miércoles, 1 de enero de 2014

Capítulo 21 - Our Own Wonderland (último capítulo).

El cielo despejado y levemente grisáceo estaba bañado de leves destellos fantásticos, coloridos y refulgentes como jamás los había visto en el mundo real, del cual desconocía y del que había permanecido alejado durante tanto tiempo.
Se hallaba apoyado en Guardián, el viejo y sabio árbol con un deje de obstinación y melancolía. Contemplaba aquel espectáculo de luces que rara vez acontecía y cuyo motivo de ser desconocía, mas su desazón fue disminuyendo a medida que la gama de colores de lo que sus orbes eran espectadores se ampliaba y las manchas se convertían en gruesas pinceladas irregulares recreando la imagen de un cuadro abstracto y llamativo. Agradecía estar en un lugar como aquel, en donde los pigmentos jugaban entre sí, y no en las afueras; aquel terrorífico sitio plagado de almas en pena tan depresivo y oscuro, carente de tonalidad que fuese más allá de lo sombrío. 

Juraría que su cuerpo debería transpirar y producir gotitas de sudor si no se encontrase allí debido al gran esfuerzo que había realizado en un intento fallido por regresar a su hogar mediante una serie de acciones y pensamientos que no parecían dar resultado alguno. Apretaba sus puños con cuidado de no apresar algún ser mágico del lugar entre sus dedos y estrujarlo, pues estaba seguro de que a las hermosas flores habladoras se convertirían en una masa pastosa en sus palmas. Fruncía sus labios soportando la ira hacia su persona al recordar el empeño que había puesto en seguir las instrucciones de Kai; concentrarse en visualizar su lejana tierra y acercarse mentalmente hacia aquel pictograma imaginario borroso en su cabeza. Hora tras hora, o más bien, momento sí y momento también, lo había intentado, descargando su rabia con las blandas paredes de una de las peculiares habitaciones, sin descanso, siendo víctima de un cansancio mental descomunal. Algunos alegaban que la razón de su derrota se debía a la costumbre de su cuerpo vivo por mantenerse lacio y pesado, vacío desde hacía años. Se imaginó a sí mismo postrado en una cama, posiblemente mayor y descuidado.

Jamás pensó que la eternidad resultaría tan tortuosa. No podía ser consciente del pasar de los minutos, y esa incertidumbre estaba al borde de llevarlo a la demencia y arrasar con cualquier pensamiento racional que le quedase. Intranquilidad y desosiego eran sensaciones acopladas a su estado.
Frank, Frank, Frank. Al fin lo había visto, para desaparecer de nuevo e ingresar otra espina en su espichado órgano vital. Sus palabras no habían hecho más que angustiarlo e inquietarlo a partes iguales. Seguía sin comprender nada, aunque supuso que a esas alturas conocía más aquella ficción paralela que la realidad, y a pesar de que sus ganas por habituarse de nuevo en la vieja dimensión eran nulas, debía volver con él, verlo a él, estar con él.

-Ya no lo aguanto más.-admitió abatido con aquel tipo de comunicación poco común de forma entrecortada.-Necesito volver.-tiró de su cabello con los codos apoyados en sus piernas.- ¿Y si le pasó algo? ¡Joder, no puedo soportar imaginarlo siquiera!-gruñía con los nervios fuera de control, recibiendo meras miradas de lástima.

Por un momento, despertó a su cerebro y se dio el lujo de preocuparse por alguien más rememorando a su familia, cuya seguridad en el fondo le importaba. Su hermano, Mikey, ¿seguiría siendo el mismo chico sociable a quien tanto envidiaba? La gente cambia, y temía encontrarse con desconocidos quienes no le reconociesen.
A pesar de todo, el muro que formaba su fortaleza, o en otras palabras, su pequeño, estaría con él.
Suspiró siguiendo con los ojos el suave balanceo de las largas y gruesas ramas que partían de un tronco, y los finos tallos de otras plantas más pequeñas e hiperactivas.

Fue en aquel instante de completa vulnerabilidad de fecha desconocida cuando una inusual brisa rozó de manera delicada, e incluso se podría decir que tierna, su oreja como si de una sutil caricia se tratase, acompañada de unas ondas que creyó poder comprender y descifrar el emisor de voz femenina y melodiosa.

-Muy pronto él estará aquí contigo, y yo también regresaré. No tendrás que preocuparte más; pero recuerda que no debes dejarte guiar por la hipocresía de la sociedad, mi pequeño artista.-lo escuchó, y aunque no logró descifrar el mensaje, resultó como un bálsamo de agua cálida que fortificó sus esperanzas. Su querida abuela se lo había prometido, y él la creería.

-Gracias.-susurró a la nada derramando una resbaladiza lágrima que surcó sus mejillas.
La tortura psicológica que corroía sus venas hasta agrietarlas formando hemorragias de sangre oxidada en su interior cesarían, y dejaría de aferrarse a las ilusiones que le hacían seguir adelante con una profunda pena que lo destruía lentamente.

...

Asco. Todo allí le producía un profundo asco que le revolvía las entrañas; los rostros felices de autómatas ignorantes y egoístas quienes solo se alegraban por su propio bienestar económico, el pueblo sometido a las normas ilógicas impuestas sin deseos de investigar los porqués, envueltos en la homogeneidad de la globalización y un pensamiento único que cortaba de cuajo las alas de la libre expresión o cualquier pizca de creatividad. Una misma cultura, un mismo interés, como fotocopias idénticas y conformes con lo que había sido impuesto de forma descabellada. Aquello no había ocurrido de la noche a la mañana, sino que se trataba de un proceso que fue haciéndose cada vez más notorio.
Recordó aquella vez en la que el instituto fue remodelado, y "mejorado" por algún extraño motivo,  y en las noticias encubiertas por una serie de propagandas estúpidas y los hechos tapados con inútiles inventos, su sorpresa al descubrir por cuenta propia los millones de personas que habían sido desalojadas de sus casas y expulsadas de esa cuidad única y vigilada por el simple hecho de su poseer elevada curiosidad e inteligencia, además de los asesinatos en masa de aquellos que ya no servían a causa de su carencia de bienes.
Era una locura, y a su persona le daban nauseas permanecer en ese sitio un segundo más.

-Frank, no te comprendo.-refunfuñaba el joven rubio de porte delgado con un toque de molestia en sus palabras. Sabía que juntarse con personas como el guitarrista simplemente provocaría problemas.

-Si tan solo abrieras los ojos, serías consciente de todo el mal que nos rodea.-dijo carente de cualquier muestra de optimismo que le llevase a pensar que el otro le haría caso.-Me voy a ver a tu hermano quien está en coma, si es que aún lo recuerdas.-escupió sus palabras cruelmente enrollando una cómoda bufanda alrededor de su cuello que lo protegía del ligero frío invernal.

-Deja de decir cosas extrañas. Te lo digo por tu bien.-si bien no era tonto y sabía que la situación actual no podría ser catalogada como justa o normal, prefería mantenerse en la línea y aprovechar lo bueno que aquella cuidad podía ofrecerle, aprovechando la vida que tenía la suerte de llevar. Sin embargo, no pudo evitar que un grueso nudo se le instalase en su garganta; decidió que debía tomar otra dosis de esas caras pastillas que tanto bien le hacían y tanta fama tenían.

El menor bufó atravesando las puertas de vidrio de aquel hospital prácticamente vacío que no había sufrido más que cambios en el personal a lo largo del tiempo, y que de alguna forma lo reconfortaba.

 Las paredes blancas le daban la bienvenida-figuradamente-, a la habitación en la que un cuerpo inmóvil se encontraba sobre un colchón gastado. La estancia era pequeña, cuadrada y con poca cosa más que la cama, la gran cantidad de máquinas polvorientas, y un mueble anticuado. Se habían olvidado del enfermo, y allí había estado alimentado por suero psicológico, acompañado cada día por nadie más que el pelinegro. 
Dibujó en su rostro una media sonrisa al observar su expresión calmada y natural, completamente distinta a la del resto de humanos que poblaban el mundo en ese momento. Sus bonitos rasgos eran invariables, y sus músculos no se encontraban tensos, dando una apacible imagen.

-Volveré contigo. Si tan solo supiese cómo...-exhaló tomando la gélida mano del enfermo, deseando transportarse mágicamente una vez más para huir de aquello, harto de sus dudas. Se conformó con el hecho de saber que él estaba a salvo.

Sacudió la cabeza empezando a padecer un punzante dolor producto de tanto cavilar, cavando en un pozo profundo sin respuesta. Visualizó unas sombras a través del cristal de la pared posterior, distinguiendo a alguna enfermera seria de bata blanca y un doctor ceñudo de arrugas marcadas, firmes como robots, sin ningún tipo de lenguaje extralingüístico, debatiendo sobre algo que consiguió descifrar y le produjo dar un salto hacia delante ante tales comentarios disparatados. Nunca dejaría de asombrarse con la actitud insensible de los humanos.
Las oraciones que formulaban no guardaban ningún tipo de emoción, como si tratasen de un tema cotidiano de mínima importancia.
Un mareo desbordante lo atacó, mientras su sangre roja bullía de impotencia.

-Deberíamos desconectarlo ya. No es más que una pérdida de dinero innecesario; no nos sirve para nada en ese estado. Además, demolerán este hospital dentro de unas semanas.-opinaba el hombre de gruesos anteojos frotando su barbilla.

-Es verdad.-concordó una joven de moño apretado y alto.-Pero su familia no estará de acuerdo, aun siendo fieles ciudadanos, se trata de  su hijo.-objetó colocando sus ropas claras.

-Eso no es ningún problema.-sonrió el tipo de blanco.-Nos encargaremos de eso. Simplemente diremos que el sujeto 3469-leyó el número escrito en los papeles que sujetaba con los datos del paciente- falleció por algún ataque repentino.-concluyó.-Uno más, uno menos; no creo que a nadie le importe.-se apoyó en el marco de la puerta escribiendo algo en una hojita que no logró visualizar desde donde se encontraba.

El pelinegro apretó los puños al borde de explotar cual volcán en erupción, con las venas marcadas en la frente debido a la fuerza que ejercía con muchos de sus músculos. Respiró hondo obligándose a calmarse, mas su cólera inundaba cada poro de su ser de forma incontrolable. Gruñó sin detenerse a pensar en las consecuencias que sus futuras acciones pudiesen tener, y se alejó del inconsciente con pasos largos y rápidos acercándose a aquellos monstruos con claras intenciones agresivas. Sin embargo, estos se mantenían ajenos a lo que fuese que no entrase en su aburrida conversación sobre la manera de deshacerse de los ingresados, sin percatarse en el chico que abría y cerraba la puerta hacia afuera produciendo un seco sonido atentando contra la estabilidad del vidrio con un área de furia envolvente.

-¡Sois una maldita basura, una mierda!-escupió cerca de sus víctimas, alzando la mano y atinando en el rostro de una de esas personas desprevenidamente, colisionando con una gran fuerza que incluso dañó los nudillos del agresor.-¿Cómo os atrevéis a jugar con la vida de las personas para vuestro propio beneficio, eh?-unos brazos lucharon por sujetarlo, mas se sacudió hasta el cansancio repartiendo golpes mientras sus ojos se humedecían entre sollozos.-¡Basura!-repetía sin contener el llanto, incapaz de hacer algo que pudiese cambiar el mundo. Pero si tuviese alguna oportunidad de lograrlo, sin duda lo intentaría.

-Este lugar está podrido. ¡Todo es una asquerosa falsa!-se reveló forcejeando por escapar de esos cuerpos que consiguieron retenerlo e impedir sus constantes pataleos. Era una de las pocas veces en las que había estallado de esa manera; simplemente debía liberar aquello que había mantenido retenido desde que todo aquello había comenzado. Sería castigado, y lo sabía, pero no hasta qué punto.

-Es un pobre diablo.-una mujer de rasgos asiáticos y cabello corto oscuro apareció ante su vista observándolo con una fingida lástima que revolvió las tripas de Frank, quien fue arrastrado hasta las afueras del hospital, empujado contra el amplio maletero de un camión mediano de pintura blanca y perfecta.-No deberías haber dicho eso.-sentenció.

El interior del vehículo estaba frío y oscuro, sin ningún tipo de ventana que le permitiese observar qué ocurría en el exterior de él.
Se movió con agilidad hasta las puertas metálicas arrastrándose con las rodillas, pero no fue lo suficientemente veloz y estas cerraron produciendo un gran estruendo dejándolo encerrado en ese pequeño espacio rectangular de escaso oxígeno. Se resignó apoyándose en la pared de una de las cuatro esquinas abrazando sus cortas piernas, incapaz de asimilar esa situación que se le había salido de las manos. Tenía su justificación, ya que esas criaturas planeaban acabar con la vida de su amor, mas una vez hubo vuelto en sí, los sollozos retumbaron en sus propios oídos. Solo había generado más problemas, actuando como un niño en lugar de meditar para encontrar una solución. Gerard seguía estando en peligro, y no conocía el sistema de la otra dimensión, por lo que quizá desapareciese de allí también cuando sus latidos cesasen, convirtiéndose en un alma en pena.
Su llanto incrementó,  y su pecho subía y bajaba con violencia.
No imaginaba qué pretendían hacerle a él, y se arrepintió de su actitud impulsiva mientras el motor del automóvil rugía y las ruedas se deslizaban por una superficie poco llana pasando sobre continuos baches.

Cuando creyó que su garganta estuvo seca, y sus penas al borde del abismo, la luz llegó hasta él cegándolo momentáneamente. Se talló los ojos dirigiendo una mirada a una gran central situada más allá de una especie de puente poco iluminado. En estado de shock, fue conducido por unos extraños hombres cuyos rostros estaban cubiertos por unas feas máscaras en las que se dibujaban horribles rasgos que jamás había visto. No se resistió, ya que estaba rodeado por muchos de esos tipos y él era lo suficientemente listo como para saber que no podría alejarse más de un par de metros de donde se encontraba.
Con el corazón ahogado, ingresó en ese edificio de moderna arquitectura lleno de aparatos tecnológicos por donde sea que observase, con una luz azulada y fosforescente que  alcanzaba cualquier rincón.

Ciertamente podía catalogar aquel sitio con una infinidad de adjetivos que fuesen sinónimos de la palabra “desagradable” y antónimos de “hogareño”. 
Fue guiado, rodeado por ese grupo de gente extraña, hasta una sala amplia y bien alumbrada en la que existía una rara decoración entre unas pantallas modernas sobre una mesa de cristal rectangular en la que descansaban algunas herramientas quirúrgicas, y un gran número de camillas colocadas de manera lineal de patas metálicas cubiertas por sábanas, algunas tapando algo bajo ellas y envolviendo su figura, dándole un aspecto similar al de una morgue, aunque no estaba lejos de equivocarse.
Al finalizar su inspección, se percató de que los hombres de rostros tapados se habían marchados, y la mujer de antes le sonreía irónicamente, cruzándose de brazos con una tranquilidad inmutable. No supo qué hacer, a pesar de que aquel sujeto parecía esperar a que hablase. Sin embargo, no deseaba meter la pata de nuevo, y no podía disculparse de algo de lo que no se arrepentía o pensaba, por lo que guardó silencio sin titubear, distrayéndose con los bultos cubiertos.

-Bienvenido.-dijo con voz melodiosa y un gracioso acento.-Seré breve; muchos como tú han pasado por aquí por situaciones parecidas, con sus estúpidas teorías sobre la libertad de expresión blah blah-se burló gesticulando con las manos.-Aunque de eso hace ya un tiempo. Desgraciadamente no podemos evitar encontrar a alguno que otro rebelde como tú.-continuó fingiendo lástima.-Esto que ves.-caminó hasta una de las camillas ignorando la presencia del joven, destapando algo que resultó ser una enorme bolsa de plástico blanca con el logo de la empresa dibujada en ella, cerrada mediante un cierre de metal que fue deslizado hacia abajo dejando ver lo que había dentro.-son más "tú", a quienes denomino "killjoys" debido a lo molestos que resultáis.

Frank se cubrió la boca horrorizado con los ojos fuera de sus ejes y un mareo que lo sacudió causándole arcadas que fueron acompañadas por su pulso rápido al descubrir un cuerpo humano pálido y desnudo, surcado de venas verdosas y horrendas ronchas repartidas por su piel, junto a una mancha que parecía profunda semejante a la de una quemadura, negra y obviamente dolorosa. Estaba muerto. 

-Oh, el valor del niñito desapareció.-se rió aquel ser.-Mira, mira. Tengo una colección.-ensanchando su sonrisa apretó un botón brillante situado en la pared activando algún tipo de mecanismo que produjo el descubrimiento de una puerta oculta, ahora sobresaliente. 

Divertida con las reacciones del pelinegro, hizo presión sobre la superficie y esta cedió hacia dentro dejando un espacio suficiente como para que sus cuerpos cupiesen hasta dar con otra estancia distinta, aun más espantosa que la anterior.
Lo primero que percibió a través de su olfato fue un indudable aroma pútrido; un olor a muerte y descomposición, que acompañaron a la imagen posterior que contempló. Aquello no se trataba de una habitación normal, sino que existía un puente que atravesaba un hondo hoyo similar a un barranco. Se atrevió a echarle una ojeada al fondo de este, pero tan pronto como lo hizo se alejó tambaleándose, y en su cerebro la escena de una enorme pila de cientos, o probablemente  miles de cadáveres rellenando el espacio, amontonados unos sobre otros, desde el más antiguo y podrido hasta el más reciente y completo, desprendiendo un hedor natural y vomitivo. No estaba preparado para algo así, y pensó nunca estarlo.

-Primero experimentamos un poco con ellos cual ratas de laboratorio, y cuando ya no los necesitamos para probar nuestros productos, los tiramos aquí, la mayoría vivos, aunque otros tienen la suerte de ser previamente asesinados.-explicaba pacientemente.-A veces nuestras pruebas no salen bien y alguna sustancia química o radiación les produce enfermedades en los órganos, huesos o piel. Aun así nos interesa su progreso y los sometemos a algunas pruebas que nos benefician como empresa.-la mujer no podía evitar guardar aquel discursito, ya que su parte favorita era ver las caras descompuestas de sus futuros "ayudantes".- ¿Por qué tienes esa expresión? Al menos resultan útiles para el mundo.-finalizó.

-No te preocupes si esta opción no te agrada; puedes simplemente seguir un corto tratamiento de pastillas y volver a incorporarte a la cuidad. No somos una compañía tan terrible como para darte una sola alternativa.-tomó de su chaqueta de tela formal un pequeño bote lleno de grageas.-Es ahora tu elección; te curas, o... vas al vertedero de allá abajo.-concluyó regresando a la sala principal encantada con la conmoción del que estaba preso el más bajito.

Frank tragó hondo hipnotizado con la imagen poco alentadora, luchando por sacar a relucir su coraje perdido y recordar su propósito principal. Pero sintió terror cuando ni siquiera sus pies obedecieron y se encontró estático como una piedra pesada y el rostro morado por su negación a respirar ese aire contaminado. Debía salir adelante, por Gerard. Gerard. Pensó en él, y sollozó de impotencia ante sus nulos intentos por ir con él, y su rotunda negativa a convertirse en una marioneta más, similar a la de rendirse y morir tan vanamente. Entonces volvió en sí, reconociendo todas sus alternativas como peligrosas, eligiendo quizá la que más, y la mejor para él.

La imagen de la pistola colorida y letal que poseía la gente de ese edificio junto a la de la marca oscura del muerto se relacionaron en su mente, y rechazó a su cordura e instinto o pensamiento lógico, impulsado por una fuerza desconocida que le llevó a atentar contra la salida de la habitación bajo la mirada de la fría mujer, quien se decepcionó profundamente por su actitud tan tonta. Bufó presionando con el pulgar una tecla de un aparato que guardaba en el bolsillo, avisando a sus "empleados" de las inservibles intenciones de ese chico que golpeaba la puerta sin resultado. Como previó, unos hombres robustos llegaron disparados a esa zona, amenazando con esa arma peculiar que solo ellos poseían y que les eran ofrecidas para realizar su trabajo. 

Frank no se amedrantó, escondiendo el pavor que recorría cada una d sus células, poniendo todo su afán en obedecer las órdenes de su agotado cerebro.
Sus nudillos enrojecieron con el roce, desgarrando la primera capa fina de su piel y dejando a las gotitas de sangre recorrer sus manos cerradas en un puño débil. La salida estaba ahora protegida por esos hombres amenazantes, y no tuvo más remedio que sacudirse de esas manos que luchaban por atraparlo causándole varios moratones en más de una parte de su cuerpo. Por suerte, era pequeño, ágil, y la adrenalina enviándole descargas multiplicaba la velocidad de sus movimientos de defensa. Se contorsionaba de izquierda a derecha, avanzando cuando tenía el espacio suficiente, y retrocediendo al ser acorralado. Estaba cansado y había empezado a transpirar producto de sus carreras continuas. Si aquel juego del gato y el ratón continuaba, lo atraparían.

-Está bien.-susurró con la respiración entrecortada, ralentizando sus pasos, aún sin permitir a esos tipos que lo retuviesen.-Me tomaré esas pastillas.-dirigió una mirada de amargura al piso, con la cabeza gacha y sus cabellos revueltos.

-Veo que al fin y al cabo no eras tan tonto.-le felicitó la mujer que había actuado de espectadora acercándose con una expresión de satisfacción dibujada en su cara redondeada.-Ven aquí.-le ordenó seria.

-T-tienes razón.-admitió afligido con la vista puesta en algo que un sicario a su lado cargaba, mas la mujer no lo captó.-He sido un imbécil pensando que podría hacer algo contra vosotros.-las lágrimas se deslizaron hasta su cuello, arrastrándose por su piel clara.

Mientras hablaba, todos a su alrededor estaban quietos, luciendo despreocupados. Aprovechó la situación alargando su brazo hacia atrás, tocando con su palma su objetivo, el cual estaba metido en uno de los cinturones de esos seres, con sumo cuidado. Sus dedos temblorosos y sudorosos se ciñeron al arma con sigilo cuando quien parecía ser la jefa abría el enorme bote transparente de píldoras.

-No te preocupes, ya las pagarás más tarde.-se burlaba de esa gente inferior que siempre lograba controlar tarde o temprano. La verdad es que le hubiese entretenido jugar un rato más con ese chico y variar los finales convencionales de sus víctimas.

El pelinegro entrecerró sus ojos en busca de concentración, atreviéndose a actuar impulsivamente, haciéndose con esa pistola láser en menos de un instante y echando a correr tan rápido como su anatomía le permitió, no sin antes alzar el dedo medio frente a esas repulsivas criaturas, tan veloz que sus pies parecían levitar apenas haciendo contacto con el piso duro, con sus sentidos alerta y su órgano vital sobreexplotado, a punto de colapsar.

Lo había logrado, había burlado a aquellos a quienes consideraba sus enemigos haciéndoles gruñir. Pero le quedaba un largo tramo aún, y su mente estaba nublada, por lo que se obligó a recordar el camino. Debía intentarlo.
Le seguían, y las pisadas se acercaban. Siguió recorriendo el estrecho pasillo alumbrado, y unas luces rojas parpadearon por todo el lugar acompañado de un timbre grave, posiblemente como señal de alarma. Maldijo y limpió su frente perlada en sudor con el dorso de su mano, humedeciendo este.
Frente a él, más secuaces se aproximaban en su dirección, y se culpó por ser tan imprudente. No tenía otra opción más que utilizar aquello que acababa de robar, apuntando a esos cuerpos fuertes y apretando con temor el botón que no tardó más de unas milésimas de segundo en expulsar un rayo colorido que colisionó con la pared. Bufó y lo volvió a intentarlo, con sus piernas ardiendo y sus ojos chorreantes, pero no logró atinar. 
Bajó la pistola verde en la que había algunos dibujos plasmados que no tuvo tiempo de analizar o descifrar, pero la volvió a alzar disparando sin consideración de forma continua, cerrando sus párpados, caminando a ciegas, escuchando los quejitos que le avisaron de que había acertado. Aquello parecía una horrible pesadilla.

Pudo visualizar la cristalera y el puente exterior vacíos. Supuso que todos habían entrado al edificio cuando la alerta había sonado, y creyó encenderse en su interior una leve esperanza. Y entonces, un dolor indescriptible atravesó su bíceps haciéndole gritar de puro espanto. Ardía, su carne se derretía y burbujeaba. 
Sintió que un bicho le comía los músculos de esa zona, retorciéndose, como si millones de agujas envenenadas se hubiesen clavado en él, y sus ojos nublados captaron visiones distorsionadas que lo animaban a detenerse. Pero no lo hizo, y divisando la furgoneta en la que había sido retenido, reventó los cristales con varios rayos, llorando cuando el hombre enmascarado de su interior cayó como un muñeco.
Bajo la mirada de más de veinte personas carentes de emociones que le lanzaban rayos de colores cual fuegos artificiales en una celebración, se subió en el vehículo entre gemidos desgarradores sin importarle siquiera el frío petrificador del ambiente o el olor a podrido de su brazo, sujetando el volante con su mano sobrante y experimentando la sensación de conducir un coche en aquel estado, apretando el acelerador, haciendo a los neumáticos chirriar.

Suspiró viendo que tras él numerosas motos blancas lo seguían de cerca, queriendo llorar de nuevo y hacer perretas. Supo que estaba perdido, mas alargó su agonía levantando humo al superar, doblar, o más bien, cuadriplicar, el límite de velocidad permitido en las carreteras de la cuidad, sin un destino concreto.

Tiempo atrás hubiese llamado a su familia o hubiese buscado refugio en ella, pero ahora sabía que, aunque le hiriese enormemente admitirlo, si lo hiciese le entregarían a Blind sin dudarlo. Pero no los culpaba, no era su culpa, o eso quería creer. Los extrañaba, aunque dejó que los pensamientos fríos sustituyeran a los melancólicos. 

Supo a donde ir a la misma vez que dio con un pequeño pero importante detalle. Buscó algo en la guantera de plástico hasta hallar el artilugio más punzante y cortante que pudo palpar, dando con unas hojas de metal brillante sin empuñadura, finas pero letales. Se detuvo con rapidez tomando la que tuviese una punta más afilada, y temblando pero con determinación, enterró esta en la parte superior de su herida, muy cerca de su hombro, provocando una pequeña hemorragia de líquido carmín que manchó sus ropas. Apretó sus dientes tratando de mantenerse consciente el tiempo suficiente como para introducir dos de sus dedos en el hueco considerablemente grande de su extremidad superior y sacar una tarjetita minúscula  incrustada a algunos milímetros de profundidad. Chilló, rugió y explotó en llanto al borde de caer desmayado, mas no se dio tal lujo y tiró desde los vidrios rotos del vehículo el microchip que jamás le permitiría cumplir con su afán de libertad.

Volvió a acelerar mareado, recorriendo la carretera trazando líneas oblicuas, rompiendo señales de tráfico e incumpliendo cualquier norma de conducción. Huyó, huyó resistiendo el dolor más grande que jamás hubiese experimentado, sin nadie a quien pedir ayuda, desviándose por un sendero desierto, llegando al lugar de sus recuerdos. Sus persecutores desistieron, y así, empezó su vida como enemigo mortal de Blind, el fugitivo más peligroso de Battery City.

Creyendo morir, se adentró en el pequeño refugio preparando un torniquete improvisado con su chaqueta, limpiando con el agua de una botellita la sustancia rojiza y espesa que no dejaba de salir, mordiendo sus labios, pálido, como si de verdad toda su sangre se hubiese escapado a través de su herida. Anudó como pudo las mangas alrededor de su brazo, apretándolo con la tela. Posteriormente, se llevó a la boca los contenidos de una de las asquerosas latas de carne de aquella empresa, rellenando su estómago con algo que le costó digerir, y humedeció su garganta reparando las grietas de sus paredes, levemente aliviado. Había sobrevivido.

Se tumbó sobre el suelo de madera vieja haciéndose una bolita, aprovechando su calor corporal, doblando su tronco apoyado sobre su costado menos dañado, y como si de una poción de sueño hubiese actuado sobre él, cayó rendido en el anochecer de aquel día que supondría un gran cambio bajo la luz de la media luna que flotaba en el amplio cielo en libertad.

~~~

-Déjame en paz.- gruñía el apático joven empujando al perrito que volaba a su alrededor dando aleteos a la par con los movimientos ajetreados de su cola.

Había perdido el ánimo y cualquier tipo de actitud social. Ni siquiera le agradaba ya pasear por el mágico bosque, puesto que cualquier mínimo ruido le resultaba un quebradero de cabeza, acostumbrándose a la soledad ocasionalmente interrumpida por molestas visitas. Se había vuelto costumbre deambular de habitación en habitación, encerrarse en cuatro paredes hasta que se aburría y cambiaba a otra distinta. Aparte de eso, no hacía absolutamente nada. Se había cansado de quejarse.

Él no quería admitir que se había rendido, sino simplemente utilizaba la absurda excusa de estar esperando a que algo ocurriese.
De vez en cuando entrenaba, memorizando algunas técnicas nuevas y perfeccionando su brillante manejo de katana. La mejora de sus habilidades era notoria, siendo complicado para el mejor de sus contrincantes desarmarlo o producirle algún tipo de daño. Pero apenas tenía recuerdos de la última vez que había cruzado la parte segura y se había enfrentado a alguna criatura malvada cumpliendo con su trabajo como protector del otro mundo, mas esa desazón le impedía actuar o tener algún interés por algo.

Paseaba por la más alta de las plantas de aquel enorme castillo jugando con la pulsera de su muñeca despreocupado, pasando por la sala de prácticas en donde aquellos muñecos de madera eran utilizados como atacantes. Por simple nostalgia se adentró en ese lugar vacío, ya que en ese momento sus "compañeros de dimensión" habían salido, y la verdad es que no había interactuado con ellos desde hacía muchos destellos interestelares, como le gustaba llamarlo a él. Se apuntó mentalmente la tarea de disculparse cuando su mal humor disminuyese.

Cerró los párpados moviendo sus labios sin pronunciar sonido alguno como si esto le requiriese un claro esfuerzo, alzando uno de sus brazos con una mueca de concentración. Momentos más tarde, un delicioso helado de chocolate aparecía sobre su palma. Se lo llevó a la boca recordando su sabor, logrando captarlo sin dificultad. A veces le gustaba darse algunos caprichos como aquel utilizando la magia y realizando hechizos similares, ya que era lo máximo que podía hacer; crear objetos poco pesados como comida o ropa.

Suspiró con un deje de hastío ante su fugaz ocurrencia mental mientras saboreaba el dulce. Se propuso volver a intentarlo, empujado por su añoro. Al fin y al cabo, ya estaba suficientemente decepcionado consigo mismo por sus nefastos resultados.
Su pequeño no salía de su trastocada cabeza.

Pensó con terror en su aspecto actual, ya que a diferencia con la realidad, allí tenía el mismo aspecto con el que había llegado. De este modo, si se iba y regresaba, su imagen se "actualizaría" y adoptaría la nueva apariencia en ese sitio de fantasía. Habiendo permanecido ahí desde los dieciséis años, no había cambiado nada. Quizá ahora sería un anciano de pelo canoso y bigote poblado.
Dejó atrás sus miedos secundarios para relajar su cuerpo, buscando el equilibrio con el medio, recitando palabras memorizadas con un profundo deseo, creyéndose incapaz. Como supuso, lo único que había conseguido había sido agotar sus energías, nublar su vista, un dolor de cabeza y desquiciarse aun más. Bufó dándose la vuelta, encerrado en sus penas.
Observó con ira a uno de los muñecos, un Scarecrow de tamaño mediano, como si este fuese el culpable de sus males. 
Tan ensimismado estaba en asimilar su nuevo fracaso que no notó el cambio de temperatura en el ambiente, ni lo estrecha que se había vuelto esa estancia. Fue solo cuando su vista hizo un recorrido a su alrededor cuando supo que no estaba en el castillo. Antes de nombrarse victorioso, se percató de que no reconocía ese extraño sitio. En lugar de observar una sosa habitación de hospital, se hallaba encerrado en una celda de cristal bajo unos focos luminosos que lo cegaban y enrojecían sus ojos secos.
Podía ver una puerta blindada de metal con una cerradura de acero que parecía irrompible. El olor a metano y otros compuestos químicos lo descolocaba. Por muchos años que hubiesen transcurrido, un centro médico no podría haber evolucionado a algo así, se dijo.

Entonces, creyó haberse transportado a un tercer mundo en el que jamás había estado. Y sin saber qué hacer, se incorporó en esa especie de camilla incómoda con el primer impulso de palpar su rostro en busca de arrugas. Afortunadamente, no encontró ninguna y se alivió levemente. Acarició su propio cabello largo hasta los hombros, llevándose una sorpresa al examinar las puntas rojas. El corazón le dio un brinco atribuyéndole aquella travesura a su Frankie. Estudió sus vestimentas blancas y feas de tela fina. Tocó su vientre notándolo más desinflado, y supuso que aquello se debía a su inconsciencia.

-¡¿Hay alguien ahí?!- gritó comenzando a sentir claustrofobia, poniéndose de pie apoyándose en el colchón, ya que sus piernas débiles amenazaban con torcerse.

-¡Heeeeeeeeeey!-chilló escuchando su voz, algo más grave y afónica a causa del desuso de sus cuerdas vocales.- ¡Mamá, papá, Mikey, Frank!-se dejó inundar por la emoción de volverlos a ver, dando pasitos cortos, volviendo a caminar con los pies descalzos pisando el helado suelo.

La respuesta no fue la esperada, y en lugar de una bienvenida, unos sujetos, cada cual más raro, vestidos con el mismo uniforme y con el rostro cubierto por la misma máscara lo visitaron observándolo como a un animal enjaulado. No comprendía qué estaba pasando.
Una mujer seria y temperamento indescifrable se sumó al escrutinio, acercándose al cristal para analizar con mayor detalle al chico de expresión confusa.

-Ha despertado, señora.-anunció uno de los tipos enmascarados, por suerte, en su mismo idioma.

-Eso ya lo veo.-dijo ella con actitud molesta.

-¿Pueden sacarme de aquí?-se atrevió a hablar el pelirrojo harto de la situación, sintiéndose humillado.

-¿Qué hacemos con él?-preguntó otro de los hombres, ignorando sus palabras como si hubiese hablado en otro lenguaje.

-Nada, por ahora.-zanjó la de traje caro y carácter frío.-Recordad que es importante mantenerlo aquí.-continuó.-Empezaremos pronto con las pruebas.-informó dirigiéndose hacia la salida con tranquilidad.

-Eh, ¿qué demonios está pasando?-gruñía Gerard rabioso.- ¡He ordenado que me saquen de aquí!-refunfuñaba.

Esos sujetos le dedicaron una mirada cargada de odio a través de la careta de plástico, haciendo un amago de ponerse a la defensiva.

-Dejadlo.-tan pronto como la mujer habló, todos le dieron la espalda obedeciéndola cual perros entrenados.-Es nuevo aquí.-finalizó con un deje de malicia mezclada con una ligera lástima, marchándose de allí bajo los gritos del molesto joven, asegurando los cerrojos posteriormente.

Gerard no cabía en sí del coraje que sentía, creyendo ser un mono en un zoo extraterrestre. A pesar de sus réplicas, nadie le escuchaba, y era lo suficientementemente inteligente como para saber que no podría escapar por sus propios medios. Así que cargado de ira, se sentó en unas esquinas de ese cubículo, incapaz de hacer nada cual espectro invisible. Estaba acostumbrado a la espera, por lo que las horas pasaron ante él sin lograr alterarlo, dedicando su tiempo a meditar en las últimas palabras que Frank le había dicho antes de su ida. Tenía razón; aquello era una pesadilla.
Se tallaba la frente con un gesto inquisitivo, experimentando la sensación de hambre de nuevo, escuchando a sus tripas rugir y retorcerse en su interior. Aquel trato recibido sin motivo lo desconcertó, y a menos que hubiese matado a alguien estando en coma no podía encontrar explicación. Además, el frío se colaba a través de la tela poco gruesa calándole los huesos, pero no tenía ningún lugar en el que acurrucarse en ese vacío espacio. 
Justo cuando su aburrimiento llegaba al límite se escuchó un ruido mecánico y un hombre de caminar tieso cual muñeco con el atuendo que lo caracterizaba se acercó hasta él, abriendo la vidriera por medio de un botón escondido. Depositó algo en el suelo; una especie de bote plástico.

El pelirrojo no se inmutó siguiendo al sujeto con la mirada, percatándose de que este estaba armado con una pistola que parecía de juguete metida en el cinturón. Simplemente lo llamó antes de que este se marchase sin obtener más que un verbo en imperativo: "tómatelas".

Gerard se agachó sobre sí mismo tomando aquel frasquito que para su famélico cerebro sería una rica comida, mas se trataban de unas feas pastillas. Se detuvo a mirar el logo del envase con un mal presentimiento rondándole. Estuvo tentado en obedecer y saciarse con aquellas píldoras, pero no era tonto y sospechaba de que se tratasen de algún tipo de droga. No podía confiar en unos desconocidos que lo habían encerrado en una especie de jaula.

Fantaseó con una nueva aparición, pero supuso que se habrían olvidado de él. 
Caminaba de una esquina a otra, estirando sus articulaciones engarrotadas y oxidadas. Reflexionó sobre aquel medicamento y se propuso estudiar sus efectos; era algo estúpido, pero en un sitio como ese sin nada más entretenido que hacer, le parecía una idea atrayente. Quizá le otorgaría algo de sueño, o `le causase una mutación e incluso adquiriese super-poderes. Ninguna de aquellas posibilidades le resultó del todo terrible.

Jugó con el bote en su palma oliendo este con desconfianza, sin captar nada raro. Siguió analizando una de esas pastillas sólidas y duras, pasándola de una mano a otra. Desde luego, prefería su deliciosa comida mágica a aquello.
Se propuso realizar un hechizo como última alternativa, pero como había adivinado, no funcionaba en esa dimensión. Exhaló resignado llevándose el comprimido a los labios, captando su textura lisa.

Fue interrumpido por un alboroto que procedía desde el otro lado de la puerta. Unos sonidos similares a los de los disparos, un poco menos estrepitosos, llegaron hasta él y se detuvo descifrando la escena. Sin embargo, no tuvo que imaginar mucho más, puesto que un hombre bajito acompañado por un grupo de tipos enmascarados irrumpió en la estancia.

-¡NO!

Aquella voz familiar le hizo girar la cabeza y congelarse como una estatua de hielo en estado de conmoción. Su corazón dio un brinco, y sus ojos actuaron como el dispositivo de una cámara, cerniéndose sobre esa persona que le dedicaba una sonrisa preocupada.

-¡Frankie!-gritó saliendo de su trance, abalanzándose sobre el vidrio recuperando su energía súbitamente, deseando alcanzarlo.

Mientras rasguñaba el cristal en un vano intento de acercarse a él, el menor luchaba contra aquellos seres realizando varias fintas, contraatacando con disparos certeros; en medio de la frente o en el corazón. Inmovilizaba a sus enemigos con rápidos movimientos de brazos y piernas, con la vista puesta en aquel pelirrojo a escasos metros de distancia.
Gerard lo miraba atónito ante la aparente destreza que probablemente dejaría en ridículo a sus propias técnicas de combate.
 Anonadado contempló el rostro con leves rasgos aniñados que conservaba desde su adolescencia, como los marcados hoyuelos de sus mejillas. Su pelo rebelde y azabache había crecido unos centímetros más por debajo de los hombros. Llevaba unos vaqueros ceñidos que tapaban sus botas, una camisa de manga larga que combinaba el amarillo y el negro, un chaleco desgarrado de color verdoso y un pañuelo azul con estrellas blancas dibujadas anudado a su cuello. Lo que más destacaba era aquella máscara de látex con el rostro de Frankeinstein sobre su cabeza. 
Pudo adivinar un rastro de rabia en su expresión cada vez que apretaba el mecanismo de la pistola, quizá con el odio nublando su mente. Pero no le dio importancia.

-No te dejes engañar. ¿Cómo sabes que él es el bueno y todos nosotros nos equivocamos?-las últimas palabras del enmascarado no lograron confundir a su receptor en ningún sentido. Sabía que, pasase lo que pasase, cambiado lo que hubiese cambiado, confiaría en Frank sin dudarlo.

Observándolo perdió la cuenta del número de contrincantes que había vencido y ahora adornaban el suelo. Cuando el último cayó contorsionándose a causa del dolor el más bajito apuntó un punto estratégico de la vidriera permitiendo que esta se abriese. 

-Gee...-susurró derramando una lágrima de felicidad que limpio con un pulgar, derritiéndose cuando sus miradas se reencontraron de nuevo, envueltos en un hechizo de hipnotismo.

-Vamos.-el pelinegro despejó su mente recayendo en el peligro que ambos corrían, por lo que tomó su mano suspirando ante el contacto y echó a correr con rapidez pidiéndole al otro que le siguiera el paso.

-Toma; ponte esto.-se detuvieron un instante para calmar su respiración, y el más bajito le tendió un peculiar antifaz amarillo con símbolos circulares que había sacado de un bolsillo.
Gerard obedeció colocándose aquel objeto en su rostro, cubriendo la mitad superior del mismo.

La conocida alarma se activó y las luces rojas inundaron el lugar mientras ellos recorrían el pasillo despejado. Por donde quiera que pasase solo eran cuerpos tendidos sobre el piso los que complicaban su tarea, por lo que sin muchas complicaciones de por medio alcanzaron la salida, siendo grabados por numerosas cámaras de seguridad que no lograron descifrar el rostro del mayor.

-¿Por qué tú no te pones la máscara?-preguntó curioso mientras Frank intentaba desbloquear la puerta por medio de disparos verdes.

-Es una larga historia.-rió reemprendiendo la marcha saliendo del edificio iluminado para enfrentarse a la fría cuidad de cielo oscuro.
El mayor escuchó en su cerebro las palabras del difunto hombre enmascarado, pero sacudió la cabeza al atreverse siquiera a dudar de una sonrisa tan sincera como aquella.

Había empezado a anochecer, pero las luces artificiales alumbraban con potentes boltios las calles transitadas. Llegaron hasta un puente cerrado de cemento, y en su interior una igualada pelea les impidió seguir. 
Gerard creyó que de nuevo una desigualada batalla empezaría, y temió por la seguridad del menor, quien por muy buen luchador que fuese, no podría ganar esta vez estando agotado y débil. Pero un desconcierto lo golpeó ante la actitud imprudente del menor, quien se acercó a dos de ellos.

Los sujetos se dieron la vuelta para hablar con el pequeño, pero al ver a ese pelirrojo asustado a sus espaldas ignoraron al de verde y a cualquier criatura que trataba de asesinarlos, abalanzándose sobre el desconcertado joven.
El de ojos aceituna tardó algunos segundos en identificar a esas personas cuando dejaron su rostro descubierto, quitándose los duros cascos que los protegían de los golpes asestados en el cráneo o la cara.

-¡Mikey, Ray!-chilló correspondiendo al abrazo de su hermano y su amigo, sollozando a causa de la impresión.

Sus piernas temblaban y sus palpitaciones se aceleraban temiendo desfallecer. Por otro lado, el menor atinaba en el cuello de uno de los oponentes, resultando apenas rasguñado.

-Te echaste una larga siestecita, eh.-bromeó el de rizos soltándolo con pesar.-Mejor os marcháis ya. Nosotros nos encargamos.-dijo adoptando un tono serio, retomando su postura de lucha.

-Luego nos vemos.-finalizó su hermano, ahora rubio alzando su pistola roja.

Frank sacó a su novio conmocionado de allí, recorriendo un ligero tramo vacío hasta localizar un viejo coche blanco alargado lleno de dibujos coloridos en cuyo amplio capó se observaba una enorme araña de pintura negra.

Rápidamente el menor abrió una de las puertas tan pronto ambos entraron al automóvil, el motor de este rugió y las ruedas rechinaron al girar sin necesidad de utilizar una llave. 
Frank concentrado conducía con las manos en el volante, ablandando su expresión al ver al otro examinar el exterior a través de la ventanilla del copiloto, pasmado por la avanzada arquitectura y el aspecto superficial de cada rincón, carente de naturaleza.

-Te echaba de menos, Gee.-susurró entrelazando los dedos de su mano libre con los del contrario, maravillado por la calidez envolvente.

-No sabes lo mucho que te extrañé allí, frustrado por ser incapaz de venir a verte.-confesó el mayor sollozando, sufriendo los estragos del llanto.

-¿Recuerdas lo que me preguntaste antes?-le recordó.-Mira.-soltó su mano durante un minuto para sacar de la guantera un gran papel doblado.

Gerard examinó el papel en el que se adivinaban varios rostros conocidos impresos tachados con una gruesa cruz roja y unas letras en negrita en la parte inferior que decían: "Killjoys. Se buscan". Confuso siguió ojeando el objeto, esperando una explicación.

-Así nos llamamos; los killjoys.-aclaró.-El mundo ha cambiado, como habrás visto. La empresa lava-cabezas domina el mundo, y nosotros nos negamos a ser robots. Yo primero, y más tarde ellos abrieron los ojos, y ahora nos buscan para matarnos.-concluyó con una sonrisa amarga.-No tienes ni idea de todas las cosas horribles que he vist- fue interrumpido por la imagen que observó en su retrovisor.

-Oh, no Gee. Te han implantado el microchip y nos siguen.-gimió el menor poniéndose de pie dejando que una parte del techo se abriese para disparar a las ruedas de la moto blanca con un característico logo que estaban tras ellos.

El pelirojo permanecía estático asimilando aún la información que difícilmente entraba en su cerebro, formulando una larga lista de preguntas que se le atascaban  en la garganta.

-Tengo que sacarte eso.-Frank regresó a su sitio.-Solo si quieres. Si no, podemos intentar despistarlos.-finalizó sin querer forzarlo, comprensivo. No quería hacerle daño, y le hería terriblemente hacerle pasar por aquello. Respetaría su decisión fuese la que fuese.

-Solo quiero que estemos a salvo. Haz lo que quieras.-respondió con una seguridad que no tenía, convenciéndose de que las cosas irían bien.

El menor asintió con el corazón en un puño, apretando sus párpados para no llorar por su cobardía. El más alto le infundió ánimos mediante caricias con el pulgar en el dorso de su mano como señal de sumisión. Finalmente, descartó otra posibilidad y estacionó de mala manera en un despejado callejón silencioso, sacando de su chaleco un cúter afilado que limpió con desinfectante.

-Está en tu brazo izquierdo.-informó.-No hay anestesia ni nada parecido...-sus ojos se humedecieron y su boca formó un puchero triste, amenazando con llorar.

-Está bien. Yo antes era emo, ¿recuerdas? Esto será solo un pinchacito.-se convenció despegando la zona indicada de su cuerpo para un mayor alcance del menor.

Su pulso temblaba con el arma afilada en entre las manos, con los orbes vidriosos y una tristeza inexplicable. Con una exhalación profunda se atrevió a tomar el brazo y a dejar sus dedos rozarlo, mojados con el desinfectante con cariño, posicionando el objeto cortante en el punto correcto, intentando relajar su pulso antes de profanar la primera capa superficial de su piel nívea con sumo cuidado.

-No hagas fuerza.-aconsejó escarbando en su carne.-Falta poco.

Gerard apretaba sus dientes y párpados dejando escapar gritos sordos, luchando por no retorcerse cuando el arma aumentaba de profundidad, haciendo brotar borbotones de sangre, sintiendo como si el ácido le consumiese lentamente. Escocía demasiado.

-Ya lo tengo. Aguanta un poco.-el menor parecía sufrir más que él con aquello, experimentando pinchazos de culpabilidad que lo atosigaban. Pero logró encontrar el pequeño dispositivo y lo sacó con rapidez aplastándolo con dos de sus dedos, mostrándoselos a Gerard para que comprobase que no mentía, para lanzarlo posteriormente a la calle, ya que sabía que ni siquiera un líquido tan fuerte como el alcohol lo estropearía.

-Voy a curarte.-su voz vibraba casi tanto como él mismo, mojando un trozo de tela en el desinfectante y pasándolo suavemente sobre la zona abierta, haciendo al herido contraer los músculos ante la sensación desagradable que quemaba su piel.
Terminó de retirar las manchas rojizas hasta que apenas salían gotitas de líquido vital y apretó ligeramente el paño contra su brazo, protegiéndolo de cualquier infección exterior.

-Gracias por hacer esto por mí.-musitó el pelinegro recuperando su respiración pausada, regresando a su actitud relajada.
El mayor sonrió sin poder evitar hacer una mueca adolorida, rodeando el cuerpo del menor con sus brazos estando uno frente al otro, apoyando su cabeza entre el espacio de su cuello y su hombro.
Una duda se apoderó de él y su convicción, mas formularla le aterrorizaba. Con ternura acarició una de sus mejillas despegándose un poco de él para mirarlo a los ojos, y entonces cualquier miedo desapareció en esos preciosos irises.

-Aunque hayan pasado muchos años, sigo amándote.-confesó sonriendo ladinamente con un sonrojo dibujado cual colorete en sus redondos mofletes.

-Tampoco somos ancianos aún, ¿no? No me digas que tengo canas.-dramatizó jugando con su pelo.-Tampoco has crecido nada.-se burló ganándose un golpe en la frente.-Y yo también siento lo mismo aquí.-finalizó señalando la parte izquierda de su pecho, derritiendo al menor. Era sorprendente la facilidad con la que podía expresar sus sentimientos sin titubear.

-Entonces, ¿estamos en el Apocalipsis?-intentó bromear dedicando una rápida ojeada a su alrededor.

-Algo así.-Frank abrió la puerta del coche, recibiendo una mirada intranquila.-Podemos dar un paseo. No te preocupes; tengo mis métodos.-guiñó un ojo de forma convincente.

El más bajito hizo un pequeño recorrido a través de algunos edificios y calles plagadas de símbolos cuyos significados explicó, como si se tratase de un guía turístico que le desvelaba la historia y los secretos de esa cuidad artificial.
Más tarde, regresaron al vehículo cuando los lugares por los que pasaban resultaban idénticos al resto. Charlaron animadamente durante el trayecto, contándose las numerosas anécdotas de las nuevas aventuras que habían vivido estando separados, y rememorando alguna experiencia vieja.
Gerard le contaba su aburrida estadía en el otro mundo, y la agradable paz que reinaba allí desde hacía ya bastante tiempo. Presumió de sus progresos, le describió sus fracasos y sus creaciones mágicas. Por otro lado, el menor alegaba sobre el comienzo de su vida como el enemigo más buscado, y relataba sus grandes hazañas mostrando sus heridas de guerra. Existía una impresionante química y compatibilidad entre ellos.

-¿Y mis padres?-cuestionó sabiendo que se trataba de un tema delicado, ya que el otro bajó la cabeza afligido, como si recordase algo trágico.

-Son como ellos, Gee.-dijo.-No son malos, pero les han drogado para alterar sus recuerdos, y no hay nada que podemos hacer.-murmuró con tristeza.

-Pero se puede intentar hacer algo.-propuso negándose a sucumbir.

-Yo ya lo intenté muchas veces.-confesó con amargura.- Y ¿sabes lo que ocurrió?-el mayor realizó un gesto de negación.-Me entregaron a ellos para que curaran a su pobre hijo enfermo y rebelde.-sonrió con pesar.- ¿Sabes por qué te tenían encerrado?-Gerard volvió a negar.-Porque eras un método de chantaje. Te habrían matado hace mucho, Gee. Pero sabían que eras importante para mí, así que te mantuvieron con vida, aunque sé qué hicieron experimentos contigo.-se lamentó.-Si yo me acercaba a la central, acabarían contigo, y si no causaba problemas, te mantenían a salvo.-finalizó más serio que de costumbre.

-Y como ahora no hay amenazas de por medio, somos libres para hacer lo que nos dé la gana, evitando que nos atrapen.-completó.- Haz madurado.-susurró.

-Son las consecuencias de una sociedad así.-bufó.

-Esto es peor de lo que esperaba.-admitió pisando tierra firme y arenosa.

-¿Recuerdas este lugar?-cuestionó Frank con nostalgia.

-Claro, aunque está un poquito cambiado.-ironizó observando el inmenso desierto y la casita de madera que se alzaba ante él.

-Date la vuelta.-ordenó haciéndole girar su cuerpo hasta el lado contrario.-Como es muy pequeña para todos, arreglamos un viejo restaurante y lo utilizamos como refugio.-informó.-Así que en la casita solo está mi guitarra y unas sábanas. Me gusta dormir a veces allí para ver las estrellas y relajarme.-tomó la mano del mayor guiándolo hasta la propiedad más grande.

Gerard comprobó que ese sitio árido estaba solamente habitado de plantas que soportaban las altas temperaturas como cactus gruesos y altos o grandes matorrales y árboles de tronco y ramas secas. Además, se adivinaban algunas montañas poco elevadas, y las piedras grisáceas y duras contrastaban con la tierra canela.
Las temperaturas no eran muy altas ni muy bajas, pero el sol actuaba directamente sobre esa zona, y como Frank le había aclarado, en las noches la arena enfriaba y aquello se convertía en una nevera inmensa. Sin embargo, se percató de que él vestía aún la tela fina y ancha, y se avergonzó momentáneamente.

-Espérame aquí un momento, Gee.-el menor pareció leer sus pensamientos y se adentró al refugio dejando al pelirrojo esperando detrás de este.

Regresó con las manos llenas, y el más alto agradeció ser como un libro abierto para su pequeño. Le ofreció una vieja y holgada camiseta negra, una bonita chaqueta azul, unos vaqueros de color claro, unos guantes de cuero, unas botas altas negras, y un cinturón con una bandolera atada con la capacidad y la forma de una pistola.

-La chaqueta la hice yo.-dijo.-Los pantalones son míos y quizá te queden apretados- se disculpó.- y toma.-le entregó un arma parecida a la que le había visto utilizar a él de color amarillo y poco pesada.-Como habrás visto no son pistolas normales.

-Lanzan rayitos de colores.-simplificó el pelirrojo divertido y curioso ante las cosas nuevas que había descubierto, terminando de vestirse con rapidez, colgándose la máscara del cuello y atusándose los mechones revueltos de pelo.

-Parezco un Power Ranger.-se quejó agachando la cabeza para analizarse hasta donde sus ojos pudieron llegar.-A ti te queda mejor.-fingió envidia.

-Esto es "lo que está de moda" ahora.-rió el menor adoptando una voz aguda.

-Yo sí que voy a la moda, cariño.-aquella voz fina les hizo girar la cabeza tras sufrir un susto a causa de la sorpresa.

Observaron a un hombre alto y delgado se deslizaba con unos patines sobre el suelo ágilmente, vistiendo unas mayas coloridas sin complejo alguno y un casco que impedía ver sus facciones, pero que retiró mostrando un rostro sonriente y maquillado con una estrella negra alrededor de uno de sus ojos, resaltando sus facciones con la máscara de pestañas y un brillo labial.

-¡Mario!-Gerard dio un salto, tan feliz como nunca creyó estarlo al verlo por saber que otro de sus amigos estaba de su lado.

-Vaya, ya eres todo un hombre.-lo alabó.-Y uno atractivo, déjame decirte.- lo observó llevándose una mano en la cintura.-Veo que ya te has unido al lado oscuro.-silbó travieso ante su indumentaria.-Venga, entremos.

Los tres se adentraron en el extraño restaurante que aún conservaba las mesas intactas, pero cuyas  paredes habían sido dibujadas, y la zona de la cocina estaba desordenada con botes cerrados desparramados e incluso ropa.
Se escabulleron por una puerta situada detrás del mostrador, en donde había un corto pasillito con unas escaleras que subían al piso superior y un cuarto cerrado en el que estaba el baño. Estando en el piso superior, una gran sala cuadrada se abrió entre ellos. En esta, habían varias camas individuales con las sábanas dobladas y enrolladas. Dos personas estaban reunidas sobre un colchón con una vieja radio en la mano hasta que aquella interrupción les hizo dar un brinco y recibir a Gerard con abrazos constrictores que le dificultaban la tarea de de sus pulmones apretados.

-Escuchad, escuchad. -Ray lucía emocionado, haciendo un gesto para que los otros se acercasen.

-Parece ser que cinco Draculoides- así era como denominaban a los hombres enmascarados.-han recorrido el distrito sur, aunque no sabemos con qué propósito. No corréis peligro y no creo que descubran vuestra ubicación. -decía la emisión.-Espera un momento, ¿por qué estáis tan callados? ¿Ya llegó Gerard?-habló como si pudiese escuchar lo que ocurría en la habitación, y el pelirrojo se sobresaltó cuando escuchó su nombre pronunciado por aquel locutor.
Todos soltaron carcajadas rompiendo el silencio, menos Gerard, quien no comprendía- de nuevo el motivo de las risas, ni la persona que les hablaba, o tan si quiera si era amiga o enemiga.

-Es Ron, tonto.-aclaró Mario propinándole unas palmaditas en la espalda.

-¡Oh, Ron!-su alegría salió a flote gritando cerca de ese aparato como si de ese modo el mensaje pudiese llegarle más claro.- ¿Cómo funciona esto?-preguntó sacudiendo la radio con intriga, sacando ruidos destartalados y un pitido ensordecedor.

-Es como un teléfono o algo similar, aunque solo capta mi emisora.-respondió el locutor amigablemente, feliz por la incorporación de su viejo amigo.

-Ron se encarga de investigar los movimientos de Blind e informarnos de las nuevas noticias. Es un trabajo complicado porque debe ir de un distrito a otro, por lo que es un infiltrado y nadie sabe que es uno de los nuestros. Además necesita amplios conocimientos sobre la tecnología para investigar los datos de la central de la empresa.-decía Frank recibiendo todas las miradas.-Por eso tenemos que soportar los lamentos de Mario por la lejanía de su amor.-se burló recibiendo un golpe.

-Mario se encarga de conseguirnos provisiones u objetos que necesitamos, y organiza las tareas en el refugio.-seguía Mikey sin dejar de sonreír.-O sea, que es nuestra ama de casa.-añadió.

-Pues sin esta ama de casa te habrías muerto ya de hambre.-replicó el de los patines mostrándole el dedo del medio.

-Haya paz.-rió Ron.-Bueno, ya es muy tarde. Me voy a descansar. Esto es todo por hoy.-finalizó con un largo bostezo.-Buenas noches, amor.-dijo dirigiéndose a su novio.

-Te quiero muuucho.-le respondió con una sonrisa tonta pero imperceptible para su receptor.

El aparato dejó de emitir sonidos y los oyentes se tumbaron en sus camas respectivas tallándose los ojos con el sueño visible en sus rostros ojerosos, con bolsas visibles bajo sus orbes.

-En cuanto a nuestro trabajo, lo verás cuando haya una misión, aunque supongo que ya te haces una idea.- Ray se tumbó en el cómodo mueble descalzándose y sustituyendo la chaqueta por una sudadera gruesa.

-Nosotros nos vamos a la cabaña.-susurró el más bajito levemente sonrojado.

-Hasta mañana, Gee. Me alegro de volver a verte así.-se despidió el más joven de los hermanos Way antes de caer rendido bajo las mantas.

-Y yo también, Mikey.-extrañamente experimentó un agradable alivio.

El pelirrojo temblaba cual gelatina al salir de las cuatro paredes que retenían el calor, encerrándolo e impidiendo al frío entrar. Sus manos eran apenas sensibles y su tacto se asemejaba al de una piedra congelada. Había oscurecido y la única luz provenía de un anticuado farol que el menor sostenía en su mano mientras escalaba el árbol de escalones rotos y roídos, resguardándose en ese agradable espacio lleno de mantas, colchonetas y almohadas que Gerard agradeció, enterrándose bajo telas dejando de tiritar.

-Ven aquí, Frankie.-lo llamó alzando sus brazos cual bebé que espera mimos.

El menor cerró la apertura de la casita con una vieja tabla obedeciendo el mandato del mayor, hundiéndose en las sábanas, tumbándose con sus piernas enredadas, enrollando un brazo en su cintura, apoyando la cabeza en su inquieto pecho, aspirando su absorbente aroma.

-¿Cómo está Frodo?-preguntó Gerard recordando a su querida perrita, jugando con los mechones de pelo del más bajito.

-Está bien. Está con mis padres.-sonrió con desconsuelo y el mayor lo imitó, sabiendo que al menos la cuidaban.

Los cuerpos brillantes del cielo se multiplicaban alumbrando el firmamento con su brillo puro, refulgiendo como los ojos de la pareja que disfrutaba de su reencuentro. La ausencia del techo les ofrecía un completo espectáculo astronómico en el que las estrellas fugaces se convertían en las protagonistas. La luna se mostró acaparando kilómetros con su aura plateada, maravillándolos. Una suave brisa chocaba contra la madera, sin poder colarse en la estancia cálida.
Sus legibles miradas se conectaron durante un mágico instante, descifrándose el uno al otro algo que no podían expresar en palabras. La añoranza había resultado una tortura eterna.

-Quiero besarte.-musitó Frank acariciando el cuello del mayor con anhelo, alzando su cabeza para mirarlo con mayor detenimiento.

-Hazlo.-lo tentó cerrando sus párpados poco a poco, incitándolo.

La distancia fue eliminada, y sus labios colisionaron como si fuese la primera vez. Se trataba de un tierno roce lejos de la malicia, reconociendo los blanditos trozos de carne ajenos, moviéndolos con calma. Se despegaron y comenzó una serie de cortos besos que mandaron bien lejos su cordura, otorgándoles descargas eléctricas que le fundieron el alma.
Sus bocas se abrieron en una muda invitación, mientras sus manos no dudaban en recorrer el cuerpo ajeno. Sus lenguas se buscaron, jugaron y se enredaron memorizando el dulce sabor. Sus salivas se mezclaron, y los susurros que llevaban declaraciones de amor se perdieron en la oscuridad de esa noche estrellada.

-Quisiera recompensar todo el tiempo que perdí sin ti, Gee.-con un suave piquito ambos cayeron dormidos en los brazos del otro.

Las semanas transcurrieron con normalidad en esa área apartada de la contaminada civilización. No era extraño estar tumbados bajo el sol en una tranquila mañana y terminar recorriendo cientos de kilómetros para acabar con decenas de Draculoides que atentaban contra su seguridad a la hora siguiente. Acostumbrarse a aquello no le resultó complicado al pelirrojo, pero no podía evitar su molestia cuando sus amigos salían dejándolo a él en el refugio con un "es peligroso para ti" como escusa. Sus nervios incrementaban mientras esperaba el regreso de Frank, suplicando por que este estuviese sano y salvo. Era desesperante.

Gerard se había comido, por no decir engullido, cuatro de esas latas de alimento precocinado cuyo aroma incluso le había comenzado a gustar a falta de algo mejor.
Aquel era uno de esos días aburridos en los que había decidido matar el tiempo con los botes de fechas de caducidad superadas, creyendo hacerle un favor al resto. Sin embargo, su vagancia podía con su afán por hacer algo más, por lo que obedeció a su desidia y su organismo decidió echarse una larga siesta, aprovechando a que ya no sufría aquellas extraños sueños.

Despertó con un agarrotamiento de articulaciones por haber estado doblado e inclinado sobre la mesa dura, bostezando con pereza. Examinó el exterior desde su ventana, percatándose de que había caído la tarde, y por tanto las temperaturas estaban en su punto máximo de la jornada. Pero supo que algo no marchaba bien cuando fue incapaz de localizar el coche en la entrada del restaurante.

-¿Dónde están todos?-preguntó al ajetreado Mario, quien fregaba el suelo borrando las pisadas de tierra que los otros dejaban cada vez que entraban al local.

-Ha habido una misión de última hora en el distrito Oeste.-supo que había dicho demasiado cuando el mayor tomó su chaqueta del reposabrazos y se dispuso a marcharse.-Es un caso peligroso. No vayas. Quédate, por Frank.-sus métodos de convicción fallaron, y nada pudo hacer para retenerlo.

-Es por eso por lo que debo ir.-contrarrestó haciendo al otro suspirar, sabiendo que sería regañado por dejarle irse, aunque bien sabía que el pelirrojo era un buen luchador.

Llegó a la parte más desértica y desolada de aquel terreno exterior a la cuidad montado en una moto que tiempo atrás le habían robado a uno de los seres que usualmente merodeaban la zona.
No le resultó difícil hallarlos, ya que los disparos provenían del mismo punto.
Dejó tirado el vehículo a un lado sin cuidado, incorporándose en aquella lucha. Comprobó el buen estado de todos sus aliados desde lejos, y alzó su pistola apuntando en el cráneo de uno de los Draculoides que intentaba golpear a su hermano menor.

-¡Party Poison!-Ray exclamó su sobrenombre- se habían puesto apodos ya que preferían permanecer en el anonimato y le daban un punto a favor como enemigos en orden de búsqueda.

Gerard supo que su novio se enfadaría cuando lo vio peleando, esquivando los ataques de un oponente e interponiendo una pierna en el camino del mismo, haciéndole caer para finalizar con un disparo en su pecho. Quería demostrarles que no era ningún tonto.
Por otro lado, no previó que uno de esos tipos se acercase desde atrás a Frank, y este no notó su presencia hasta que sintió algo similar a una lanza de fuego abriéndose paso en su pierna.

-¡No!-el mayor corrió hasta esa criatura y diez rayos lo quemaron hasta desfallecer.

Sostuvo a Frank sobre sus rodillas hasta que sus amigos vencieron hasta el último de los enemigos, y velozmente se montaron los cuatro en el coche con el menor cojeando.

-Estoy bien.-sonreía el terco hombre mientras le vendaban la pierna.-Estas cosas pasan a veces.-se resignaba agradecido por las atenciones recibidas.

Gerard retiraba el sudor frío de su frente con un paño, batallando consigo mismo para no llorar, ya que aunque sabía que se pondría bien, verlo herido le resultaba un castigo psicológico.

-Perdóname por ser tan sobreprotector contigo.-dijo el menor entrelazando sus dedos fríos los de él.

-Tonto.-lo regañó derramando una diminuta lágrima acompañada de una sonrisa.

Regresaron al refugio y repusieron fuerzas. En menos de un mes apenas quedaba una negruzca cicatriz superficial, y la rutina diaria siguió repitiéndose.
Aquel susto se repitió en varias ocasiones más, atacando a todos los miembros de los "killjoys", pero aprendían de la experiencia y en escasas lunas llenas los Draculoides se convirtieron en un mero juego para niños. Dedujeron que, como en un videojuego, habían subido de nivel. Sin embargo, seguía siendo inútiles frente al numeroso escuadrón de la central.
Sus relaciones mejoraron, y los hermanos creyeron estar más unidos que nunca. Se habían convertido en una pequeña familia de Power Rangers que vivía en un restaurante en medio de un desierto, como solía decir Gerard con una sonrisa adornando sus labios.

Pero en la mente de la pareja algo les impedía ser plenamente felices, sabiendo que existía otra dimensión de ensueño que esperaba por ellos. Por eso, una noche como otras mientras descansaban abrazados en la casita sobre el árbol el tema salió a flote, iniciando con un debate que se zanjó con una conclusión en común; debían regresar y dejar de darle largas al asunto. Al fin y al cabo, ambos se morían de ganas- metafóricamente- por volver a aquel mundo fantástico.

El problema que los carcomía era su incapacidad de controlar aquella habilidad de “teletransportación”, ya que algunas veces ocurría sin aviso, y otras, nunca lo lograban por mucho esfuerzo o sudor derramado. La primera idea o sugerencia consistía en buscar información en los libros, ya que ellos siempre tenían las soluciones a todos los dilemas escritos en tinta. Pero había que encontrarlas, y en un mundo tan ignorante e insensato como aquel desconocía la actual ubicación de estos. Así que sin una razón específica le pidieron a Ron el favor de localizarlos.

-He averiguado que el material de la biblioteca más importante de la cuidad ha sido tirado a un gran vertedero situado a varios metros de aquí, en una zona pacífica. No tendréis dificultad alguna en llegar. De todos modos, le daré un mapa a Mario para que os sirva de guía.-decía el joven a través del rectangular dispositivo.-Pero, díganme ¿por qué queréis esos libros?-preguntó con curiosidad y voz distorsionada debido a algunas interferencias de la emisora pirata.

-Puede que haya más información sobre nuestros enemigos. Debemos estudiarlos para trazar un plan futuro y poder derrotarlos algún día.-mintió el más bajito.-Quizá descubramos sus puntos débiles.-en el fondo, estaba seguro de que de existir libros de ese tema, la empresa los habría eliminado ya hace tiempo.

Partieron ambos solos en otra de esas comunes motos de sus atacantes ya que Mikey y Ray habían viajado al distrito Este en una misión sencilla pero lejana. 
Se habían acostumbrado al repetitivo paisaje natural, y al relajante silencio que era ocasionalmente interrumpido por el sonido de los disparos. Se sentían como supervivientes, únicos e independientes.

Encontraron un barranco kilométrico cuyo interior estaba lleno de volúmenes viejos y nuevos junto a algún mueble que probablemente pertenecían a las correspondientes estanterías. Las ramas se enganchaban a algunas páginas, y la tierra les otorgaba un color marrón.

-Vaya desperdicio.-gruñía Gerard indignado por aquel terrible "sacrificio" mientras limpiaba el lomo de los libros para poder leer los títulos, descartando los tomos inútiles de aquellos que podrían ayudarles.

Aquella búsqueda se extendió, y sus ropas y piel se contaminaron del polvo que levantaban con sus pasos. La tarea pasó de ser realmente entretenida a ser tediosa y aburrida cuando su ánimo decayó y las latas de comida le supieron a nada. Comenzaron a pensar que era estúpido esperar encontrar algo más que viejas fábulas y cortas historias fantásticas que poca relación guardaban con su dimensión alternativa.
Se tomaron un descanso para idear otras alternativas, disponiéndose a analizar una última tonca de libros que contarían como el número tres mil que habían inspeccionado. De ellos, solamente apartaron algunos libros de física que hablaban sobre varios mundos y otro sobre el viaje entre dimensiones. Aquellos parecían absurdas patrañas, pero se negaban a volver con las manos vacías.
Agotados, regresaron al refugio para darse una ducha y descansar entre mantas. Pero al día siguiente, madrugaron para leer el material que habían conseguido y sorprendentemente algunas teorías coincidían con su conocimiento, mas existían algunos puntos equivocados. Aun así, todos concordaban en la necesidad de una gran capacidad de concentración y dominio cerebral. 

-Aquí dice que es favorable un punto en común entre ambas realidades para establecer una mejor conexión, y que es mejor si este es uno natural y no urbano, Gee.-leía Frank sentado sobre las piernas del pelirrojo con el dedo sobre una línea de una página vieja y deteriorada, meditando.

-¿Un punto en común?-repitió el mayor releyendo esas palabras mientras abrazaba la varonil cintura del otro desde atrás.

-¡Ya sé!-gritó de pronto Gerard después de unos minutos de cavilación.-Eres un genio, Frankie.-le alabó depositando un dulce beso en su mejilla, la cual se incendió inmediatamente.-Vamos, tenemos que ir.

-Espera un momento, Gee.-tomó su mano impidiendo que se pusiera de pie.-Antes tenemos que explicárselo a ellos.-sugirió preocupado.-Si desaparecemos sin más, se alterarán, y nuestros cuerpos quedarán inconscientes tirados quién-sabe-dónde hasta que muramos.-añadió sabiendo que tenía razón.-Además, ellos son solo dos y puede que no sean capaces de llevar a cabo las misiones.-finalizó destruyendo esa burbuja de felicidad que habían creado.

-Es cierto.-admitió el mayor.-Antes tenía miedo de hablar sobre mi don porque me catalogarían como rarito, pero ahora... míranos.-se rió tomando la mano de Frank para caminar hasta el familiar restaurante bajo la luz del claro amanecer.

Un nudo en la garganta y un timbre de oídos eran parte de su nerviosismo, ya que el temor a ser rechazados seguía presente, porque fuese normal o no, haber mantenido en secreto algo tan importante como aquel podía ser difícilmente perdonable. Aun así, no se echarían atrás.

-Tenemos algo que deciros.-dijo el menor en la sala principal del refugio, en donde tres hombres charlaban con una gran sonrisa en sus rostros sentados en una de las mesas de plástico fino del bar.

-¡Gerard, Frank! ¡Nosotros también!-los que acababan de llegar los miraron sorprendidos- ¡Tenemos buenas noticias!-Ray gesticulaba exageradamente como si acabase de descubrir una mina de oro, y sus acompañantes se veían tan ilusionados como él.

-Si lo que queréis decirnos es que alguno de vosotros está embarazado, no os lo echaremos en cara pero este no es un buen sitio para un bebé. Deberías haberlo pensado mejor.-dramatizó Mario palmeando el hombro de ambos jóvenes.-Quizás Ron podría haberos conseguido condones si me lo hubieseis pedido.-dijo serio finalizando la frase con una gran carcajada.

-Ah, no me agredáis.-se quejó cuando un par de puños colisionaron contra su pecho y unas risas acompañaron a las suyas.-No me digáis que aún...-se burló analizando las mejillas sonrojadas de ambos novios.- Uy. Yo os podría ayudar con eso.-propuso.

-Basta ya, Mario.-interrumpió Mikey, quien aunque se divirtiese debía contarles algo importante.-El caso es que de madrugada nos pidieron que fuésemos al distrito Zero, el más cercano a Battery City y el cual pensábamos que estaba deshabitado. Creímos que tendríamos que acabar con Draculoides, y por eso no os avisamos, pero cuando llegamos encontramos a un grupo de personas- una mujer y un hombre llamados Jenny y Johnny, y una niña. Fuimos cuidadosos y nos acercamos con precaución, pero imaginad nuestro asombro cuando nos contaron que habían estado huyendo de Blind desde hacía semanas. Y era cierto; no tenían pupilas dilatadas, nos relataron cómo huyeron y hablaban refiriéndose a esa compañía con tanto desprecio pintado en sus pupilas como en las nuestras.-caminaba de un lado a otro, emocionado.-Nos dijeron que habían más como ellos que habían huido a otras zonas. Lloraron de alegría al vernos, llamándonos héroes.-continuó orgulloso.

-Ron los ha puesto a salvo y recogerán sus pertenencias para venir luego a aquí.-finalizó Ray observando a sus boquiabiertos receptores.

La pareja sufrió un momentáneo shock al asimilar la buena noticia, y se unieron a la celebración pensando en que, quizá, la humanidad aún podía cambiar.  Halagaron a su querido ayudante informático y hablaron sobre una ampliación del refugio.

-Entonces el tema de la soledad ya está solucionado...-susurró Frank sin olvidar aquello por lo que habían buscado a sus amigos.

-¿Qué ibais a decirnos?-preguntó el de los voluminosos risos subiendo el cierre de su bonita chaqueta personalizada.

Dudaron. Sabían que estropearían ese agradable momento, pero posponerlo solo lograría dolores de cabeza, así que ambos asintieron suspirando profundamente antes de turnarse la palabra y confesar sus vivencias; desde la primera experiencia hasta la última. Los resultados fueron expresiones deformadas e incrédulas, grititos de espanto y alguna lágrima derramada en las anécdotas más tristes. Describieron el inmenso palacio y su magia con ilusión, y Mario incluso les preguntó sobre el sitio con curiosidad, maravillado por lo que escuchaba.

-¿Queréis que nos creamos que hay una dimensión de fantasmitas en el que hay un castillo como el de las princesas de Disney?-ironizó Ray.-Chicos, ya sois adultos, y tenéis que controlar lo que ingerís. No quiero obligaros a nada pero me preocupo por vosotros...-les dolió que su amigo les hablase así, mas previeron reacciones como aquella.

-Pues yo sí les creo.-los defendió Mario.-Después de todo, no sería algo tan extraño.

-Gracias.-sonrió Frank agradecido.-Si lo pensáis bien, podréis comprobar que es verdad.-se justificó.-el tiempo que Gerard estuvo inconsciente, sus problemas en la adolescencia, mi supuesta posesión...-dijo en un susurro.

Sin embargo, el pelirrojo vio cómo su hermano desaparecía por la puerta hecho una furia, y como acto instintivo corrió tras él, dejando a los tres hablando en la sala.

-¡Mikey!-tocaba la puerta de la habitación en la que su hermano se había encerrado con un terrible arrepentimiento y unas estacas clavándose en sus intestinos, reteniendo el llanto. No quería perder a su hermano; no podía perderlo.

No recibió respuesta, y rindiéndose ante las lágrimas que bañaron su rostro se deslizó por la superficie de la puerta quedando sentado en el lado opuesto abrazando sus rodillas con desconsuelo.

-G-gee...-un susurro bastó para que se levantase, escuchando la voz aguada del rubio.

Inesperadamente, el pomo giró y vio frente a él a su hermano sollozando de forma contagiosa, pero él agachó la cabeza esperando algún golpe. Súbitamente unos brazos lo rodearon, y no supo reaccionar ya que aquella acción lo había tomado desprevenido.

-Perdóname.-pidió el mayor correspondiendo, hipando.

-Perdóname tú.-aquello tampoco lo esperaba, por lo que lo miró extrañado.-Desde que eras un niño sufriste mucho, y nosotros no te creímos.-se lamentó.-Papá, mamá y yo pensamos que estabas loco, y no hicimos nada para ayudarte.-añadió.-Pero ahora sé que eres especial y tienes cosas muy importantes que hacer.-sonrió separándose de él.

-No tengo nada que perdonarte.-sentenció regresando al primer piso en donde el todos aguardaban.

Llovieron disculpas y muestras de afecto, eliminando cualquier tipo de rencor. Entre risas y chistes se despidieron de sus amigos quienes les desearon suerte, y a cambio ellos prometieron su vuelta. 

-Qué envidia.-reconoció Mario, fantaseando con otro mundo.

-Esperad. Nosotros debemos cuidar vuestros cuerpos, ¿no?-recordó Ray.

-Os acompañaremos para recogeros luego.-propuso el hermano menor.-Esto es muy raro.-se rascó la frente, confuso.

-Venga, venid.-los llamó Gerard quien estaba en la entrada, echando a correr con una imagen mental del sitio al que debían ir.

Lo siguieron escalando algunas montañitas, recorriendo varios caminitos y sendas que conducían a una zona más cerrada y oculta por una abundante vegetación típica de un lugar desértico como aquel. Se concentró en pensar con claridad, ya que sus recuerdos no concordaban con el paisaje seco, por lo que se esforzó en sustituir el denso bosque de sus memorias con los cactus verdes de ahora.

-Vas a ir al lugar en el que te perdiste aquella vez, cuando estábamos en el campamento...-afirmó el menor dando en el clavo mientras esquivaba una piedra con la que estaba a punto de tropezarse.

-Fue la primera vez que pasó aquello, y el espectro del que os hablé me condujo específicamente hasta allí.-razonó.-Además de eso, en las zonas inseguras de la otra dimensión, en donde me "transporté" por primera vez, existe una especie de agujero o cámara que enfoca varias zonas, y esta es una de ellas.-dedujo impresionando a Frank y al resto.

-Bien, esperemos que haya acertado.-dijo el pelirrojo llegando al punto de tierra.

-¿Y ahora?-inquirió Ray examinando el pequeño lugar vacío sin grandes expectativas.

-Tenemos que concentrarnos, o algo así.-musitó el más bajito dudando de su respuesta.-Supongo que nos tardaremos.-finalizó observando al mayor, quien se sentó en la tierra al estilo indio ensuciando sus vaqueros, dispuesto a intentarlo.

-Nosotros daremos un paseo por los alrededores. Gritad si algo ocurre.-Mario les sonrió otorgándoles espacio personal para que lograsen abstraerse.

-La última vez que lo hice tuve que relajarme completamente y mantener cualquier pensamiento ajeno alejado.-informó el pelirrojo facilitándole la tarea al menor, quien imitó su postura tomando su mano buscando algo de seguridad.

-Lo conseguiremos.-dijo Frank convencido, cerrando sus párpados con lentitud.

Las horas transcurrieron sin conseguir desquiciarlos por completo, ya que aprendían a ignorar interrupciones tan insignificantes como la de un picor o un estornudo. Sus mentes luchaban por fortalecer su objetivo, desconectándose del cuerpo, dejándolo "vacío" como si de simples espíritus se tratasen, olvidándose de cinco sus sentidos.
Sin embargo, los otros habían regresado andando con sigilo hasta ambos, sumamente atentos. Pero cada vez estaban más convencidos de que aquello terminaría siendo un fracaso.

-Lo has conseguido, mi pequeño.-una voz fina y femenina acompañó a un aura cálida y vaporosa como la densa niebla, y unos dedos carentes de materia acarició el aire, trayendo la calma con una onda melodiosa que los transportó a otro lugar remoto, lejos del alcance humano.

Los tres hombres fueron conscientes de aquella aparición, mas solo uno de ellos reconoció aquel susurro espectral que trastocó su corazón ardiente. Y repentinamente, todos contemplaron patidifusos cómo los cuerpos de la pareja cayeron al suelo recostados como un muñeco hueco.

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-¡Bienvenidos!-exclamó una elegante señora de porte importante y bonitas facciones levemente deformadas por las arrugas que surcaban su rostro a causa de la edad.

Reconocían aquel lugar. Se encontraban en la entrada de su otro hogar, sobre el puente bajo el cual el agua rojiza corría y una diversificación de peces nadaban siguiendo su curso.
Podían observar el cuidado jardín poblado y el movimiento de las flores y árboles hiperactivos agitándose de un lado a otro, mostrando sus colores. 

-¡Abuela!-exclamó con emoción el pelirrojo, abrazando sin dificultad a esa mujer de ojos verdes con la que guardaba parentesco.

-Así que tú eres el pequeño Frank...-saludó al más bajito cortésmente.-Formáis una pareja preciosa.-dijo sin tapujos, orgullosa de esos jóvenes valientes que habían superado una infinidad de obstáculos.

Caminaron hasta la preciosa puerta de marcos dorados, adentrándose en el salón que permanecía intacto con la diferencia de un ligero cambio en los muebles, probablemente obra del más creativo de sus compañeros. 

-Gerard, ¿qué te pasó en la cabeza?-un grupo de chicos se acercaron a ellos sumándose a su recibimiento, alegrándose de su vuelta.

-Tenemos mucho que contaros.-Frank tenía la virtud de relacionarse o expresarse con facilidad y llevarse bien con cualquiera, puesto que era alguien risueño y amigable que poseía un amplio listado de temas sobre los que hablar.

Se dirigieron a la habitación cuyas paredes y objetos interiores estaban hechos de delicioso dulce colorido a petición del mayor, quien ansiaba un merecido banquete de golosinas que le hiciesen olvidar las asquerosas latas de compuestos desconocidos de las que se había alimentado durante más de un año.
Engullendo a más no poder, dejó que el menor se encargase de contar sus nuevas aventuras sobre el mundo real, hasta que se cansó y se unió a su novio.

Recorrieron la zona visitando a Guardián, quien agitó sus ramas alegremente al verlos. Se aburrieron pasando por todos los pisos, y agotaron las energías del perrito volador, quien los recibió a base de lamidas y graciosos ladridos.
El tiempo transcurría, y Gerard estaba deseoso por mostrarle sus avances al menor, por lo que sugirió partir a la zona peligrosa para realizar una "limpieza". Así que, orgulloso, portó su katana refulgente pasando por entre numerosos espíritus que se apartaban de su camino con miedo o respeto, y otros que simplemente ignoraban su presencia. 

Distinguieron a los individuos problemáticos cuya apariencia resultaba espeluznante, y su pose ofensiva trataba de intimidar a los humanos. Situados en un rincón inhóspito plagado de desechos conformados por trozos de madera despedazada y cenizas los miraron con los ojos inexpresivos. Y pronto empezaron a atacar, golpeando con fuerza a los vivos y realizando trucos de confusión, tales como la desmaterialización y reaparición unos metros más cerca. Pero esos ataques eran conocidos por sus oponentes, así que con facilidad contraatacaban descuartizando con el arma uno por uno, como si esta fuese tan liviana como una pluma.

Gerard era bueno en lanzar hechizos poco complejos pero efectivos desde cualquier distancia, así que de su brillante katana una pequeña bola refulgente salió disparada hacia un espectro que tenía la habilidad de moverse con la rapidez del viento.
El más bajito controlaba la mente de un astuto y anciano ser logrando que este separase las manos de su cuello para rodear el suyo y apretar sin compasión cumpliendo sus órdenes. Aquello lo hacía parecer despiadado, pero en su mente los recuerdos de ese hombre fantasma se reproducían como una cinta cinematográfica mostrando los horripilantes asesinatos cometidos en su vida humana, incentivando a Ruki a actuar con violencia.
Aoi poseía una técnica cuerpo a cuerpo incomparable, rebanando la piel muerta como lonchas de carne podrida. El ser hizo un amago de patearle el vientre, pero el pelinegro saltó sobre su cabeza posicionándose a sus espaldas e incrustando el acero caliente entre sus costillas sin darle tiempo a reaccionar.

Frank contemplaba ensimismado el espectáculo ofrecido, percatándose del extraño sentimiento que mezclaban la lástima y el odio presente en sus compañeros. Comprobó que trabajaban en equipo repartiéndose a partes iguales a sus enemigos según su especialidad en la lucha.
Al terminar, sus energías seguían intactas y sus cuerpos no sufrían ningún tipo de transpiración. 
Finalmente, Kai se encargó de transportar los restos hasta aquel calabozo para la seguridad de todos y se felicitaron por una nueva victoria.

-Impresionante.-halagó el menor con admiración.-No nos vendría mal un arma así en el otro mundo.-comentó agarrando la refulgente espada del pelirrojo, la cual se había apagado al separarse de su dueño como si de una vela se tratase.

Se relajaron dejando atrás la ansiedad reprimida y los dilemas que los carcomían. Sabían que hacían lo correcto, y ser útiles y beneficiosos para dos mundos alimentaba su ego y los hacía sentirse bien consigo mismos. Su abuela había retomado su puesto e implantaba la paz plena. Además, los conflictos allí podían ser contados con los dedos, por lo que podían darse el capricho de tomarse unas vacaciones indefinidas descubriendo infinidad de cosas de aquella naturaleza fantástica. La satisfacción con su persona los llenaba de plenitud, y la libertad proporcionada les permitía disfrutar de incontable tiempo juntos.
-Debes sujetarla así.-explicaba el pelirrojo posicionando sus manos sobre las de Frank haciéndole ejercer más presión sobre la katana que sujetaba.

Estaban en la sala de prácticas, y a pesar de que el menor poseía una buena base y unas técnicas impresionantes no estaba acostumbrado a utilizar armas como aquella. Sin embargo, sabía que debía aprender a manejarlas al ser de esencial ayuda contra los espectros. Al igual que, mediante encantamientos deseaba aprender a conjurar a una pistola para ser más eficiente como miembro en el grupo. Pero en épocas de tranquilidad como aquella, la lucha se había convertido en algo secundario, aunque era prescindible estar preparados para lo que pudiese acontecer.

-¿Así?-cuestionó adelantando la pierna derecha y realizando un giro de muñeca, provocando un corte en su oponente de madera.

-Aprendes rápido.-reconoció aferrándose a la cintura del menor, con el pecho apoyado en su espalda desde atrás, peinando con los dedos sus mechones negros descolocados.

No pudo evitar observar aquel cuello desnudo que lo invitaba con un dulce aroma al apartar su pelo. Como mosca que busca desesperadamente la luz, sus yemas acariciaron la suave piel levemente bronceada, trazando recorridos hasta su oreja, atreviéndose a apretar el lóbulo entre sus dedos. Frank soltó un suspiro mientras continuaba batiendo la hoja de acero refulgente, haciendo un gran esfuerzo por ignorar las acciones del más alto.
Una boca sustituyó su mano, y unos tiernos besos fueron depositados en la misma zona logrando que sus piernas se tambaleasen.

-Gee.-musitó deshaciendo el amarre de su cadera, girándose con la intención de contemplar el rostro del mayor.

Sus miradas se conectaron, dilatadas y llenas se sentimientos, encendiendo un incendio interno que los hacía sonreír de forma sincera, centelleando más que cualquier llamarada.
La distancia desapareció, y sus labios se encontraron, rozando con lentitud inocentemente, moviéndose con cariño, haciendo explotar aquellos fuegos artificiales de sus corazones. Era su forma de demostrarse el sentimiento que se profesaban.
Las lenguas hicieron contacto mezclando la saliva, sellando su pacto de amor eterno. Si había algo más allá de aquel paraíso hecho dimensión, eso eran sin duda los momentos como aquel.

Frank estaba preparado, y por la fija mirada nublada de deseo del más alto cuando se separó un instante para comenzar a desabotonar su camisa blanca y holgada, supuso que él también. Lo comprobó al experimentar los mimos que le dedicaba a su pecho, repasando su piel cual libro, fascinado con lo que veía, maravillado con el delicado tacto semejante al de la fina porcelana.
El menor lo imitó, delineando la espalda de Gerard, con una sensación que le hacía ser feliz como nunca antes creyó serlo.

Apretujó uno de los botoncitos oscuros de su pecho, haciéndole soltar un jadeo. Siguió tironeando aquel pezón hasta que sus mejillas estuvieron tan sonrojadas que incluso cerraba sus párpados a causa de la vergüenza. Le gustó su reacción, y continuó torturándolo de aquella placentera forma mientras él escondía la cabeza en su hombro gimiendo bajito.

El menor se burlaba de él intentando descubrir su cara, pero el pelirrojo aprovechó la oportunidad para besarlo con necesidad acallando sus risitas, alargando los brazos para rodear su cuello, caminando junto a él hasta hacer al más bajito colisionar con una pared celeste. Con malicia y un pulso acelerado sujetó la cinturilla del pantalón de lana que llevaba puesto, y en de un rápido tirón bajó estos junto a su ropa interior. En aquel momento, los mofletes de ambos alcanzaron un rojo intenso sin atreverse a bajar la mirada. Pero Frank no se acobardó, desnudándolo de la misma manera, finalizando con un movimiento de caderas que les obligó al pelirrojo a cubrirse la boca por el sonido que estuvo a punto de expulsar. 

Recordó que en ese lugar, una vez pudiendo manejar los sentidos, estos se desarrollaban el doble de lo normal, y entonces entendió el por qué de su cuerpo acelerado y ultrasensible.

Sus pelvis chocaban, y los jadeos eran aprisionados en la boca ajena entre beso y beso. Se apretaron tanto el uno contra el otro, que dudaron sobre la posibilidad de que cupiese una aguja entre ellos.
Gerard cortó de golpe el contacto, recibiendo una expresión inquisitiva cuando se arrodilló en el suelo, observando frente a él la prominente erección del pelinegro.
Estuvo a punto de retractarse y huir de la vergonzosa situación, pero una sonrisita por parte del menor le impidió amedrentarse. Comprendió que simplemente se trataba de ellos dos, quienes se conocían el uno al otro más de lo que se conocían a sí mismos, y con el paso de los años, se habían enfrentado a serios dilemas dimensionales. Así que no debía desaprovechar aquello que tanto esperaban por la estúpida timidez que hacía hervir sus vasos sanguíneos.

Con las palpitaciones tan altas que llegaban hasta sus oídos, alzó su mano para sujetar la base de su miembro, deslizando su palma sobre él para crear una agradable fricción. Su textura era suave y húmeda, y al contrario de lo que creyó, no le desagradó en lo más mínimo, por lo que continuó masajeándolo aún ruborizado hasta las orejas.

-Ahm... Mhn... Gee...-si lo que el pelirrojo hacía estaba lejos de disgustarle, los sonidos que se escapaban de la boquita de su pequeño le prendían hasta puntos insospechables, incitándolo a continuar con su tarea mientras el otro se retorcía apretando sus puños contra la pared, contorsionándose sin saber qué hacer.

Decidió llegar un poco más allá, y nervioso acercó su boca a esa carne caliente que se endurecía con el tacto. Besó la punta recibiendo un gritito, y ese fue incentivo suficiente para que introdujese varios centímetros en su cavidad bucal, chupando y acariciándolo con su lengua de manera inexperta, sintiendo que Frank se desquitaba con su pelo, animándole a seguir. Y eso hizo, metiéndolo y sacándolo, memorizando las zonas más sensibles de su novio, encantado con sus excitantes respuestas.

Eran principiantes en aquello, por lo que el pelinegro lo detuvo cuando supo que acabaría, y Gerard se reincorporó con el rostro rojo, infundiéndole ternura. Se besaron durante un largo rato de nuevo, dejando a esa envolvente magia que los unía ocupar cada célula de su ser, sucumbiendo a la adicción a los labios ajenos.

-Era tonto cuando estaba preocupado por el tema de mi sexualidad.-admitió el mayor acudiendo a él memorias de sus debates internos pasados, abrazando al más bajito cariñosamente. Ahora sabía que, fuese lo que fuese, amaba cada poro, cada imperfección y cada gesto de aquel hombre que rodeaba su espalda con una expresión de alegría en su cara.

-Gee...-musitó el menor en su oído, sufriendo leves espasmos por la repentina pausa, sintiendo a su miembro cabecear.

-Dime.-dijo repasando el contorno de los brazos y lampiños muslos de Frank.

-Y ahora, ¿dónde...?-preguntó temblando de anticipación, observando el suelo duro que no se veía para nada confortable.

Gerard comprendió a lo que el menor se refería contemplando la ausencia de muebles en ese salón. Con una sonrisa de suficiencia, se separó de su cuerpo, causando más de un jadeo, alzando el brazo y formando un ángulo recto con él. Segundos más tarde, un gran colchón grueso descansaba en el espacioso centro cubierto de edredones blancos de un tamaño exagerado.

Inquietos se tumbaron en la blanda superficie, esperando alguna acción por parte del otro. Fueron ambos, sincronizados, quienes buscaron con desespero los labios de su pareja para eliminar la tensión, desahogándose en un beso lento y profundo que les envió descargas a sus ingles. Lenguas enredándose. Manos curiosas e intranquilas. Respiraciones agitadas. Buscaron explorarse con anhelo, mandando lejos su juicio.

El mayor tomó la iniciativa posicionándose sobre el más bajito, atacando el cuello de su presa desde el cual gotitas de sudor comenzaban a salir. Probó la pequeña bolita que se interpuso en su camino, besando su manzana de Adán con esmero.

-Me... encantan... tus... tatuajes...-decía entre beso y beso recorriendo las figuras en tinta que surcaban las cuatro extremidades, el vientre y el pecho de Frank, reconociendo el significado de la mayoría de ellos.

El más bajito se retorcía bajo aquella lengua inexperta pero habilidosa estirado sobre el colchón, repitiendo una y otra vez el nombre de su amado entre gemidos en una melodiosa sinfonía para los oídos del pelirrojo. Al borde de la locura, abrió sus piernas flexionando sus rodillas, dejando al mayor entre ellas en una clara sugerencia.

-Gee. Te necesito ya...-admitió haciendo presión sobre su hombro con su boca entreabierta y sus párpados levemente cerrados, seguro de que probablemente un termómetro explotaría de estar en contacto con su piel, ya que hervía como el mismo fuego.

Gerard creyó experimentar un paro cardíaco al escuchar aquellas palabras, pero temía actuar mal, por lo que ensalivó dos de sus dedos recordando lo que había leído sobre la preparación de esa cavidad poco dilatada.

-No hace falta eso, Gee...-se quejó leyendo sus intenciones.-Aquí puedes controlar el dolor.-dijo alejando aquellos dígitos de su boca para introducirlos en la suya propia con gula.-Aunque sería gracioso si invocases un bote de lubricante.-rió divertido imaginando la escena.

El mayor jamás había visto a su pequeño en aquel estado descontrolado, pero le gustó de sobremanera esa faceta provocadora que eliminaba su inseguridad y le permitía dejarse llevar

-Gee, por favor...-suplicó una vez más ampliando la apertura de sus extremidades inferiores.-Hazme el amor.-pidió acariciando una de las mejillas del aludido, quien se había quedado estático.

Saliendo de su trance en donde las estrellitas daban vueltas de un lado a otro, se posicionó frente a él, conduciendo con timidez su erección hacia aquel agujerito rosado. Se adentró lentamente, dejando los ojos en blanco ante la increíble sensación que le recorrió la espina dorsal. Poco a poco se hundió en él, entrelazando sus dedos sobre el colchón, deformando sus rostros a medida que el placer aumentaba hasta límites insospechados.

-Ahh, Frankie...-jadeó completamente en su interior, creyendo flotar en el espacio lleno de astros.- ¿Estás bien?-preguntó sin poder evadir su preocupación, ya que era tan estrecho que incluso lo apretaba a él con fuerza.

-M-mejor que nunca, ahm.-respondió moviendo sus caderas en busca de más, con un remolino de calidez en su pecho que hacía a su mente volar.-Qué tonto fuimos por esperar una década para hacer esto.-se regañó con una sonrisita contagiosa que fue desfigurada cuando sintió las embestidas golpear aquel punto en su interior que multiplicó por mil aquella sensación.

-Ahhh. Gee, Gee... M-más ráaapido.-pidió apretando las sábanas con su mano libre y estrangulando la mano del mayor con la otra, convulsionando.

-Frankie... Esto debe ser magia.-dijo extasiado, empezando a transpirar como si de la realidad se tratase, aunque, al fin y al cabo, todo era real.

Sus pechos subían y bajaban sobreexplotando a sus agitados pulmones cuya tarea de ingerir aquel aire ficticio era dificultosa, pero sin embargo el cansancio era un signo que no haría acto de presencia allí. Los gemidos se complementaban, altos, agudos y graves, viajando entre las cuatro paredes que presenciaban su encuentro. Sus bocas se unían ocasionalmente intercambiando suspiros. 
Las penetraciones eran erráticas y certeras, provocando grititos con cada arremetida. Gerard bombeó el miembro del menor al mismo ritmo del choque de su pelvis contra aquel bien formado trasero, perdiendo el control sobre sus instintos.

-No aguanto más... nhm.-avisó el menor, con su cabeza dando vueltas, contrayendo su entrada inconscientemente, engullendo aquel trozo de carne rebosante.

-Te amo, Frankieee.-chilló en un tono grave al experimentar una súbita descarga que le hizo explotar dentro de aquella cavidad que lo apresaba, temblando ante aquella sensación que le llevó al clímax, experimentando el mismísimo nirvana. 

-Ahm... Yo también te amo, Gee...-respondió sintiendo una sustancia llenarlo antes de venirse manchando con su semilla la mano del mayor.

Ambos se complementaban de tal manera que parecía que habían sido creados para encontrarse y estar juntos, como si un hechizo en un cuento de hadas se tratase. Pero en este caso, eran dos príncipes cuya única esperanza se basaba en la existencia del otro. Y así, el conjuro de amor vuelto a sella mientras ambos embelesados y absortos en la mirada del otro se abrasaron transmitiéndose una seguridad inquebrantable. Parecía que la vida les sonreía al fin, y la felicidad los había alcanzado finalmente.
Ambos permanecieron lacios sobre el colchón como una pluma, sufriendo los efectos del maravilloso orgasmo, recuperando el pulso relajado, volviendo a dedicarse aquella frase sincera que les hacía sonreír de alegría como tontos enamorados por el sentimiento correspondido mientras las caricias iban y venían en un aura cegadora como el del radiante sol.

-Quiero repetirlo...-confesó Frank enrojeciendo de nuevo.
El mayor le sonrió con ternura, acariciando con delicadeza su pelo enmarañado antes de que sus bocas colisionasen de nuevo, incansables, agradecidos por el poder inagotable de aquella dimensión.

Aquel momento se perpetró durante un tiempo incontable para ese mundo fantástico, saciando la sed que les había ocasionado la espera, consumando su amor.
Se detuvieron cuando creyeron ser capaces de recordar la textura, el sabor, el olor y el aspecto de cada rincón de su anatomía, grabando incluso los sonidos en sus cerebros embotados. 

Compartían una sonrisa cómplice mientras andaban tomados de la mano hacia el salón principal en el primer piso, levantando sospechas en los individuos que allí les esperaban para una de las comunes reuniones en el castillo, en el que hablaban de temas diversos y compartían un ambiente familiar. 
En aquella ocasión, sus compañeros cuchicheaban en el sillón, soltando carcajadas con una mano apretando su vientre, riendo y bromeando de algo que la pareja no lograba escuchar. Al ver a los recién llegados, las risotadas se hicieron más audibles, y ellos se acercaron dudosos envueltos en su pastelosa burbujita invisible. Pero de pronto, la Señora del castillo, la cual bajaba con pasos seguros por las escaleras principales junto a otro sujeto les llamó la atención, por lo que debieron mantener el silencio mientras la mujer invocaba un bonito plato decorativo sobre el cual descansaban vasitos calientes de té y chocolate caliente recién hechos.

-Hoy tenemos a un invitado especial.-informó.

Los jóvenes recataron inmediatamente en la presencia de ese sujeto de pelo largo y morado que contrastaba con su rostro imperturbable que enfundaba respeto desde cualquier ángulo. Se extrañaron al verlo allí, lejos del abismo en el que solía vagar en soledad, meditando como era costumbre.
La anciana lo trataba con naturalidad, como si mantuviesen una relación de amistad, charlando con confianza.

Genesis se apoyó en el respaldo del sillón negro, sujetando una de las tazas con delicadeza, al igual que la Señora, quien ofrecía unos pastelitos de fresa. 
Comer era un simple entretenimiento para los seres de aquella dimensión con un control del poder lo suficientemente desarrollado como para captar los sabores.

-Veo que estáis bien.-dijo el de porte importante refiriéndose a los menores.

-Han sido muy valientes.-añadió la abuela del pelirrojo contenta.-Como dicen en el otro lado, brindemos por la armonía presente tanto en la zona segura como en El Desfile Negro.-pidió alzando su tasa a la espera de la respuesta de sus acompañantes.

Hicieron chocar los recipientes caros produciendo un débil sonido, llevándoselos a la boca posteriormente para tomar un trago de ese líquido caliente.
La incomodidad estaba presente ya que el encanto que transmitía ese hombre los coaccionaba, sin tener una idea clara sobre la manera en la que deberían dirigirse a él.

-Como sabéis, yo no estoy de parte de nadie.-recordó con un tono de voz similar al del más famoso de los cantantes de ópera.-Pero me gusta la calma, y gracias a vosotros nadie ha perturbado mi sosiego, por lo que os debo felicitar, jóvenes.-dijo solemne haciendo que a los nombrados les recorriera una corriente que les hizo sentir honrados, asintiendo con suficiencia.

-Tengo información sobre algo que he descubierto.-habló con un gesto de aflicción.

-¿De qué se trata?-inquirió la Señora con la curiosidad danzando en sus orbes, puesto que nada nuevo ocurría desde hacía un largo periodo de tiempo.

-Es algo que relaciona ambas dimensiones, y es importante, mas no debéis actuar con imprudencia.-intrigó a quienes esperaban la noticia con impaciencia.-En el otro mundo, algo terrible ocurre, como sabréis. -comenzó.- Blind ha cegado a la humanidad para controlar a los ciudadanos y tenerlos a sus pies, convirtiéndolos en un séquito de marionetas a los que ustedes llamáis "Draculoides"-enfatizó sin alterarse por los dos pares de ojos que lo miraron con asombro.
La pareja no cabía en sí de sorpresa, creyéndose viles asesinos, habiendo acabado con la vida de cientos de personas cuya actitud no era realmente voluntaria. Eran gente inocente y engañada. De pronto, lagrimones recorrieron sus caras, y olvidaron respirar siendo torturados por la culpabilidad.

-Vosotros no lo sabíais, y si os alivia, no tenían cura alguna, ya que prácticamente alteraron sus cerebros con tecnología avanzada destruyendo zonas irreparables.-continuó sin lograr aliviar a sus receptores.-Pero si os dais cuenta, en cierto modo es algo similar a lo que aquí ocurre; aliados y rebeldes.-retomó su frío discurso.-Así que tenía mis sospechas, las cuales reafirmé cuando la que se creía ser la jefa de toda aquella sociedad demente, fue descubierta como robot tras unos fallos operativos en su sistema.-siguió recibiendo exclamaciones de horror.-El verdadero cabeza de esto no es otro que Murthog, a quien he observado desde aquí.-sentenció.

La estupefacción de todos no podía ser descrita, y la parálisis de sus órganos vitales no les incomodaba. Sin embargo, el impacto psicológico que experimentaban podría asemejarse con el dolor físico de ser quemados con una cerilla. La pesadilla de Gerard había regresado, y ahora sabía que su principal objetivo era él.

-Pero él está muerto, aquí y allí.-objetó Kai sin salir de su conmoción.

-Te equivocas.-contrarrestó.-Aquella lucha no fue más que una escena bien montada. No sé cómo escapó, pero parece ser que ha logrado lo que quería, y vosotros habéis infravalorado su poder.-finalizó dando un último sorbo a su tasa aún tibia, irguiéndose con la elegancia de un cisne, pensando que debía marcharse y regresar a su zona fría, en donde las emociones no lo ahogasen.

-Lo derrotaré cueste lo que cueste.-Gerard se puso de pie con los puños tan apretados que las venas lograban sobresalir en su frente y brazos, dejándose inundar por el rencor y el deseo de venganza que lo hizo temblar con sus ojos húmedos y una adrenalina descontrolada.

Frank tomó la mano del pelirrojo intentando relajar su compostura, mirándolo con un cariño infinito y un apoyo incondicional. Porque habían pasado juntos por cosas peores, y juntos superarían esta nueva dificultad sin dejar a su felicidad ser avasallada por nada ni nadie. 

Aprendieron a viajar de un mundo a otro, peleando por la justicia que ansiaban, disparando a los enemigos con un nudo de espinas en sus estómagos, comprendiendo las dificultades de la vida. Defendieron sus valores, y se apoyaron en hombros amigos para llorar cuando la insoportable presión los hacía colapsar recibiendo consuelo.

El grupo aumentaba cada día, viéndose obligados a crear un refugio en cada distrito para una mejor organización y un mayor espacio. La misión principal ahora se basaba en rescatar a aquellos que aún podían ser salvados, y conducir a los perdidos hacia el bando correcto, mientras en sus ratos libres trabajaban para encontrar una cura que erradicase aquel mal de esa dimensión destruida. Debían sacrificarse, ya que nadie puede salvar al mundo si se teme a la espeluznante muerte.

-Flexiona un poco más tu tronco, separa más las piernas y gira tu brazo cuarenta grados.-aconsejaba el pelinegro a uno de los nuevos miembros, cuyos tiros se desviaban sin conseguir apuntar al maniquí de plástico.

Normalmente llegaban al refugio atemorizados, buscando un sitio en el que huir, queriendo hacerse fuertes para vengar a algún familiar afectado. Y poco a poco, encontraban la seguridad en sí mismos, formando un equipo con personas en la misma situación. Y otras veces, debían enseñarles a controlar la cólera que les llevaba a actuar con imprudencia.

-Lo haces muy bien.-dijo Frank a un joven pelirrojo que había logrado acertar justo en el centro de la frente de aquel muñeco acertando diez veces de diez tiros disparados, variando en la distancia y la perspectiva.

-Gracias, profesor.-utilizó una voz aguda, asegurando el arma y colocándola en su cinturón tras una compleja maniobra de manos, observando al más bajito con una sonrisa ladina.-Merezco una recompensa, ¿no?-sugirió altivo.

Gerard se aproximo con un sugerente andar a su pequeño, apoyado en el marco de la puerta del refugio principal. Se rieron cómplices bañados por los rayos del sol anaranjado de aquella tarde, entrelazando sus dedos bajo las divertidas miradas de sus amigos y aprendices, recibiendo aquella calidez interior característica como si de termos humanos se tratasen.

-Aún somos vírgenes en este mundo.-susurró el mayor en su oído, enviándole un escalofrío que recorrió todas sus vértebras.

Sus miradas se conectaron leyéndose con facilidad, y con sonrisas amplias adornando sus facciones desaparecieron a través de las escaleras que conducían al piso superior, con la emoción palpable en la luz de sus ojos claros.

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Regresé al fin. 

Antes que nada, feliz 2014. Si es que hay alguien que aún lee esto, le doy las gracias. 
Hace ya varios años que comencé con lo que resultó ser mi primer fic, que empezó debido a una aburrida clase en el aula de audiovisuales en una libretita vieja cursando yo segundo de la ESO. 
Está bien, he sido demasiado lenta, pero finalmente decidí darle un fin- no muy cerrado- a esta historia que tanta ilusión me dio escribir.
Espero que os guste un poquito, si es que estáis ahí, y comentéis lo que sea. Os felicito si llegáis al final, ya que esto es bastante largo.
Estoy nostálgica y emocionada a partes iguales por concluir este fic. 
Y bueno, espero con impaciencia el álbum recopilatorio de MCR en el que seguramente ahogaré mis penas. Siempre serán mi grupo favorito, y nunca olvidaré las personitas que con su música y mensajes lograron cambiar mi vida.

Pienso que quizá, publicaré algún one-shot relacionado con esta historia, y puede que si escribo algo sobre el grupo, lo comparta en este blog al que tanto cariño le he tomado.

Ahora bien, me despido.