada gesto de aquel hombre que rodeaba su espalda con una
expresión de alegría en su cara.
-Gee...-musitó el menor en su oído, sufriendo leves espasmos por la
repentina pausa, sintiendo a su miembro cabecear.
-Dime.-dijo repasando el contorno de los brazos y lampiños muslos de Frank.
-Y ahora, ¿dónde...?-preguntó temblando de anticipación, observando el
suelo duro que no se veía para nada confortable.
Gerard comprendió a lo que el menor se refería contemplando la ausencia de
muebles en ese salón. Con una sonrisa de suficiencia, se separó de su cuerpo,
causando más de un jadeo, alzando el brazo y formando un ángulo recto con él.
Segundos más tarde, un gran colchón grueso descansaba en el espacioso centro
cubierto de edredones blancos de un tamaño exagerado.
Inquietos se tumbaron en la blanda superficie, esperando alguna acción por
parte del otro. Fueron ambos, sincronizados, quienes buscaron con desespero los
labios de su pareja para eliminar la tensión, desahogándose en un beso lento y
profundo que les envió descargas a sus ingles. Lenguas enredándose. Manos
curiosas e intranquilas. Respiraciones agitadas. Buscaron explorarse con
anhelo, mandando lejos su juicio.
El mayor tomó la iniciativa posicionándose sobre el más bajito, atacando el
cuello de su presa desde el cual gotitas de sudor comenzaban a salir. Probó la
pequeña bolita que se interpuso en su camino, besando su manzana de Adán con
esmero.
-Me... encantan... tus... tatuajes...-decía entre beso y beso recorriendo
las figuras en tinta que surcaban las cuatro extremidades, el vientre y el
pecho de Frank, reconociendo el significado de la mayoría de ellos.
El más bajito se retorcía bajo aquella lengua inexperta pero habilidosa
estirado sobre el colchón, repitiendo una y otra vez el nombre de su amado
entre gemidos en una melodiosa sinfonía para los oídos del pelirrojo. Al borde
de la locura, abrió sus piernas flexionando sus rodillas, dejando al mayor
entre ellas en una clara sugerencia.
-Gee. Te necesito ya...-admitió haciendo presión sobre su hombro con su
boca entreabierta y sus párpados levemente cerrados, seguro de que
probablemente un termómetro explotaría de estar en contacto con su piel, ya que
hervía como el mismo fuego.
Gerard creyó experimentar un paro cardíaco al escuchar aquellas palabras,
pero temía actuar mal, por lo que ensalivó dos de sus dedos recordando lo que
había leído sobre la preparación de esa cavidad poco dilatada.
-No hace falta eso, Gee...-se quejó leyendo sus intenciones.-Aquí puedes
controlar el dolor.-dijo alejando aquellos dígitos de su boca para
introducirlos en la suya propia con gula.-Aunque sería gracioso si invocases un
bote de lubricante.-rió divertido imaginando la escena.
El mayor jamás había visto a su pequeño en aquel estado descontrolado, pero
le gustó de sobremanera esa faceta provocadora que eliminaba su inseguridad y
le permitía dejarse llevar
-Gee, por favor...-suplicó una vez más ampliando la apertura de sus
extremidades inferiores.-Hazme el amor.-pidió acariciando una de las mejillas
del aludido, quien se había quedado estático.
Saliendo de su trance en donde las estrellitas daban vueltas de un lado a
otro, se posicionó frente a él, conduciendo con timidez su erección hacia aquel
agujerito rosado. Se adentró lentamente, dejando los ojos en blanco ante la
increíble sensación que le recorrió la espina dorsal. Poco a poco se hundió en
él, entrelazando sus dedos sobre el colchón, deformando sus rostros a medida
que el placer aumentaba hasta límites insospechados.
-Ahh, Frankie...-jadeó completamente en su interior, creyendo flotar en el
espacio lleno de astros.- ¿Estás bien?-preguntó sin poder evadir su
preocupación, ya que era tan estrecho que incluso lo apretaba a él con fuerza.
-M-mejor que nunca, ahm.-respondió moviendo sus caderas en busca de más,
con un remolino de calidez en su pecho que hacía a su mente volar.-Qué tonto
fuimos por esperar una década para hacer esto.-se regañó con una sonrisita
contagiosa que fue desfigurada cuando sintió las embestidas golpear aquel punto
en su interior que multiplicó por mil aquella sensación.
-Ahhh. Gee, Gee... M-más ráaapido.-pidió apretando las sábanas con su mano
libre y estrangulando la mano del mayor con la otra, convulsionando.
-Frankie... Esto debe ser magia.-dijo extasiado, empezando a transpirar
como si de la realidad se tratase, aunque, al fin y al cabo, todo era real.
Sus pechos subían y bajaban sobreexplotando a sus agitados pulmones cuya
tarea de ingerir aquel aire ficticio era dificultosa, pero sin embargo el
cansancio era un signo que no haría acto de presencia allí. Los gemidos se
complementaban, altos, agudos y graves, viajando entre las cuatro paredes que
presenciaban su encuentro. Sus bocas se unían ocasionalmente intercambiando
suspiros.
Las penetraciones eran erráticas y certeras, provocando grititos con cada
arremetida. Gerard bombeó el miembro del menor al mismo ritmo del choque de su
pelvis contra aquel bien formado trasero, perdiendo el control sobre sus
instintos.
-No aguanto más... nhm.-avisó el menor, con su cabeza dando vueltas,
contrayendo su entrada inconscientemente, engullendo aquel trozo de carne
rebosante.
-Te amo, Frankieee.-chilló en un tono grave al experimentar una súbita
descarga que le hizo explotar dentro de aquella cavidad que lo apresaba,
temblando ante aquella sensación que le llevó al clímax, experimentando el mismísimo
nirvana.
-Ahm... Yo también te amo, Gee...-respondió sintiendo una sustancia
llenarlo antes de venirse manchando con su semilla la mano del mayor.
Ambos se complementaban de tal manera que parecía que habían sido creados
para encontrarse y estar juntos, como si un hechizo en un cuento de hadas se
tratase. Pero en este caso, eran dos príncipes cuya única esperanza se basaba
en la existencia del otro. Y así, el conjuro de amor vuelto a sella mientras
ambos embelesados y absortos en la mirada del otro se abrasaron transmitiéndose
una seguridad inquebrantable. Parecía que la vida les sonreía al fin, y la
felicidad los había alcanzado finalmente.
Ambos permanecieron lacios sobre el colchón como una pluma, sufriendo los
efectos del maravilloso orgasmo, recuperando el pulso relajado, volviendo a
dedicarse aquella frase sincera que les hacía sonreír de alegría como tontos
enamorados por el sentimiento correspondido mientras las caricias iban y venían
en un aura cegadora como el del radiante sol.
-Quiero repetirlo...-confesó Frank enrojeciendo de nuevo.
El mayor le sonrió con ternura, acariciando con delicadeza su pelo
enmarañado antes de que sus bocas colisionasen de nuevo, incansables,
agradecidos por el poder inagotable de aquella dimensión.
Aquel momento se perpetró durante un tiempo incontable para ese mundo
fantástico, saciando la sed que les había ocasionado la espera, consumando su
amor.
Se detuvieron cuando creyeron ser capaces de recordar la textura, el sabor,
el olor y el aspecto de cada rincón de su anatomía, grabando incluso los
sonidos en sus cerebros embotados.
Compartían una sonrisa cómplice mientras andaban tomados de la mano hacia
el salón principal en el primer piso, levantando sospechas en los individuos
que allí les esperaban para una de las comunes reuniones en el castillo, en el
que hablaban de temas diversos y compartían un ambiente familiar.
En aquella ocasión, sus compañeros cuchicheaban en el sillón, soltando
carcajadas con una mano apretando su vientre, riendo y bromeando de algo que la
pareja no lograba escuchar. Al ver a los recién llegados, las risotadas se
hicieron más audibles, y ellos se acercaron dudosos envueltos en su pastelosa
burbujita invisible. Pero de pronto, la Señora del castillo, la cual bajaba con
pasos seguros por las escaleras principales junto a otro sujeto les llamó la
atención, por lo que debieron mantener el silencio mientras la mujer invocaba
un bonito plato decorativo sobre el cual descansaban vasitos calientes de té y
chocolate caliente recién hechos.
-Hoy tenemos a un invitado especial.-informó.
Los
jóvenes recataron inmediatamente en la presencia de ese sujeto de pelo largo y
morado que contrastaba con su rostro imperturbable que enfundaba respeto desde
cualquier ángulo. Se extrañaron al verlo allí, lejos del abismo en el que solía
vagar en soledad, meditando como era costumbre.
La
anciana lo trataba con naturalidad, como si mantuviesen una relación de
amistad, charlando con confianza.
Genesis se apoyó en el respaldo del sillón negro, sujetando una de las
tazas con delicadeza, al igual que la Señora, quien ofrecía unos pastelitos de
fresa.
Comer era un simple entretenimiento para los seres de aquella dimensión con
un control del poder lo suficientemente desarrollado como para captar los
sabores.
-Veo que estáis bien.-dijo el de porte importante refiriéndose a los
menores.
-Han sido muy valientes.-añadió la abuela del pelirrojo contenta.-Como
dicen en el otro lado, brindemos por la armonía presente tanto en la zona
segura como en El Desfile Negro.-pidió alzando su tasa a la espera de la
respuesta de sus acompañantes.
Hicieron chocar los recipientes caros produciendo un débil sonido,
llevándoselos a la boca posteriormente para tomar un trago de ese líquido
caliente.
La incomodidad estaba presente ya que el encanto que transmitía ese hombre
los coaccionaba, sin tener una idea clara sobre la manera en la que deberían
dirigirse a él.
-Como sabéis, yo no estoy de parte de nadie.-recordó con un tono de voz
similar al del más famoso de los cantantes de ópera.-Pero me gusta la calma, y
gracias a vosotros nadie ha perturbado mi sosiego, por lo que os debo
felicitar, jóvenes.-dijo solemne haciendo que a los nombrados les recorriera
una corriente que les hizo sentir honrados, asintiendo con suficiencia.
-Tengo información sobre algo que he descubierto.-habló con un gesto de
aflicción.
-¿De qué se trata?-inquirió la Señora con la curiosidad danzando en sus
orbes, puesto que nada nuevo ocurría desde hacía un largo periodo de tiempo.
-Es algo que relaciona ambas dimensiones, y es importante, mas no debéis
actuar con imprudencia.-intrigó a quienes esperaban la noticia con
impaciencia.-En el otro mundo, algo terrible ocurre, como sabréis. -comenzó.- Blind
ha cegado a la humanidad para controlar a los ciudadanos y tenerlos a sus pies,
convirtiéndolos en un séquito de marionetas a los que ustedes llamáis
"Draculoides"-enfatizó sin alterarse por los dos pares de ojos que lo
miraron con asombro.
La pareja no cabía en sí de sorpresa, creyéndose viles asesinos, habiendo
acabado con la vida de cientos de personas cuya actitud no era realmente
voluntaria. Eran gente inocente y engañada. De pronto, lagrimones recorrieron
sus caras, y olvidaron respirar siendo torturados por la culpabilidad.
-Vosotros no lo sabíais, y si os alivia, no tenían cura alguna, ya que
prácticamente alteraron sus cerebros con tecnología avanzada destruyendo zonas
irreparables.-continuó sin lograr aliviar a sus receptores.-Pero si os dais
cuenta, en cierto modo es algo similar a lo que aquí ocurre; aliados y
rebeldes.-retomó su frío discurso.-Así que tenía mis sospechas, las cuales
reafirmé cuando la que se creía ser la jefa de toda aquella sociedad demente,
fue descubierta como robot tras unos fallos operativos en su sistema.-siguió
recibiendo exclamaciones de horror.-El verdadero cabeza de esto no es otro que
Murthog, a quien he observado desde aquí.-sentenció.
La estupefacción de todos no podía ser descrita, y la parálisis de sus
órganos vitales no les incomodaba. Sin embargo, el impacto psicológico que
experimentaban podría asemejarse con el dolor físico de ser quemados con una
cerilla. La pesadilla de Gerard había regresado, y ahora sabía que su principal
objetivo era él.
-Pero él está muerto, aquí y allí.-objetó Kai sin salir de su conmoción.
-Te equivocas.-contrarrestó.-Aquella lucha no fue más que una escena bien
montada. No sé cómo escapó, pero parece ser que ha logrado lo que quería, y
vosotros habéis infravalorado su poder.-finalizó dando un último sorbo a su tasa
aún tibia, irguiéndose con la elegancia de un cisne, pensando que debía
marcharse y regresar a su zona fría, en donde las emociones no lo ahogasen.
-Lo derrotaré cueste lo que cueste.-Gerard se puso de pie con los puños tan
apretados que las venas lograban sobresalir en su frente y brazos, dejándose
inundar por el rencor y el deseo de venganza que lo hizo temblar con sus ojos
húmedos y una adrenalina descontrolada.
Frank tomó la mano del pelirrojo intentando relajar su compostura,
mirándolo con un cariño infinito y un apoyo incondicional. Porque habían pasado
juntos por cosas peores, y juntos superarían esta nueva dificultad sin dejar a
su felicidad ser avasallada por nada ni nadie.
Aprendieron a viajar de un mundo a otro, peleando por la justicia que
ansiaban, disparando a los enemigos con un nudo de espinas en sus estómagos,
comprendiendo las dificultades de la vida. Defendieron sus valores, y se
apoyaron en hombros amigos para llorar cuando la insoportable presión los hacía
colapsar recibiendo consuelo.
El grupo aumentaba cada día, viéndose obligados a crear un refugio en cada
distrito para una mejor organización y un mayor espacio. La misión principal
ahora se basaba en rescatar a aquellos que aún podían ser salvados, y conducir
a los perdidos hacia el bando correcto, mientras en sus ratos libres trabajaban
para encontrar una cura que erradicase aquel mal de esa dimensión destruida.
Debían sacrificarse, ya que nadie puede salvar al mundo si se teme a la
espeluznante muerte.
-Flexiona un poco más tu tronco, separa más las piernas y gira tu brazo
cuarenta grados.-aconsejaba el pelinegro a uno de los nuevos miembros, cuyos
tiros se desviaban sin conseguir apuntar al maniquí de plástico.
Normalmente llegaban al refugio atemorizados, buscando un sitio en el que
huir, queriendo hacerse fuertes para vengar a algún familiar afectado. Y poco a
poco, encontraban la seguridad en sí mismos, formando un equipo con personas en
la misma situación. Y otras veces, debían enseñarles a controlar la cólera que
les llevaba a actuar con imprudencia.
-Lo haces muy bien.-dijo Frank a un joven pelirrojo que había logrado
acertar justo en el centro de la frente de aquel muñeco acertando diez veces de
diez tiros disparados, variando en la distancia y la perspectiva.
-Gracias, profesor.-utilizó una voz aguda, asegurando el arma y colocándola
en su cinturón tras una compleja maniobra de manos, observando al más bajito
con una sonrisa ladina.-Merezco una recompensa, ¿no?-sugirió altivo.
Gerard se aproximo con un sugerente andar a su pequeño, apoyado en el marco
de la puerta del refugio principal. Se rieron cómplices bañados por los rayos
del sol anaranjado de aquella tarde, entrelazando sus dedos bajo las divertidas
miradas de sus amigos y aprendices, recibiendo aquella calidez interior
característica como si de termos humanos se tratasen.
-Aún somos vírgenes en este mundo.-susurró el mayor en su oído, enviándole
un escalofrío que recorrió todas sus vértebras.
Sus miradas se conectaron leyéndose con facilidad, y con sonrisas amplias
adornando sus facciones desaparecieron a través de las escaleras que conducían
al piso superior, con la emoción palpable
en la luz de sus ojos claros.
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Regresé al fin.
Antes que nada, feliz 2014. Si es que hay alguien que aún lee esto, le doy las gracias.
Hace ya varios años que comencé con lo que resultó ser mi primer fic, que empezó debido a una aburrida clase en el aula de audiovisuales en una libretita vieja cursando yo segundo de la ESO.
Está bien, he sido demasiado lenta, pero finalmente decidí darle un fin- no muy cerrado- a esta historia que tanta ilusión me dio escribir.
Espero que os guste un poquito, si es que estáis ahí, y comentéis lo que sea. Os felicito si llegáis al final, ya que esto es bastante largo.
Estoy nostálgica y emocionada a partes iguales por concluir este fic.
Y bueno, espero con impaciencia el álbum recopilatorio de MCR en el que seguramente ahogaré mis penas. Siempre serán mi grupo favorito, y nunca olvidaré las personitas que con su música y mensajes lograron cambiar mi vida.
Pienso que quizá, publicaré algún one-shot relacionado con esta historia, y puede que si escribo algo sobre el grupo, lo comparta en este blog al que tanto cariño le he tomado.
Ahora bien, me despido.