sábado, 9 de marzo de 2013

Capítulo 20 - Reality or Fiction?


Sus risas resonaban en todo el lugar, a pesar de que sus voces no eran más que simples ecos mentales. No existía ni rastro de dolor o rencor en sus corazones,  ya que la repentina adrenalina recorría  por cada uno de sus vasos sanguíneos,  causándoles una alegría inmediata que les hacía sumirse en una burbuja de felicidad. El sufrimiento había cesado al fin. Poco le importaba el resto del mundo, por muy egoísta que aquello pudiese llegar a sonar. Esa calidez que sentían al rozar sus labios los llenaba y hacía parecer todo aquello más irreal.
-Me vas a arrancar el brazo.-reía el menor mientras Gerard tironeaba de su este, arrastrándolo a través del enorme pasillo asimétrico , sin darle el tiempo suficiente a Frank para examinar las puertas y ciertos curiosos objetos que dejaban atrás.
El pelinegro se detuvo frente a una diminuta puertecita en forma de arco que cuadruplicó su tamaño al ser tocada. Los ojos avellana del más bajito resplandecían con un brillo cada vez más intenso a medida que hacía nuevos descubrimientos. Estaba impaciente por aprender más sobre todo aquello.
-Te presento a Koron.-dijo Gerard sonriente, intentando atrapar al pequeño perrito entre sus brazos, siendo complicada su tarea al permanecer este volando de un lado para otro, jugueteando. Frank soltó una exclamación de ternura y se abalanzó sobre el pobre animal, que misteriosamente se mantuvo quieto, sacando su pequeña lengüita para lamer sus rosadas mejillas.
-No lo entiendo. Siempre huye de mí.-se quejó el mayor, con una pizca de envidia hacia ese ser que estrujaba a Koron con facilidad, siendo este víctima de continuas caricias que le hacían cerrar sus ojitos. –Parece que fueras un imán para los animales.
-Por eso estoy contigo, mi cerdito.-se burló, soltando carcajadas ante la extraña suposición del otro, tomando su mano con cariño, aún con el inusual perrito en brazos. Gerard apretó su mano, a modo de recriminación, pero esto no le pudo causar molestia alguna.
 Lo había extrañado demasiado.
Emprendieron de nuevo su paseo por el castillo, atravesando mágicamente la lisa pared que daba al exterior gracias a una serie de palabras susurradas por el pelinegro, que extendió su mano e hizo que la superficie se desvaneciera, dejando al pequeño maravillado. Mas su expresión de asombro fue mayor al observar lo que había tras la ahora inexistente pared. El hermoso jardín colmado de plantes les daba la bienvenida entre murmullos y revoloteos.
-Esto es increíble…-murmuró Frank emocionado.
-No lo es si crees en ello.-objetó un murmullo, identificando pronto al que había procesado este.
-¡Guardián!-gritó Gerard avanzando en dirección hacia el gran árbol que movió sus ramas mojadas empapándolo a modo de saludo.-Te presento a Frank.-sentenció, sacando al susodicho de su embelesamiento.
-Oh, así que eres el pequeño del que tanto he oído hablar; incluso las flores saben ya susurrar tu nombre.-decía divertido.
El menor no supo hacer otra cosa que sonreír y corretear a lo largo del cuidado jardín con el animal en brazos, riendo ante sus ladridos y las graciosas palabras que le dedicaban las plantas a su paso. Deseaba quedarse allí para siempre. No quería volver al estercolero en el que se había convertido el mundo real. Completamente contaminado; sucio, inmundo, mugriento, asqueroso… Nada tenía que ver con ese paraíso natural en el que se encontraba.
Gerard se tumbó en el bonito césped húmedo, resguardado por la sombra de Guardián, sin perder de vista al pequeño, que parecía un explorador en nuevas tierras inexploradas. Le dedicó una mirada cargada de amor inmenso que fue captada por él, quien detuvo su paseo y se acercó a él, acortado las distancias hasta quedar tumbado sobre su pecho, escuchando los acelerados latidos de ese órgano vital que repartía la sangre por toda su anatomía. Incluso allí palpitaba.
Gerard se sobresaltó, porque durante todo el tiempo que había estado en ese lugar, jamás había notado el latir de su corazón. Sin embargo, ahora que tenía a Frank a su lado, era diferente.
-Gracias.-dijeron al unísono. 
Rieron percatándose de ello.
-Gracias a ti por mostrarme cosas tan maravillosas- Por darme este privilegio y estar junto a ti-comenzó el más bajito, paseando su mano por uno de los brazos del otro.
-No- Gracias a ti por esperar. Por no dejarme de lado,  por seguir amándome.-dejó salir a flote sus sentimientos, sintiéndose realmente afortunado al tener a alguien como Frank junto a él. Aún le costaba creer ese hecho.-Eres lo mejor que me ha pasado en la vida.-confesó algo avergonzado, siendo aquella frase sincera.
El menor le sonrió ampliamente, sintiendo lo acelerado que estaba su pulso. Felicidad; esa era la palabra con la que el podía ser descrito el significado del veloz compás de su corazón. Tuvo la necesidad de acortar la distancia, al ser toda esa alegría retenida la cual no podía expresar mediante el corriente lenguaje oral. Alzó su pequeña cabeza para alcanzar sus labios, los cuales había tenido poca oportunidad de probar y tanto había anhelado. Mantuvieron un profundo contacto visual al ser escasos centímetros los que los separaban, mirándose sin parpadear, hasta que el más bajito atacó su objetivo, masajeando esos pedacitos de carne con los suyos propios, suspirando ante el maravilloso contacto. No sabía si era producto de su imaginación o no, pero la sensación parecía haberse multiplicado desde la última vez que se besaron. Y así era. Sentimientos tan fuertes como aquel eran vividos nítidamente, estando sus sentidos a flor de piel, siendo el placer intenso con un simple choque de labios.
El pelinegro acariciaba el cabello de Frank con dedicación, aumentando la profundidad del beso, dejando a sus lenguas juguetear y a su saliva mezclarse, dejando atrás su timidez. El menor no era para menos, y mordía al más alto cada vez que tenía oportunidad, saboreando a su amado. Este paseaba ahora sus manos por la espalda del otro, arrugando la tela de su camiseta entre sus dedos. Sus jadeos se entremezclaban. Sus respiraciones aceleradas no extrañaban la falta de oxígeno. Cada fibra de su cuerpo parecía estar atenta en captar todo aquello. 
El más bajito trataba de subir la prenda superior del otro, sin detener el beso. Logró al fin dejar su pecho expuesto, y se dedicó ahora a lamer su cuello, lentamente, disfrutando de esa piel dulce, pasando por su manzana de adán, degustándolo, bajando hasta dar con sus marcadas clavículas, repitiendo la misma acción, dejando surcos de una sustancia transparente.
-Ahm... Fr-frankie...-había gemido al ser uno de sus pezones atendidos por la inexperta boca del menor, poniéndose erecto a los pocos segundos. Se estaba derritiendo.
Aquella zona sensible era estimulada por su ávida lengua, dirigiéndose posteriormente al botoncito rosado desatendido, mordiéndolo con gusto. A Gerard le apretaban ya los pantalones, y una ola de excitación abordaba su ser, mandándole descargas, las cuales iban a parar a su entrepierna. Frank estaba igual o peor.
Las flores murmuraban cosas, divertidas y curiosas ante aquel espectáculo. A ambos poco les importaba, ya que en ese momento no existía nadie más. Solo ellos dos. De es se trataba.
-Frank... ¿Qué...? ah...-tomó su cabeza para alejarlo de sí durante unos instantes para poder hablar claramente.-¿Qué era eso que me tenías que decir sobre el mundo?.-acababa de recordarlo, y a pesar de ser inoportuno, presentía que se trataba de algo importante.
-No me apetece hablar de eso ahora.-finalizó el otro, cayéndole un balde de agua fría al rememorar aquel dato.
-Frankie... Dímelo.-exigió alejándolo de sí, intrigado y algo molesto.
-Por favor... Te lo contaré después. Te lo prometo. No ahora... No quiero que este momento se acabe.-dijo suplicante.
La respuesta del pelinegro fue un efusivo beso, y aunque este seguía pensando en aquella cuestión sin respuesta, cayó rendido ante su novio, el cual siguió con el trabajo de recorrer aquel delicioso cuerpo, centrándose ahora en su pequeño ombligo. 
Enredó sus piernas con las del mayor, logrando mantener una posición en la que sus puntos sensibles permanecían en contacto. Ambos soltaron un audible jadeo al notar aquello, moviendo ahora su pelvis para obtener más de aquello, pronunciando monosílabos sin significado alguno, siendo aquello lo más placentero que habían experimentado en la vida. Sin embargo, Gerard volvió en sí, cohibido, pregutándose si aquello estaba bien, con temor a decepcionarlo, puesto que sus conocimientos sobre sexo eran casi nulos. El más bajito pareció percatarse de las dudas que lo abordaban, y se detuvo.
-Gee, ya no soy un niño.-le dio sin pudor, sintiendo un fuego abrumador abrasar su anatomía.-Te amo. Nos amamos. Estamos atrapados en un mundo de locos. Que más da. Quiero hacerlo contigo. Quiero saber lo que se siente tenerte en mi interior. Quiero entregarme a ti.-susurró, dejando al otro flotar al escuchar aquella confesión.- ¿Es que acaso tú no lo deseas?-cuestionó, llevando una de sus delicadas manos a la entrepierna del pelinegro, apretando levemente, escuchando un gemido a cambio.-Veo que no es eso, o al menos eso me dice tu pene.-sonrió victorioso.
-Ah...Hum...Frankie-menor continuaba manoseando al otro, sintiendo que algo ahí se endurecía, crecía y se humedecía bajo su palma, a pesar de haber ropa de por medio- Yo...-entonces, de pronto, la silueta de Frank se desvaneció de repente, como si de una ilusión se tratase, poco a poco, desapareciendo.
No, no, no, no, no...
Gerard se levantó de allí rápidamente tras reaccionar, entrando de nuevo al castillo, preocupado, para hablar con alguno de los otros y saber qué acababa de ocurrir. Se colocó su camiseta y la alargó como pudo, cubriendo su notoria erección. Kai lo tranquilizó, diciéndole que aquello era normal, puesto que Frank apenas acababa de llegar a ese mundo, y debía acostumbrarse con el tiempo. Le aseguró que no tardaría en volver. El pelinegro temía que la espera se alargase tanto como la última vez, pero trataba de convencerse de que volvería. 
Entró a su espaciosa habitación, tirándose a la cama, cubriéndose con sus mantas, recordando lo que había pasado apenas unos pocos minutos. Sus mejillas se tiñeron, y grabando su imagen en el cerebro, desabrochó su pantalón, liberando su miembro, tomándolo con su mano para dedicarle caricias, pensando en él, suspirando.

Abrió los párpados y los volvió a cerrar, descubriendo que había vuelto a aquel maldito lugar. Hundió la cabeza en su almohada, resignado. De pronto, sintió tironcitos en su bajo vientre, y se dio cuenta de que estaba excitado. Una sonrisa adornó su rostro, abriendo sus piernas, metiendo una mano bajo las sábanas para lograr llegar hasta su pene, masajeándolo. Se preguntó si Gerard estaría también masturbándose. Entrecerró sus ojos. 
Cuando terminó, se puso de pie al oír una molesta voz proveniente de la moderna y fina televisión, una que no necesitaba cables cuyo control estaba bajo aquellos desgraciados a los que tanto odiaba. Repasó con la mirada la estancia, comprobando que todo estuviese en completo orden. Las paredes se encontraban perfectamente pintadas, y los nuevos muebles decoraban la habitación perfectamente, la cual había duplicado su espacio. A pesar de todo eso y de muchos otros cambios que pretendían mejorar la comodidad de los estudiantes, Frank prefería un millón de veces más el antiguo y anticuado lugar sin atractivo alguno.
La pequeña perrita ladró desde el sofá, reclamando atención, confusa ante aquellos sonidos que salían del aparato electrónco.
-Hey, pequeña.-le dijo sentándola en su regazo, acariciando su pelaje.-No lo escuches. Ignóralo.-le dijo.
En la pantalla podía ver ese símbolo que tanto había visto, puesto que absolutamente todos los objetos lo tenían dibujado. Ese círculo con una espeluznante sonrisa y un par de grandes ojos. Anunciaban de nuevo aquella publicidad sobre esas milagrosas pastillas que mejoraban la vida, según esa empresa que controlaba el mundo; su nombre era Blind. La voz femenina con un remarcado acento le desagradaba enormemente. Todo lo que tuviese que ver con esos controladores le repudiaba.
Cruzó la puerta la mascota en brazos, intentando alejarse de esa publicidad que no podía apagar. Como suponía, los alumnos que pasaban por los bonitos y perfectos pasillo hablaban de esa nueva pastilla que apenas había salido al mercado; incluso sus amigos.
Con pesadez se dirigió a la cafetería, que parecía entonces un reconocido restaurante de cinco tenedores, cuya comida era espléndida también. Pero al menor no lo gustaba nada de eso. 
-¿Habéis visto la publicidad?-comenzó hablando Mikey, estando ya todos sentados alrededor de una mesa de alto coste.-Muero de ganas por probarlas.-decía, emocionado.
-Huy, sí. Yo también, cariño.-finalizó Mario con un tono afeminado.
Frank parecía ser el único que se daba cuenta de que aquello no era más que una manera de lavar sus cerebros, una secta comercial, la mayor que hubiese existido.
Salió de allí para no hablar, puesto que conocía las consecuencias de lo que aquello podría acarrear. 
Respiró el aire contaminado de esa explotada cuidad, cuyas calles estaban limpias, pero el ambiente se sentía sucio. 
La gente paseaba feliz, con grandes expresiones que lo afirmaban, riendo, de la mano de alguien, guiando a sus queridos hijos o simplemente paseando con su pareja. Asco, le daba asco tanta hipocresía y tantas mentiras ignoradas. 
Una proyección se plasmó en uno de los altos edificios, reapareciendo de nuevo ese conocido logo, captando la atención de todo el mundo, hipnotizados. Frank huyó de allí, entrando en un callejón igual de moderno.Todo era exactamente igual.
Los humanos parecían haberse olvidado de cualquier cosa que no fuese aquella cuidad. Ninguna calle o pueblo tenía nombre. Era como si nadie recordase que hace un tiempo nada era así. Simplemente vivían en Battery City, un lugar del que nadie podía salir, aunque tampoco nadie había intentado hacerlo ni tenía intenciones de ello. Eran como marionetas para Blind, cegados, ignorantes.
El menor no dudó en agarrar sus llaves e introducirlas en la ranura de su brillante auto. Aceleró y encendió la radio, arrepintiéndose posteriormente, ya que la música había sido eliminada y nada más que insensatas palabras procesadas por la compañía podían ser escuchadas a través de ese artilugio. Añoraba su música. 
Unas horas más tarde, habiendo recorridos cientos de kilómetros, se adentró en el llano desierto, el cual era antes un bosque de oscuros árboles, visualizando esa casita de madera. Su lugar favorito en ese mundo, ese que le tría tantas memorias. Abrió el maletero retirando su preciada y vieja guitarra, Pansy. La conservaba como un tesoro. 
Subió las gastadas escaleras, sentándose en la roída superficie, para luego acariciar las cuerdas metálicas de ese objeto, sacando notas casi mudas al no estar conectada a su amplificador. Pero era eso lo más cercano a la música que tenía, y sin duda, quería aprovecharlo. 
El cielo fue cubierto por un manto oscuro, dando paso a la despejada noche. Él seguía allí, haciendo que sus dedos doliesen, tocando, incesante  provocando cayos en sus pequeñas manos. Le daba igual.
Deseó volver allí, a ese fantástico mundo junto a Gerard, para siempre.
-----------------------------------------------------------------------------
Me disculpo una y mil veces por haber estado taaaaaaaanto tiempo sin actualizar. No tengo disculpa lo suficientemente buena para ello. He estado escribiendo otras cosas, y realmente no he podido escribir demasiado a causa de la falta de tiempo para hacerlo.
En fin... Espero que os haya gustado, en serio. Por favor, a pesar de que tenéis todo el derecho de no hacerlo, agradecería que comentarais su leéis esto~ Si no, podéis esperar a que esté finalizado >.<
Muchísimas gracias. 
Hasta pronto~